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LECTURA

El padre del genoma humano

El Proyecto Genoma Humano continuó a pesar de la dimisión de Watson. Ha sido, de hecho, una de las empresas más ambiciosas que ha emprendido la humanidad. Más ambiciosa y, en principio, también más noble, puesto que se trataba de un proyecto público (esto es, financiado por los erarios de varias naciones) destinado a obtener un conocimiento que, además de contribuir al avance de la ciencia, debería tener consecuencias evidentes para la salud: no sólo desentrañar mecanismos básicos para la vida, sino también, por ejemplo, averiguar las relaciones entre genes y características determinadas (incluyendo enfermedades) de, en este caso, la especie humana.

Precisamente por esta dimensión del Proyecto Genoma Humano, era evidente que su objetivo tenía interés también para la industria privada. Semejante interés no tardó demasiado en manifestarse: lo hizo a través de una compañía comercial fundada en 1998 denominada Celera Genomics, dirigida por el innovador biólogo molecular Craig Venter (1946).

Los mundos de la ciencia. Del Big Bang al 11 de septiembre

José Manuel Sánchez Ron Espasa

350 medicamentos dirigidos a combatir más de 250 enfermedades se encuentran en su última fase de desarrollo. Estos fármacos se dirigen a necesidades médicas hasta el momento sin cubrir
Venter secuenció el genoma de una bacteria, 'Hemophilus influenzae', que, entre otras enfermedades, produce meningitis y sordera; el primer genoma completo de un organismo vivo

El método de Venter

Licenciado en bioquímica y doctorado en fisiología y farmacología en 1975 por la Universidad de California, en San Diego, Venter trabajó a principios de los noventa para los Institutos Nacionales de la Salud (NIH, de National Institutes of Health) de Estados Unidos, que, como hemos visto, controlan el Proyecto Genoma Humano, realizando importantes contribuciones al desciframiento de genes. Tuvo, no obstante, un conflicto con sus patrones con respecto a la decisión de los NIH de patentar una secuencia parcial de genes que él había identificado, y dimitió en 1991, fundando en 1992, en Rockville (Maryland), el Institute for Genomic Research, que no buscaba beneficios, y al que una corporación sanitaria, HealthCare Management Investment Corp., aportó 70 millones de dólares de capital. Allí, Venter desarrolló una técnica pionera para identificar genes en cadenas de ADN, una técnica (denominada shotgun) completamente diferente a la que se estaba utilizando en el Proyecto Genoma Humano (mientras que éste buscaba identificar un gen cada vez, el método de Venter rompía el genoma en millones de fragmentos que se solapan, leyendo con máquinas las secuencias, para, finalmente, poderosos ordenadores reunir los datos en una secuencia completa de genoma). Con su método (10 veces más barato que el empleado por el proyecto público, y más rápido), Venter secuenció el genoma de una bacteria, Hemophilus influenzae, que entre otras enfermedades produce meningitis y sordera; el primer genoma completo de un organismo vivo completado en la historia (los resultados fueron publicados en 1995).

Tras una relación con otra compañía, Human Genome Sciences, que terminó en 1997, después de haber invertido 37 millones de dólares, en 1998, Venter, que entonces tenía 54 años, anunció su intención de determinar la secuencia del genoma humano, lo que, evidentemente, implicaba competir con el proyecto público. Para alcanzar tal fin, en junio de 1998 constituyó, aliándose con Applera Corporation, una compañía, que esta vez sí que buscaba beneficios: Celera Genomics, en la que él era al mismo tiempo presidente y principal oficial científico.

El primer proyecto que Celera afrontó fue la secuenciación del genoma de la mosca Drosophila melanogaster, cuyo sistema nervioso central tiene muchos genes en común con el de los humanos. Era obvio que se trataba de un ensayo para enfrentarse al genoma humano. Los resultados de aquel primer proyecto de Celera fueron publicados en Science el 24 de marzo de 2000, en un artículo con 240 investigadores de todo el mundo figurando como autores. El número de genes que encontraron en la secuencia (que Venter consideraba de una precisión del 99,9%) fue de 14.000.

