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Reportaje:REPORTAJE

La 'paloma' Mitzna, abatida

Amram Mitzna ha dimitido como líder del laborismo israelí, dejando sumida en una profunda crisis a su partido, uno de los pilares históricos del Estado de Israel. Su renuncia además ha hecho tambalear los cimientos de la izquierda y del frente pacifista en un momento especialmente crítico, mientras estos sectores de la sociedad israelí se disponían a su rearme ideológico, para apoyar de manera activa la puesta en marcha de un nuevo plan de pacificación, conocido con el nombre de la Hoja de Ruta.

El paloma, Mitzna, de 57 años, considerado como el heredero espiritual del asesinado primer ministro Isaac Rabin y uno de los últimos defensores del espíritu de los Acuerdos de Oslo -1993-, se había hecho cargo de la dirección del Partido Laborista el pasado 19 de noviembre, tras unas reñidas elecciones primarias, en las que logró derrotar por una amplia mayoría al líder de los halcones, el hasta entonces ministro de Defensa Benjamín Ben Eleizer. Mitzna consiguió el 53,9% de los votos frente al 38,7% de su rival.

La ambiciosa maniobra de renovación laborista empezó a resquebrajarse como consecuencia del embate de los 'halcones' del partido
"Siento decirlo, pero hay gente en el partido que ha llegado incluso a sabotearme", aseguraba Mitzna al anunciar su renuncia como líder laborista

Mitzna había logrado el triunfo electoral sin apenas bagaje político. El episodio más relevante de su currículo personal se reducía a haber sido durante diez años alcalde de Haifa y haber hecho de esta población una "ciudad de paz y concordia", un espejismo de tranquilidad y diálogo entre las comunidades judías y musulmanas, en la que apenas había tenido incidencia la Intifada. Mitzna aportó además su imagen, la de un "militar con conciencia"; en 1982 dimitió momentáneamente de su cargo de general de brigada en el frente de Líbano, tras las matanzas de Sabra y Chatila, alegando que había perdido la confianza en el entonces ministro de Defensa Ariel Sharon.

Falta de rodaje

La victoria de Mitzna, un "político desconocido" y "poco rodado", como aseguraban sus enemigos, era el castigo que la militancia laborista había impuesto a su propia dirección y a sus barones por haberles traicionado durante dos años, al abdicar de los principios fundamentales del socialismo israelí y aliarse con el Gobierno de extrema derecha dirigido por el líder del Likud, Ariel Sharon. La conquista de Mitzna debía ser el punto de partida de un proceso de renovación ideológica, que venía reclamando a gritos y al mismo tiempo el laborismo israelí, la izquierda y el frente pacifista, todos a la deriva, tras el hundimiento de los Acuerdos de Oslo y el estallido de la Intifada.

"Mitzna representa un espíritu nuevo, en un momento en el que la sociedad israelí está cansada y desesperada y necesita un cambio", aseguró el diputado rebelde del Parlamento de Jerusalén Azmi Bishara, máximo representante de la comunidad árabe-israelí, acogiendo con entusiasmo su nombramiento. Estas y otras declaraciones demostraban que Mitzna había iniciado su singladura, acompañado por todos aquellos sectores cívicos que habían quedado huérfanos tras el asesinato de Isaac Rabin en 1995.

La Operación Mitzna tuvo el soporte de un grupo compacto de hombres de negocios, empresarios, militares y profesionales liberales, que desde hacía años habían estado buscando una alternativa a la dirección del laborismo para que sirviera de muro de contención a la política de mano dura preconizada ante la Intifada por el general Ariel Sharon. La apuesta de Mitzna fue respaldada asimismo por Estados Unidos, especialmente por el embajador norteamericano en Tel Aviv, Daniel Kurtzer, y por un sector de representantes del Congreso de Washington, con los que Mitzna se había reunido meses antes de la celebración de las primarias, según recuerdan aún hoy dirigentes del partido.

Sin embargo, la ambiciosa maniobra de renovación laborista empezó a resquebrajarse como consecuencia del embate de los halcones del partido, que se negaron a acatar la derrota e iniciaron una operación de derribo. Las guerras internas perjudicaron gravemente la campaña de las elecciones legislativas del pasado 28 de enero, provocando una derrota histórica para el laborismo, que pasó de 25 diputados a 19. Pocos días antes de las votaciones, un grupo de halcones, capitaneados por Benjamín Ben Eleizer, había pedido la sustitución de Mitzna a la cabeza de las listas, colocando a un dirigente histórico más cómodo y proclive al pactismo, Simón Peres.

Amram Mitzna no se dejó amedrentar por la debacle electoral. Continuaba creyendo en un proyecto político mucho más ambicioso; la regeneración del partido, el rearme moral del frente pacifista y la reconstrucción de la izquierda israelí. Así lo anunció públicamente a todo el país, una vez que se hicieron oficiales los resultados de las elecciones y se consagró el triunfo de la extrema derecha, con Ariel Sharon al frente del Gobierno. Su declaración propugnando una travesía en el desierto y reclamando un puesto en la oposición no entusiasmó a los sectores inmovilistas del partido, mucho más preocupados por recuperar su sillón en la dirección del país, aun a costa de compartir su traición con la extrema derecha.

Sabotaje

"Siento decirlo, pero hay gente en el partido que ha llegado incluso a sabotearme", aseguraba Mitzna el pasado domingo, en una inesperada conferencia de prensa celebrada en la sede del partido en Tel Aviv, mientras anunciaba públicamente su renuncia como líder del laborismo y culpaba de su decisión a un grupo de conspiradores capitaneados por Benjamín Ben Eleizer. Su dimisión ha provocado la decepción y la desolación de los sectores renovadores de su partido, pero también de la izquierda y el frente pacifista israelí, que habían hecho de Mitzna un guía, un símbolo.

Una doble crisis

EL PARTIDO LABORISTA de Israel está enfermo. Los diagnósticos políticos aseguran que desde hace años la organización sufre una doble crisis: estructural e ideológica.

La crisis estructural estalló con toda virulencia a principios de la década de los noventa, cuando el Partido Laborista perdió su influencia dentro del sindicato Histadrut -fundado en 1920 y en el que llegaron a estar afiliados un millón y medio de trabajadores- y sus empresas fueron liquidadas o privatizadas, especialmente su servicio médico, que atendía al 60% de los israelíes. Desde entonces el laborismo arrastra una grave situación económica y unas importantes deudas, que le han obligado a reducir la plantilla de funcionarios y trasladar su principal sede a las afueras de Tel Aviv, donde los alquileres son menos elevados.

La crisis ideológica es el resultado directo del fracaso de los Acuerdos de Oslo y la imposibilidad de aplicar un plan de pacificación, en el que la dirección del Partido Laborista había puesto todo su empeño. Los primeros síntomas de esta crisis ideológica empezaron a aflorar tras el asesinato de Isaac Rabin, cuando empezaron a bloquearse los acuerdos entre israelíes y palestinos. El proceso de deterioro culminó de manera estrepitosa, durante el periodo de Ehud Barak, como consecuencia del fracaso de las negociaciones de Camp David y el estallido de la Intifada, el 27 septiembre del 2000, y la reaparición de la lucha armada palestina. Las soluciones elaboradas por las células o las corrientes de reflexión laborista, como las que en los últimos años ha estado liderando el profesor Yossi Beilin, no han sido asumidas por el partido.

El profesor Slomo Ben Ami, ex ministro de Exteriores y de Seguridad Interior, resume la doble crisis del laborismo israelí con una simple frase: "El partido ha envejecido".

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