_
_
_
_
_
Entrevista:Santiago Carrillo, Marcos Ana y Teodulfo Lagunero | charla entre símbolos de la izquierda frente a un libro de 'Memorias' | MEMORIA HISTÓRICA

Tres rojos singulares

Teodulfo Lagunero, el comunista adinerado. Marcos Ana, el hombre que pasó 22 años en prisión. Y Carrillo, el ex líder del PCE. Hombres destacados que comparten recuerdos e ideas

Teodulfo Lagunero es un torrente, una manifestación permanente, una revolución en marcha, una república utópica y un patriota rojo. Cayeron el muro y el comunismo, el capitalismo hace aguas pero Lagunero sigue forjándose, como un joven rebelde armado por un torbellino de palabras, rodeado de eslóganes, poemas de lucha, manifiestos comunistas y utopías de otros tiempos. Es un hombre con tanta fe en Marx que hasta se abstiene de leerlo. Rico, catedrático, constructor y mecenas de la rojería española. Bon vivant izquierdista y orgulloso de ser descendiente de una familia con pedigree de masones, liberales y anticlericales. Vive cara al sol, entre hoces y martillos picasianos, rodeado de campos de golf, cerca de playas adosadas en el corazón del pelotazo urbanístico del sur. Tan cerca, tan lejos.

Carrillo: "Gracias a generosidades como la suya, los comunistas pudimos dignificar nuestros mensajes"
Carrillo: "Villa Comète era una perfecta tapadera. Por allí pasaron los más importantes personajes del antifranquismo"
Lagunero: "Recuerdo las horas que pasamos con don Juan y cómo nos agradeció nuestra lección de patriotismo"
Marcos Ana: "Creo que Almodóvar puede ser muy sensible a nuestras vidas duras. Tendrá talento para contar mi historia"
Lagunero: "Santiago, de vez en cuando, se burla de mis 'obras'. No es fácil hacerle creer que son creación de empleo"

Extravagante, estravagario, nerudiano, recitador de Alberti, amigo de Cela y admirador de La Pasionaria. Es Lagunero un comunista adinerado que no abdica de sus ideas, crecido en Calahorra entre ilustrados republicanos, niño de la guerra en la Valencia roja y superviviente, en su Valladolid natal, de una posguerra llena de hambrunas, fríos, citas carcelarias, vidas clandestinas y traiciones. Se supo perdedor de la guerra, pero nunca derrotado. Vivió en paz con los hombres y en guerra con sus entrañas. Planeó una peculiar venganza de clase: hacerse rico y solidario. Ahora, que es un joven de ochenta y dos años, acaba de publicar sus Memorias en la editorial Tabla Rasa.

Nos citamos en Madrid, en pleno barrio burgués, en la casa del poeta Marcos Ana. Nuestro anfitrión es un hombre que conoció la miseria de veintidós años de cárcel. Se disculpa por el barrio, por la casa y por su confort. Habla en voz baja de la generosidad del amigo rico. Marcos es un buen hombre que sobrevivió a una celda donde toda incomodidad tenía su asiento. En su salón - dibujos de Picasso, una caja con los Beatles remasterizados, libros poéticos y políticos, una sencilla mesa de trabajo, un sofá republicano y una bicicleta estática- nos espera Teodulfo Lagunero: corbata de seda, tirantes, elegante camisa, chaqueta de cachemir, zapatos italianos, melena canosa y un verbo imparable. A su lado, sentado y fumando, otro amigo, otro símbolo de la izquierda española, Santiago Carrillo. Los tres suman más de un cuarto de milenio. No paran de hablar, recuerdan, ríen, preguntan por la familia o comentan las últimas corruptelas. Lagunero, expresivo y con tacos, sólo se calla cuando habla Carrillo, que habla como fuma, pausadamente. Es una admiración convicta y confesa. Como el cariño que siente por Marcos Ana, su primera conexión comunista parisina, un buen hombre que tiene en su currículo veintidós años de cárceles franquistas y una historia amorosa que conmovió a Pedro Almodóvar. Será película.

Ahora el protagonista es Teodulfo, el rico en la sombra, el amigo que surgió del frío del franquismo. El que hizo posible que entre los comunistas españoles del exilio comer jamón no fuera un milagro.

"Santiago de vez en cuando se burla de mis obras, de los campos de golf y esas cosas. No es fácil hacerle creer que también son creación de empleo. Aunque alguna vez consigo convencerle para que pase unos días como un señor burgués en mi casa. Este verano me dijo que había soñado que yo le expulsaba del paraíso. Ya estaba con las maletas cerradas y a punto de regresar. Le ofrecí que se quedara unos días, lo que quisiera. Me contestó que no podía, que él tenía que seguir trabajando para ganarse la vida. ¡Joder, con noventa y cuatro años y currando... mierda del sistema capitalista!"