Por entonces, y haciendo honor a la raíz latina de su nombre (celera), la compañía dirigida por Venter ya estaba firmemente implicada en la secuenciación del genoma humano. De hecho, tres meses más tarde, el 26 de junio, Venter, en su calidad de presidente de Celera Genomics, y Francis Collins, desde abril de 1993 director del Proyecto Genoma Humano, realizaron un primer anuncio conjunto manifestando que habían completado la secuenciación del genoma humano. A pesar de lo grandilocuente de la declaración, en la que estuvieron presentes el presidente Clinton y el primer ministro británico Blair, aún quedaba bastante que hacer, No se había dicho nada, por ejemplo, sobre cuántos genes forman el genoma humano. El 11 de febrero de 2001 se remediaba tal carencia, anunciándose que el ser humano tiene unos 30.000 genes, frente al número de alrededor de 100.000 que se llevaba suponiendo desde hacía años. Tenemos, pues, poco más del doble de genes que una mosca y menos que el arroz, según se comprobó más tarde, cuando, en abril de 2002, un equipo de investigadores formado por miembros del Instituto de Genómica de Pekín y del Centro del Genoma de Washington anunció que el genoma de esta planta cuenta entre 50.000 y 60.000 genes. El 15 de febrero, el consorcio público presentaba sus resultados en Nature, mientras que Celera lo hacía un día después en Science.

Hasta aquí los hechos científicos, presentados con gran concisión. Pero es evidente que esta historia no se puede reducir únicamente a hechos científicos. Hay más, mucho más.

Las innovaciones de Celera

En primer lugar, es preciso señalar que la aparición en escena de Venter y Celera Genomics ha sido buena para el proyecto de secuenciar el genoma de los humanos. Las previsiones más optimistas del Proyecto Genoma Humano, en lo que se refiere a completar la empresa para la que fue creado, situaban ese término en el año 2003. Las innovaciones aportadas por Celera, la competición que significó su aparición y el ritmo que ésta necesariamente debía llevar para intentar lograr su fin de rentabilidad sirvieron de estímulo para el consorcio público. Por otra parte, como no podía ser de otra manera, desde el principio se hizo obvio el problema que significaba el que Celera quisiese rentabilizar sus inversiones. Mientras que cualquier persona interesada tiene acceso libre a los datos obtenidos por el Proyecto Genoma Humano, no es así con los de Celera: la comunidad científica puede, en principio, acceder libremente a sus datos de segmentos del genoma con menos de un millón de bases, pero debe pedir permiso o pagar para trozos mayores, comprometiéndose a no comerciar con la información recibida, una condición desigual, ya que Celera se ha beneficiado desde el principio de la información puesta en circulación por el consorcio público internacional.

