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Reportaje:Mayor Marcus Reno | COBARDES DE LA HISTORIA | Masacre en Montana

No murió con las botas puestas

Perdió los nervios en Little Big Horn y no acudió en ayuda del general Custer

Jacinto Antón

No se me ocurre nada peor que te consideren el cobarde oficial del 7 º de Caballería. Es lo que le pasó al mayor Marcus Reno (Carrolton, Illinois, 1834), segundo en el mando del célebre regimiento de Custer el día de la debacle de éste en Little Big Horn a manos de los sioux, cheyennes y unos cuantos amigos arapahoes. Reno, un tipo en verdad detestable, salvó la vida, es decir, no murió con las botas puestas, pero hubo de purgar el resto de su existencia su conducta en aquella jornada aciaga para los cuchillos largos y su legendario y extravagante comandante. Hasta Toro Sentado descalificó años después a Reno en una entrevista, sosteniendo maliciosamente que el oficial se retiró ante un grupo de "squaws y papooses", mujeres y niños.

Durante la carga contra el campamento indio lo salpicaron de sangre y sesos, y le entró el pánico

Custer, es sabido, acabó el 25 de junio de 1876 desbaratado al sol en un prado del sureste de Montana, desnudo -los indios le quitaron hasta los calzoncillos- y con sendos balazos en el pecho y en la sien. Lo encontraron cubierto de moscas junto a su hermano Tom, convertido éste en un alfiletero de tantas flechas que le clavaron, y el teniente Cooke, al que a falta de algo mejor los pieles rojas le habían arrancado las estrafalarias patillas. El atrevido y presumido general (en puridad teniente coronel), ese Absalón de la caballería, consiguió que lo mataran a él y a toda la tropa bajo su mando directo -cinco compañías del 7º, 225 hombres- durante el ataque a un inmenso poblado indio a orillas del río Little Big Horn. Se ha escrito y debatido hasta la saciedad acerca de esa batalla y existen muchísimas interpretaciones, pero lo que parece seguro es que Custer no estuvo muy fino al dividir su regimiento (12 compañías, 600 hombres) y disminuir con ello su capacidad de fuego. Probablemente no se percató hasta que fue demasiado tarde de la magnitud del campamento enemigo, con 7.000 indios, entre ellos dos millares de guerreros en un estado de ánimo bastante exaltado por no decir rotundamente cabreados y, lo que es peor, muchos con rifles de repetición.

A Reno le encargó Custer hacerse cargo de un batallón del 7º, con unos 150 hombres, y cargar directo contra el sur del poblado, tras lo cual, añadió con unas palmaditas, "ya le ayudaremos". Como Custer no se vio en la necesidad de informar a nadie de su estrategia, faltaría más, Reno no tenía ni idea de qué se proponía el gran hombre, que se lanzó con el grueso del regimiento hacia la otra punta del campamento. El mayor cruzó el río y avanzó cautelosamente hacia los indios, de los que lógicamente, recelaba. Éstos le atacaron en masse. Entonces Reno se acollonó. Mandó desmontar y formar una línea de tiradores. Y luego buscar refugio entre los árboles. Temeroso de verse rodeado, ordenó volver a montar y salir de allí. La retirada fue realizada de la peor manera, sin cobertura ni retaguardia y dejando atrás a los heridos (con los que los indios, como se puede imaginar, no eran muy comprensivos). Mientras Reno consultaba con el guía indio Cuchillo Sangriento, un nombre sin duda para serenarte en medio de una batalla, éste recibió un balazo en la cabeza que roció al oficial de sangre y sesos, al tiempo que un soldado caía abatido al lado de un tiro que le entró por el cuello y le salió por la boca. Nuestro hombre fue víctima del pánico. El recruce del río fue un caos. En el ataque y la retirada, Reno perdió, además del coraje, tres oficiales y 29 soldados. También el sombrero, así que se cubría con un pañuelo rojo que le daba el aspecto de un loco. Cuando se reunió con la tercera columna del regimiento, mandada por el capitán Benteen (otro genio) y se atrincheraron juntos, no estaba para pensar en dónde demonios se había metido Custer. Al sugerirle el capitán Weir que debían ir a ver si podían echarle una mano al jefe (en la dirección en que éste había partido se escuchaban tiros y gritos: el sentido militar mandaba dirigirse "hacia el sonido de los cañones"), se opuso, sentenciando con bastante poca fortuna, que Custer ya tenía bastante tropa para ocuparse de sus indios.

El ocaso de Little Big Horn significó el cénit de la gloria de Custer, convertido al fin en el gran héroe americano. Deseosa de historias ejemplares, a la gente no le costó colocar a Reno como el reverso del valiente general, tacharle de cobarde y cargarle el peso de la derrota. Reno no se hacía querer. Era un tipo asocial, introvertido y antipático al que procesaron varias veces por comportamiento indigno de un oficial y un caballero -véase su pormenorizada biografía In Custer's shadow, de Ronald H. Nichols, con un sesgo quizá demasiado amable (University of Oklahoma Press, 2000)-. Tomó la costumbre de liarse a bofetadas y beber como una esponja. Tonteó en Fort Abercrombie (sic) con la esposa de un oficial y cuando ésta le paró los pies al darle él un achuchón con la excusa de que era el "apretón masónico" la acusó de casquivana y le hizo bullying impidiéndole incluso tocar el órgano (de la iglesia). En otra ocasión, en Fort Meade, acosó a la guapa y jovencita hija del comandante espiándola por la ventana, para mosqueo de su padre, cuyo otro hijo, para más delito, había caído en Little Big Horn.

Es cierto que la carrera militar de Reno antes de esa batalla había sido buena, aunque pilló la sífilis cuando aún estaba en West Point. En la guerra civil lo hizo bien, mandando caballería y enfrentándose a Mosby. Luego le apretó las tuercas al Ku-Klux-Klan. En el 7º, no se hizo con Custer ni su camarilla. Parece que la muerte de su primera esposa fue un trauma que no pudo superar. Tampoco lo de que lo llamaran cobarde, por lo que insistió para que hubiera una investigación de lo ocurrido en Little Big Horn. Salió limpio pero hay fundadas sospechas de que ello se debió a que los oficiales del 7º no querían empañar el honor del regimiento. Acabaron expulsándolo del Ejército por el asunto de la jovencita y pasó sus últimos años tratando en balde de que lo readmitieran. En 1887 intentó suicidarse. Fumador empedernido, sufrió cáncer de lengua y murió en Washington en 1889, de neumonía. En 1967 fue parcialmente rehabilitado y lo reenterraron en el cementerio Custer de Little Big Horn a los sones de Garry Owen sin que nadie se quejara. Probablemente el mejor epitafio de Reno sean las juiciosas palabras de un subordinado en aquella batalla: "De no habernos mandado un cobarde estaríamos todos muertos".

Ilustración de la batalla de Little Big Horn.
Ilustración de la batalla de Little Big Horn.WILLIAM REUSSWIG

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Sobre la firma

Jacinto Antón
Redactor de Cultura, colabora con la Cadena Ser y es autor de dos libros que reúnen sus crónicas. Licenciado en Periodismo por la Autónoma de Barcelona y en Interpretación por el Institut del Teatre, trabajó en el Teatre Lliure. Primer Premio Nacional de Periodismo Cultural, protagonizó la serie de documentales de TVE 'El reportero de la historia'.

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