_
_
_
_
_
Reportaje:EN MANOS DE ETA

La noche de los secuestrados

La mujer sale al descansillo. Hace unos segundos, un desconocido ha llamado al portero automático y ha preguntado primero por su hijo Iker y luego por ella. No le ha dicho para qué les busca, pero amablemente ha abierto la puerta. Hablan a media voz de aquello que pasó hace ahora un año. No hace falta decir qué, ni siquiera conviene. Nunca se sabe quién puede estar escuchando, quién observando desde detrás de una mirilla. Se apaga la luz de la escalera y Pilar y el desconocido siguen cuchicheando en penumbra.

-No creo que mi hijo quiera hablar con usted de aquello. Desde entonces lleva encerrado en el silencio. Digo yo que será para protegernos.

Cuando terminan de hablar, ya ha anochecido en Oñate, uno de los pueblos más prósperos del interior de Guipúzcoa. El desconocido alcanza la calle y se gira para observar el piso donde viven Iker y Pilar. Se percata de que el vecino de arriba tiene colgada en el balcón una pancarta a favor del acercamiento de los presos de ETA al País Vasco. Y entonces comprende todavía mejor el silencio de Iker, la angustia alojada en el rostro de su madre, el frío que empezó a tejerse en torno a ellos desde que, aquella tarde de hace ahora un año, Pilar se acercara al cuartelillo de la Guardia Civil y un agente de la Brigada de Información tecleara en el ordenador: "En Oñate, Guipúzcoa, siendo las 19.00 horas del día 30 de diciembre de 2006. Se persona en este acuartelamiento doña Pilar (...) participando que ha recibido una llamada telefónica en la que su hijo Iker (...) le comunica que ha sido secuestrado por la banda terrorista ETA durante tres días, habiendo sido liberado en la mañana de hoy en la localidad francesa de Arant o Asant, encontrándose en este momento en el bar Sport. Añade que le han sustraído la furgoneta de su propiedad matrícula 6054 DKY, marca Renault, modelo Trafic, color granate oscuro...".

"Me ataron las manos y los pies con esposas. Me pusieron una capucha en la cabeza para que no pudiera ver nada"
Sobre los rehenes de ETA cae enseguida la doble sospecha. La policía investiga su posible conexión con la banda

La misma furgoneta que esa misma mañana había estallado en uno de los aparcamientos de la terminal T-4 del aeropuerto de Barajas, asesinando a dos jóvenes ecuatorianos y llevándose por delante, una vez más, todas las esperanzas de paz.

Desde entonces hasta ahora, ETA ha retenido a cinco personas para utilizar sus vehículos con distintos fines. El primer caso fue el de Iker. Más tarde, a finales de agosto, una pareja de Orio (Guipúzcoa) y su hijo de cuatro años fueron secuestrados en el departamento francés de Las Landas. Su furgoneta, al igual que la de Iker, fue cargada de explosivos y conducida hacia España para cometer un atentado, aunque los terroristas -al sentirse cercados por la policía- la hicieron estallar en mitad de un olivar a las afueras de Castellón. La quinta persona retenida por terroristas de ETA en el plazo de un año se llama Fanny Tilhet y tiene 31 años.

Sólo el hecho de que su nombre pueda ser registrado aquí, que su rostro sonriente haya salido en los periódicos y en las televisiones francesas, hace muy diferente su caso al de los anteriores. Fanny, secuestrada durante unas horas por los terroristas que acababan de atentar en Capbreton contra los dos guardias civiles, ha contado lo que le pasó por la cabeza -"pensé que eran de ETA y que me iban a matar"-, quién es su abuelo y qué edad tienen sus hijos, y hasta las palabras que llegó a cruzar con sus captores, dos hombres y una mujer... Ni Iker ni la pareja de Orio han contado nada. Lo primero que hicieron tras ser liberados fue desaparecer, hacerse invisibles. Y todavía hoy -unos y otros- le ruegan al desconocido que desaparezca, que se busque otro asunto del que escribir, que todavía hoy en Euskadi es más fácil ser verdugo que víctima, que cuando un terrorista regresa a su pueblo después de haber pasado años en la cárcel lo reciben con estruendo y guirnaldas en las calles, pero que ellos, al regreso de sus respectivas pesadillas, lo mejor que recibieron fue el silencio.

-Y es que te conviertes en un sospechoso. Para unos y para otros. Pero olvídese de mí y de mi nombre. Yo no le he dicho nada.

La doble sospecha. Lo primero que hizo la policía tras la liberación de Iker y de la pareja de Orio fue investigarlos. Por arriba y por abajo. A ellos y a sus familiares. Descartar que, en vez de una detención ilegal, se tratara de un apaño, de un teatro macabro. Yo os dejo la furgoneta y digo que me habéis secuestrado. El interrogatorio al recién liberado es exhaustivo. Se vuelve una y otra vez sobre las mismas preguntas hasta llegar a la conclusión de que sí, de que se trata de una detención ilegal, de que verdugo y víctima sólo tienen en común el lugar de procedencia, tal vez la lengua materna.

-Sólo uno de los tres secuestradores -explicó Iker- se dirigía a mí. Era el que ocupaba la plaza del copiloto. Siempre me hablaba en español. Yo le hablaba continuamente en vasco, pero él me respondía: "Yo te hablo en español para que no puedas reconocer de qué parte de Euskadi soy".

Iker, de 23 años, había salido de Oñate la tarde del 26 de diciembre. Aunque normalmente iba a esquiar en compañía de un amigo, esta vez lo hizo solo. Los policías le preguntaron la ruta que siguió, los pueblos por donde pasó, el tiempo que tardó, hasta si había pendiente o no en el aparcamiento de la estación de esquí de Luz Ardiden.