Patentes

El trasfondo de todo es, naturalmente, estar en la mejor situación posible para conseguir patentes. Ya en 2000, Celera había completado la solicitud de cerca de 7.000 patentes provisionales, esto es, manifestado que había realizado un descubrimiento y que pretendía hacer una solicitud formal de patente en el plazo de un año. Su propósito era, según Venter, seleccionar entre 100 y 300 genes que cumpliesen el requisito de utilidad comercial y patentarlos. En una audiencia pública celebrada el 6 de abril de 2000 en el Congreso de Estados Unidos, Venter advertía sobre los peligros que implicaría, como pedían algunos, modificar la legislación de patentes para genes: "Cambios en la ley de patentes deben ser considerados en el contexto de los efectos que tendrán en los esfuerzos que realizan las compañías farmacéuticas para descubrir nuevos fármacos". Era necesario, añadía, proteger a las empresas, cada una de las cuales se enfrentaba a un gasto entre 300 y 800 millones de dólares cada vez que tenía que intentar superar los procedimientos exigidos por la Food & Drug Administration (Agencia de Alimentación y Medicamentos) para aprobar un nuevo medicamento. Un año después, el 11 de julio de 2001, en otra comparecencia ante el Congreso, Venter se adjudicaba (probablemente sin exagerar) una representación mucho más amplia que su propia compañía comercial: "Estoy testificando en representación de la Organización de la Industria Biotecnológica (Biotechnological Industry Organization; BIO), que representa a casi 1.000 compañías biotecnológicas, instituciones académicas, centros biotecnológicos estatales y organizaciones relacionadas en los 50 Estados de EE UU y otras 33 naciones. Los miembros de BIO están implicados en la investigación y desarrollo de productos biotecnológicos para el mantenimiento de la salud, agricultura, industria y medio ambiente". El público, añadía, "debe tener confianza en que podrá beneficiarse de todos estos desarrollos tecnológicos sin temer que la información obtenida de esta manera sea usada en contra de ellos... En la actualidad, 117 productos biotecnológicos han ayudado a 250 millones de personas de todo el mundo. Otros 350 medicamentos dirigidos a combatir más de 250 enfermedades se encuentran en su última fase de desarrollo. Estos productos se dirigen a necesidades médicas hasta el momento sin cubrir... La ansiedad del público podría limitar su potencial. BIO ha apoyado desde hace mucho la legislación federal que asegurará que la información médica de una persona, incluyendo información genética, no será mal utilizada. Consecuentemente, BIO apoya la legislación cuidadosamente elaborada que prohíbe la discriminación en seguros de salud basada en información genética".

Vemos cómo Venter se afanaba en asegurar que el público no debía temer nada de las compañías biotecnológicas y farmacéuticas que pretendían asegurarse los derechos de todo tipo de patentes genéticas. Es natural que se esforzase en tal sentido: el mundo de las patentes de genes y secuencias genéticas tiene una historia muy breve, estando casi todo por hacer y decidir. El derecho a conceder este tipo de patentes en EE UU fue reconocido en 1980 por la decisión del Tribunal Supremo en el caso Diamond 'versus' Chakrabarty, que dictaminó que se podían patentar organismos vivos producidos por ingeniería genética. A raíz de esta decisión, a mediados de la década de 1980, la Oficina de Patentes estadounidense (Patent and Trademark Office; PTO) tomó medidas para ampliar el derecho a patentar plantas y animales no humanos: en 1987, por ejemplo, concedió el derecho a patentar animales transgénicos, esto es, creados por ingeniería genética, aunque, por fortuna, prohibió que se patentasen humanos alterados genéticamente, basándose en una enmienda antiesclavista de la Constitución estadounidense que impide la propiedad de seres humanos. Utilizando el primer acuerdo, el 12 de abril de 1988 se aceptaba la patente de un ratón transgénico que portaba un gen humano que produce cáncer, creado en la Universidad de Harvard. En 1995, la Corte de Recursos declaró que también eran patentables secuencias de nucleótidos parcialmente publicadas. Basándose en esta legislación, en octubre de 1998 la PTO concedió la primera patente de una secuencia de ADN -incluyendo genes- a favor de InCyte Pharmaceuticals Inc. En 2000, el número de patentes que la oficina estadounidense concedió a este tipo de secuencias alcanzaba las 2.000. Es cierto que existen diferencias en el campo biotecnológico entre las leyes que rigen las patentes en diferentes países, pero, en cualquier caso, ¿qué valor tiene, en el mundo globalizado mercantilmente en el que vivimos, una prohibición así si algún país no la admite? Ninguno. De hecho, cuando se observan los gráficos que expresan el aumento del número de patentes de secuencias de ADN concedidas en el mundo, se comprueba que el crecimiento es exponencial. Ha comenzado una carrera de la que no sabemos dónde se encuentra la meta, ni tampoco todas las reglas que rigen la competición.