Carrillo sonríe. Recuerda otros paraísos a los que Lagunero le ha invitado durante más de cuarenta años de amistad. "El mejor, sin duda, era la casa de Villa Comète, al lado de Cannes. Un paraíso de primera clase preferente. Una casa sobre el mar, donde hemos pasado muchas horas de descanso, de trabajo y de encuentros. Era una perfecta tapadera. Por allí pasaron los más importantes personajes del antifranquismo. Allí se concretaron muchos de los pactos de la España que quería ser democrática". Ni los vecinos se imaginaban que en una de aquellas villas de ricos, entre conspiraciones y vacaciones, estuvieran La Pasionaria, Neruda, Alberti, Calvo Serer, Joan Báez o Carlos Vidali. Lujoso nido de la España no franquista que no se salvó de la curiosidad de la policía francesa. "Nos detuvieron a mí y a mi mujer. Era el mismo día que estaba prevista una entrevista de Areilza con Carrillo. Nos llevaron a la comisaría del pueblo, Théoule-sur-Mer. El comisario me interrogó en francés, se me dan mal los idiomas- "los idiomas extranjeros", bromea Carrillo- y no era capaz de sacarme algo inteligible. Hasta que, casi gritando, me dijo en español: '¡Vale, me cago en la leche, márchese, pero deje de destrozar la lengua de Molière!". Siempre soy sospechoso por millonario y comunista".

Una unión que empezó unos años antes, en París, un primero de mayo de 1967. Lagunero y su hija Paloma pasaban unos días parisinos, alojados en el Hilton y con reserva en Maxim's. Típicos ritos del lujo de la gente adinerada. Teodulfo, hijo de un represaliado profesor comunista, hermano de un ex presidiario político y él mismo conocedor de prisiones, había conseguido una fortuna con unas famosas urbanizaciones en la sierra de Madrid - "Un minuto para comprar, cien meses para pagar" decía el eslogan- que le permitían disfrutar una vida de lujos. Esa mañana, algo cambió su futuro. Había una manifestación por el primero de mayo; quizá intuyendo que tenía una cita con el destino, le propuso a su hija acudir después de la opípara comida. Ella era una adolescente entusiasta, su padre, un rico con el corazón rojo. "Esa tarde cambió mi vida. La mayoría eran manifestantes españoles. El corazón se me salía. Quería ponerme toda clase de símbolos, la enseña republicana, el retrato de Lenin, banderas rojas, anarquistas, yo estaba exultante adornando mi lujosa ropa con revolucionarios símbolos de mi pasado. Mi hija hacía fotos; yo daba abrazos. Pregunté por un viejo conocido, Fabriciano Roger, un comunista de Valladolid con el que compartí cárcel, fue el preso con más años en una prisión española, veintitrés años, uno más que Marcos Ana. No lo encontraba y me indicaron que preguntara a un amigo suyo, un hombre delgado con una cazadora de cuero llamado Marcos Ana. Yo sabía de él por Radio España Independiente, conocía su vida, sus versos. Le abracé, casi le estrujo y le expresé mi deseo de ayudar. Marcos permanecía atónito y defensivo".

"Todo aquello era un poco raro", dice Marcos Ana. "Un hombre con aspecto de rico y una jovencita haciendo fotos con una Polaroid, no parecían de nuestro mundo. Para salir de dudas les propuse ir a visitar a su supuesto amigo Fabriciano. Me acompañaron a su casa y pedí a Lagunero que no se diera a conocer, que..." Interrumpe Lagunero: "Bueno, déjame seguir a mí, que eres un jesuita rojo, lo que querías es verificar mi historia. Yo, aunque habían pasado dieciocho años, había engordado y transformado mi aspecto, estaba convencido de que me conocería. Así fue, me llamó Fufo- como los viejos amigos- y nos abrazamos como dos compadres".

Por Marcos Ana llega a Santiago Carrillo. Teodulfo quiere poner su dinero, sus relaciones, su capacidad arrolladora de convicción y su tiempo al servicio del Partido Comunista. Carrillo se da cuenta de que es un mirlo blanco, una lotería. Habían encontrado al Pimpinela Escarlata del Partido. "Muy pronto el extrovertido e impulsivo Teodulfo fue de los nuestros. Dolores y yo le firmamos un carné especial. Y nos servimos de sus relaciones. Era el hombre providencial para acercarnos a la realidad empresarial, al interior del régimen y a los incipientes reformistas del franquismo. Sin él todo hubiera sido más difícil. Compró una casa en París, donde se pudo organizar mejor toda la solidaridad con la España antifranquista. Gracias a generosidades como la suya, como había pasado con otros ricos solidarios, el pintor Leger que había donado su mansión al Partido Comunista Francés- la casa donde se firmó año después la Paz de Vietnam - los comunistas pudimos dignificar nuestros medios y nuestros mensajes".