-Todo fue bien durante la primera jornada del viaje. No vi nada raro.

El relato de Iker -tedioso por los detalles- se torna dramático a las 20.30 del miércoles 27 de diciembre. "Empecé a prepararme la cena en la furgoneta cuando, súbitamente, sobre las nueve de la noche, la puerta lateral se abrió y tres personas saltaron arriba. Llevaban pasamontañas. Sólo se les veían los ojos. Iban vestidos con ropas oscuras y guantes. Me di cuenta de que uno de ellos llevaba un arma. Se parecía más a una pistola que a un revólver, pero no estoy seguro. Me tiraron al suelo. Me ataron las manos y los pies con esposas metálicas. Me pusieron una capucha en la cabeza para que no pudiera ver nada. Mientras me ataban, uno de ellos me dijo que eran de ETA y que necesitaban el coche. No me acuerdo de las palabras exactas. Me preguntaron que de dónde venía, y yo le dije que del País Vasco, de Oñate...".

Los policías franceses escuchan la declaración de Iker. Junto a ellos, un oficial de la Guardia Civil recién llegado del cuartel de Intxaurrondo, en San Sebastián. "Uno de ellos se puso al volante de la furgoneta". Iker no ve nada. No sabe adónde le llevan. Piensa que la acción ha sido tan rápida que nadie puede haberla advertido desde el exterior. Al rato le trasladan a un coche. Escucha el rumor de su furgoneta alejándose por un camino de tierra. Iker y sus tres captores pasan la noche en el vehículo.

-El jueves 28 de diciembre por la mañana me dejan salir del coche para que vaya a orinar. En ningún momento me retiran la capucha. No puedo ver dónde nos encontramos, sólo que camino sobre hierba y tierra, tal vez en un bosque. Les pido que me quiten las esposas de los pies. Me dejan las manos atadas. No almuerzo nada. Pierdo la noción del tiempo.

Sobre el mediodía, el único terrorista que se dirige a Iker le pregunta si alguien le puede echar de menos. Él responde que sus padres. Le pide entonces la clave para encender el teléfono móvil y que teclee un mensaje dirigido a su madre. Y, efectivamente, a las 16.14 del 28 de diciembre, Pilar recibe un mensaje en su móvil escrito en euskera: "Hola, mamá. Como siempre, me estoy quedando sin batería. Así que mañana te mandaré otro mensaje. Y una cosita: me he juntado con unos amigos de Bergara [una localidad cercana a Oñate] y me quedaré un día más. ¿OK? Mejor con compañía, ¿no? Hoy la bajada ha sido perfecta. Besos".

Por la respuesta de la madre, los terroristas comprueban que no ha sospechado nada. Apagan el móvil. La tensión se relaja.

"Mi interlocutor me pregunta sobre mi vida, sobre mi familia, sobre mis aficiones, sobre la montaña... Sólo hablamos de cosas sin importancia, nunca de política o de la causa vasca".

Ya a esas horas, tarde del 28 de diciembre, la furgoneta de Iker ha llegado a Cahors. Es allí, en un laboratorio de ETA que la policía descubriría meses después, donde es cargada con centenares de kilos de explosivos. Desde Luz Ardiden hasta Cahors hay 328 kilómetros, y de Cahors a Madrid, 918. La Renault Trafic con su carga mortal es dejada por los terroristas en la T-4 de Barajas al anochecer del 29 de diciembre. Más de 1.200 kilómetros en tres días.

-¡Policía! ¡Abran la puerta! ¡Policía!

El matrimonio de Orio y su hijo de cuatro años se despiertan sobresaltados. Está amaneciendo. Es viernes 24 de agosto y llevan todo el mes recorriendo la costa Atlántica de Francia. Ahora están en un cámping de Messanges, en Las Landas. Los gritos arrecian. El padre decide abrir la puerta de su Mercedes Vito de color amarillo. Un turista alemán lo observa todo. Ve cómo tres o cuatro personas encapuchadas suben al vehículo. Enseguida se identifican como miembros de ETA. Los terroristas vendan los ojos de sus víctimas y salen del cámping -reservado para autocaravanas- a toda prisa. Unos kilómetros después se deshacen de las dos tablas de surf del matrimonio y de las tres bicicletas. Los rehenes son llevados a un chalet de las inmediaciones. Allí permanecen durante tres días. Hasta que su furgoneta estalla en Castellón.

-No nos trataron mal.

Al igual que Iker, la pareja de Orio sostiene que jamás vieron el rostro de sus captores, y que en ningún momento fueron maltratados... Que no serían capaces de reconocer una voz o un rostro, que desde el lugar donde permanecieron retenidos no escucharon ningún sonido peculiar, ni de trenes, ni de coches, ni de aviones. Su historia nada tiene que ver con la de Fanny Tilhet, la mujer retenida en Francia el pasado sábado cuando salía de la peluquería. La diferencia no está en el tiempo que permaneció retenida ni en la naturaleza de su miedo, sino en una cuestión aparentemente más sencilla.

Fanny puede contarlo.

Cuando los periodistas llegaron a preguntarle por su pesadilla no les habló en voz baja ni dejó apagada la luz del descansillo. Ni el vecino de arriba tiene colgada del balcón una pancarta en solidaridad con los terroristas de ETA. -

Cámping de Messanges, en Las Landas, donde la familia de Orio fue secuestrada por ETA.
Cámping de Messanges, en Las Landas, donde la familia de Orio fue secuestrada por ETA.Jesús Uriarte

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_