Científico-empresario

No hay por qué sorprenderse de lo que está ocurriendo. ¿Esperábamos algo diferente en el mundo que hemos construido, un mundo que valora crecientemente la intervención de empresas privadas en, por ejemplo, la financiación de la investigación científica como un fin para disminuir las pesadas cargas que soporta el Estado? ¿Por qué iba a regirse el mundo de la ciencia por leyes diferentes a las del mercado, a, en particular, la búsqueda de beneficios? ¿Porque se trata, en los casos que estoy comentando, de nuestra salud, de formas de vida, de cosas todas que nos son mucho más próximas que circuitos electrónicos o materiales diseñados a la carta? No seamos ingenuos. La biografía de Venter, un magnífico científico, muestra con extrema claridad algunas de las características de este mundo, que no hay que esperar a que llegue, por la sencilla razón de que ya está aquí. Tampoco ha sido Venter el primero de estos científicos-empresarios biomédicos, ni será el último (podría, por ejemplo, haber utilizado el caso de Frederick Sanger [1918-], uno de los pocos miembros del exclusivo club formado por aquellos científicos con dos Premios Nobel -el primero, de Química, lo recibió en 1958 por sus trabajos sobre la estructura de proteínas, especialmente de la insulina; el segundo, también de Química, en 1980, compartido con Walter Gilbert y Paul Berg, por sus contribuciones a la determinación de las secuencias de bases en ácidos nucleicos-; después de una larga carrera en ciencia pura, la mayor parte desarrollada en la Universidad de Cambridge, Sanger se convirtió en director de una gran empresa dedicada a secuenciar genomas a gran escala).

Por cierto, en enero de 2002, Venter anunció que dejaba Celera Genomics, aparentemente debido a la agresiva política de la compañía, que, presionada por el socio capitalista para rentabilizar sus cuantiosas inversiones, compró una empresa farmacéutica y anunció su dedicación al descubrimiento de nuevos fármacos. Si fue así realmente, la ingenuidad de Venter es escalofriante, aunque yo preferiría hablar más bien de cinismo o, siendo generoso, de inconsecuencia. En cualquier caso, Venter (que en abril de 2002 reconoció que parte del material que había utilizado en sus investigaciones del genoma humano procedía de él mismo) continúa al frente del comité de asesores científicos de la compañía, un hecho éste que habla por sí solo acerca de cuáles son sus convicciones y espíritu, un espíritu en el que investigación científica y tácticas empresariales se combinan perfectamente.

El Proyecto Genoma Humano continuó a pesar de la dimisión de Watson. Ha sido, de hecho, una de las empresas más ambiciosas que ha emprendido la humanidad. Más ambiciosa y, en principio, también más noble, puesto que se trataba de un proyecto público (esto es, financiado por los erarios de varias naciones) destinado a obtener un conocimiento que, además de contribuir al avance de la ciencia, debería tener consecuencias evidentes para la salud: no sólo desentrañar mecanismos básicos para la vida, sino también, por ejemplo, averiguar las relaciones entre genes y características determinadas (incluyendo enfermedades) de, en este caso, la especie humana.

Precisamente por esta dimensión del Proyecto Genoma Humano, era evidente que su objetivo tenía interés también para la industria privada. Semejante interés no tardó demasiado en manifestarse: lo hizo a través de una compañía comercial fundada en 1998 denominada Celera Genomics, dirigida por el innovador biólogo molecular Craig Venter (1946).

El método de Venter

Licenciado en bioquímica y doctorado en fisiología y farmacología en 1975 por la Universidad de California, en San Diego, Venter trabajó a principios de los noventa para los Institutos Nacionales de la Salud (NIH, de National Institutes of Health) de Estados Unidos, que, como hemos visto, controlan el Proyecto Genoma Humano, realizando importantes contribuciones al desciframiento de genes. Tuvo, no obstante, un conflicto con sus patrones con respecto a la decisión de los NIH de patentar una secuencia parcial de genes que él había identificado, y dimitió en 1991, fundando en 1992, en Rockville (Maryland), el Institute for Genomic Research, que no buscaba beneficios, y al que una corporación sanitaria, HealthCare Management Investment Corp., aportó 70 millones de dólares de capital. Allí, Venter desarrolló una técnica pionera para identificar genes en cadenas de ADN, una técnica (denominada shotgun) completamente diferente a la que se estaba utilizando en el Proyecto Genoma Humano (mientras que éste buscaba identificar un gen cada vez, el método de Venter rompía el genoma en millones de fragmentos que se solapan, leyendo con máquinas las secuencias, para, finalmente, poderosos ordenadores reunir los datos en una secuencia completa de genoma). Con su método (10 veces más barato que el empleado por el proyecto público, y más rápido), Venter secuenció el genoma de una bacteria, Hemophilus influenzae, que entre otras enfermedades produce meningitis y sordera; el primer genoma completo de un organismo vivo completado en la historia (los resultados fueron publicados en 1995).

Tras una relación con otra compañía, Human Genome Sciences, que terminó en 1997, después de haber invertido 37 millones de dólares, en 1998, Venter, que entonces tenía 54 años, anunció su intención de determinar la secuencia del genoma humano, lo que, evidentemente, implicaba competir con el proyecto público. Para alcanzar tal fin, en junio de 1998 constituyó, aliándose con Applera Corporation, una compañía, que esta vez sí que buscaba beneficios: Celera Genomics, en la que él era al mismo tiempo presidente y principal oficial científico.

El primer proyecto que Celera afrontó fue la secuenciación del genoma de la mosca Drosophila melanogaster, cuyo sistema nervioso central tiene muchos genes en común con el de los humanos. Era obvio que se trataba de un ensayo para enfrentarse al genoma humano. Los resultados de aquel primer proyecto de Celera fueron publicados en Science el 24 de marzo de 2000, en un artículo con 240 investigadores de todo el mundo figurando como autores. El número de genes que encontraron en la secuencia (que Venter consideraba de una precisión del 99,9%) fue de 14.000.

Por entonces, y haciendo honor a la raíz latina de su nombre (celera), la compañía dirigida por Venter ya estaba firmemente implicada en la secuenciación del genoma humano. De hecho, tres meses más tarde, el 26 de junio, Venter, en su calidad de presidente de Celera Genomics, y Francis Collins, desde abril de 1993 director del Proyecto Genoma Humano, realizaron un primer anuncio conjunto manifestando que habían completado la secuenciación del genoma humano. A pesar de lo grandilocuente de la declaración, en la que estuvieron presentes el presidente Clinton y el primer ministro británico Blair, aún quedaba bastante que hacer, No se había dicho nada, por ejemplo, sobre cuántos genes forman el genoma humano. El 11 de febrero de 2001 se remediaba tal carencia, anunciándose que el ser humano tiene unos 30.000 genes, frente al número de alrededor de 100.000 que se llevaba suponiendo desde hacía años. Tenemos, pues, poco más del doble de genes que una mosca y menos que el arroz, según se comprobó más tarde, cuando, en abril de 2002, un equipo de investigadores formado por miembros del Instituto de Genómica de Pekín y del Centro del Genoma de Washington anunció que el genoma de esta planta cuenta entre 50.000 y 60.000 genes. El 15 de febrero, el consorcio público presentaba sus resultados en Nature, mientras que Celera lo hacía un día después en Science.

Hasta aquí los hechos científicos, presentados con gran concisión. Pero es evidente que esta historia no se puede reducir únicamente a hechos científicos. Hay más, mucho más.

Las innovaciones de Celera

En primer lugar, es preciso señalar que la aparición en escena de Venter y Celera Genomics ha sido buena para el proyecto de secuenciar el genoma de los humanos. Las previsiones más optimistas del Proyecto Genoma Humano, en lo que se refiere a completar la empresa para la que fue creado, situaban ese término en el año 2003. Las innovaciones aportadas por Celera, la competición que significó su aparición y el ritmo que ésta necesariamente debía llevar para intentar lograr su fin de rentabilidad sirvieron de estímulo para el consorcio público. Por otra parte, como no podía ser de otra manera, desde el principio se hizo obvio el problema que significaba el que Celera quisiese rentabilizar sus inversiones. Mientras que cualquier persona interesada tiene acceso libre a los datos obtenidos por el Proyecto Genoma Humano, no es así con los de Celera: la comunidad científica puede, en principio, acceder libremente a sus datos de segmentos del genoma con menos de un millón de bases, pero debe pedir permiso o pagar para trozos mayores, comprometiéndose a no comerciar con la información recibida, una condición desigual, ya que Celera se ha beneficiado desde el principio de la información puesta en circulación por el consorcio público internacional.

Patentes

El trasfondo de todo es, naturalmente, estar en la mejor situación posible para conseguir patentes. Ya en 2000, Celera había completado la solicitud de cerca de 7.000 patentes provisionales, esto es, manifestado que había realizado un descubrimiento y que pretendía hacer una solicitud formal de patente en el plazo de un año. Su propósito era, según Venter, seleccionar entre 100 y 300 genes que cumpliesen el requisito de utilidad comercial y patentarlos. En una audiencia pública celebrada el 6 de abril de 2000 en el Congreso de Estados Unidos, Venter advertía sobre los peligros que implicaría, como pedían algunos, modificar la legislación de patentes para genes: "Cambios en la ley de patentes deben ser considerados en el contexto de los efectos que tendrán en los esfuerzos que realizan las compañías farmacéuticas para descubrir nuevos fármacos". Era necesario, añadía, proteger a las empresas, cada una de las cuales se enfrentaba a un gasto entre 300 y 800 millones de dólares cada vez que tenía que intentar superar los procedimientos exigidos por la Food & Drug Administration (Agencia de Alimentación y Medicamentos) para aprobar un nuevo medicamento. Un año después, el 11 de julio de 2001, en otra comparecencia ante el Congreso, Venter se adjudicaba (probablemente sin exagerar) una representación mucho más amplia que su propia compañía comercial: "Estoy testificando en representación de la Organización de la Industria Biotecnológica (Biotechnological Industry Organization; BIO), que representa a casi 1.000 compañías biotecnológicas, instituciones académicas, centros biotecnológicos estatales y organizaciones relacionadas en los 50 Estados de EE UU y otras 33 naciones. Los miembros de BIO están implicados en la investigación y desarrollo de productos biotecnológicos para el mantenimiento de la salud, agricultura, industria y medio ambiente". El público, añadía, "debe tener confianza en que podrá beneficiarse de todos estos desarrollos tecnológicos sin temer que la información obtenida de esta manera sea usada en contra de ellos... En la actualidad, 117 productos biotecnológicos han ayudado a 250 millones de personas de todo el mundo. Otros 350 medicamentos dirigidos a combatir más de 250 enfermedades se encuentran en su última fase de desarrollo. Estos productos se dirigen a necesidades médicas hasta el momento sin cubrir... La ansiedad del público podría limitar su potencial. BIO ha apoyado desde hace mucho la legislación federal que asegurará que la información médica de una persona, incluyendo información genética, no será mal utilizada. Consecuentemente, BIO apoya la legislación cuidadosamente elaborada que prohíbe la discriminación en seguros de salud basada en información genética".

Vemos cómo Venter se afanaba en asegurar que el público no debía temer nada de las compañías biotecnológicas y farmacéuticas que pretendían asegurarse los derechos de todo tipo de patentes genéticas. Es natural que se esforzase en tal sentido: el mundo de las patentes de genes y secuencias genéticas tiene una historia muy breve, estando casi todo por hacer y decidir. El derecho a conceder este tipo de patentes en EE UU fue reconocido en 1980 por la decisión del Tribunal Supremo en el caso Diamond 'versus' Chakrabarty, que dictaminó que se podían patentar organismos vivos producidos por ingeniería genética. A raíz de esta decisión, a mediados de la década de 1980, la Oficina de Patentes estadounidense (Patent and Trademark Office; PTO) tomó medidas para ampliar el derecho a patentar plantas y animales no humanos: en 1987, por ejemplo, concedió el derecho a patentar animales transgénicos, esto es, creados por ingeniería genética, aunque, por fortuna, prohibió que se patentasen humanos alterados genéticamente, basándose en una enmienda antiesclavista de la Constitución estadounidense que impide la propiedad de seres humanos. Utilizando el primer acuerdo, el 12 de abril de 1988 se aceptaba la patente de un ratón transgénico que portaba un gen humano que produce cáncer, creado en la Universidad de Harvard. En 1995, la Corte de Recursos declaró que también eran patentables secuencias de nucleótidos parcialmente publicadas. Basándose en esta legislación, en octubre de 1998 la PTO concedió la primera patente de una secuencia de ADN -incluyendo genes- a favor de InCyte Pharmaceuticals Inc. En 2000, el número de patentes que la oficina estadounidense concedió a este tipo de secuencias alcanzaba las 2.000. Es cierto que existen diferencias en el campo biotecnológico entre las leyes que rigen las patentes en diferentes países, pero, en cualquier caso, ¿qué valor tiene, en el mundo globalizado mercantilmente en el que vivimos, una prohibición así si algún país no la admite? Ninguno. De hecho, cuando se observan los gráficos que expresan el aumento del número de patentes de secuencias de ADN concedidas en el mundo, se comprueba que el crecimiento es exponencial. Ha comenzado una carrera de la que no sabemos dónde se encuentra la meta, ni tampoco todas las reglas que rigen la competición.

Científico-empresario

No hay por qué sorprenderse de lo que está ocurriendo. ¿Esperábamos algo diferente en el mundo que hemos construido, un mundo que valora crecientemente la intervención de empresas privadas en, por ejemplo, la financiación de la investigación científica como un fin para disminuir las pesadas cargas que soporta el Estado? ¿Por qué iba a regirse el mundo de la ciencia por leyes diferentes a las del mercado, a, en particular, la búsqueda de beneficios? ¿Porque se trata, en los casos que estoy comentando, de nuestra salud, de formas de vida, de cosas todas que nos son mucho más próximas que circuitos electrónicos o materiales diseñados a la carta? No seamos ingenuos. La biografía de Venter, un magnífico científico, muestra con extrema claridad algunas de las características de este mundo, que no hay que esperar a que llegue, por la sencilla razón de que ya está aquí. Tampoco ha sido Venter el primero de estos científicos-empresarios biomédicos, ni será el último (podría, por ejemplo, haber utilizado el caso de Frederick Sanger [1918-], uno de los pocos miembros del exclusivo club formado por aquellos científicos con dos Premios Nobel -el primero, de Química, lo recibió en 1958 por sus trabajos sobre la estructura de proteínas, especialmente de la insulina; el segundo, también de Química, en 1980, compartido con Walter Gilbert y Paul Berg, por sus contribuciones a la determinación de las secuencias de bases en ácidos nucleicos-; después de una larga carrera en ciencia pura, la mayor parte desarrollada en la Universidad de Cambridge, Sanger se convirtió en director de una gran empresa dedicada a secuenciar genomas a gran escala).

Por cierto, en enero de 2002, Venter anunció que dejaba Celera Genomics, aparentemente debido a la agresiva política de la compañía, que, presionada por el socio capitalista para rentabilizar sus cuantiosas inversiones, compró una empresa farmacéutica y anunció su dedicación al descubrimiento de nuevos fármacos. Si fue así realmente, la ingenuidad de Venter es escalofriante, aunque yo preferiría hablar más bien de cinismo o, siendo generoso, de inconsecuencia. En cualquier caso, Venter (que en abril de 2002 reconoció que parte del material que había utilizado en sus investigaciones del genoma humano procedía de él mismo) continúa al frente del comité de asesores científicos de la compañía, un hecho éste que habla por sí solo acerca de cuáles son sus convicciones y espíritu, un espíritu en el que investigación científica y tácticas empresariales se combinan perfectamente.

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