Tres españoles muy diferentes y muy orgullosos de su condición. Sin olvidarlas, dejaron sus banderas, rojas o tricolores, para conseguir que la democracia llegara con menos conflicto a su país. "Recuerdo las horas", sigue Lagunero, "que pasamos con don Juan. Cómo se sorprendió de la disposición de los comunistas españoles y cómo, más de ocho veces, nos agradeció nuestra lección de patriotismo. Era el momento de dejar diferencias y banderas. Por aquella casa pasaron casi todos: de Polanco a Roca, de Oriana Fallacci a Regis Debray. Y desde allí se preparaban citas tan peculiares como la reunión a la que nos convocó José Mario Armero un verano porque el príncipe Juan Carlos quería información de primera mano. Carrillo, que esta vez estaba en Italia, tenía que reunirse con urgencia con un destacado personaje. No nos podían decir de quién se trataba. Era como si jugáramos a los espías. Resultó ser un Franco: Nicolás Franco y Pascual de Póbil". Sonríe Santiago reviviendo lo paradójico de tener que reunirse con un Franco para hablar de democracia. Las cosas estaban cambiando.

"Yo recuerdo mi primera detención como algo esperpéntico. Unos cuantos estudiantes de Valladolid habíamos organizado una protesta en el principal paseo de la capital. Una protesta antifranquista en el año 45, sin duda estábamos locos pero conseguimos que el paseo se quedara sin paseantes. Después convocamos una manifestación por la República el 14 de abril. Me pillaron in fraganti haciendo una pintada con una tiza. No había espray ni nada de eso. Nueve meses de cárcel, una tontería al lado de lo de Marcos. Todos éramos hijos de rojos, de represaliados o fusilados".

"Todavía", comenta Carrillo, "no habían tomado conciencia los hijos de los ganadores. Eso vino en el año 56, cuando en vez de una manifestación por Gibraltar, aquella convocatoria se convirtió en una repulsa contra los falangistas. Hay detenciones de estudiantes y muchos eran ya hijos de franquistas". Por aquellos años, Lagunero, que ya había conocido el éxito con academias privadas en Valladolid y Madrid, ejercía de profesor y abogado en Cádiz. Muy pronto se convertiría en un famoso empresario de la construcción.

"Mi mayor triunfo fue el Encinar del Alberche en Madrid, más de setenta millones de metros cuadrados urbanizados, la mayor urbanización del mundo. Por esa obra me dio Fraga, ministro de Turismo, una placa de reconocimiento. Como sabía que era comunista, me la entregó con fecha del Dieciocho de Julio. No fue el peor. Hubo serios problemas con otros. Algunos gobernadores civiles eran verdaderos caciques. Recuerdo un altercado con el gobernador civil de Guadalajara, Luis Ibarra Landete, había sido alcalde de Vitoria. Me amenazó, me negó la mano en público en una inauguración. Yo tenía gentes importantes en los consejos de administración, pero con éste se asustaron. Me sentí ofendido y les prometí que comería de la mano que me había rechazado. Solicité verle y por su secretario estuvo explícito: 'No le salía de los cojones'. Se me ocurrió otra táctica, contratar un relaciones públicas. Lo elegimos por ser amigo de falangistas, aunque era buen tipo, y algo familiar de Pilar Primo de Rivera. Enseguida le pedí que consiguiera una cita con el gobernador civil. Como era un cargo nombrado por su amigo Aramburu, consiguió que al siguiente día fuéramos recibidos con toda amabilidad. El desprecio desapareció, hasta me felicitó por la idea de hacer unos regalos navideños por los pueblos de la provincia. Ya estaba comiendo de mi mano. Contratamos como madrinas a Concha Velasco y Natalia Figueroa que iban en camiones descapotables repartiendo juguetes. Y encargué que llegaran tres reyes magos en un helicóptero hasta la urbanización para repartir más juguetes. Allí esperaban las autoridades, obispo incluido. El problema fue que uno de los reyes- que eran empleados míos- llegó mareado y manchó a varias personalidades. Películas de Berlanga, realismo de aquella España esperpéntica".

Y pasan revista a gentes y luchas, pasan años, fracasos, decepciones y renovadas ilusiones entre estos tres amigos. "Creo que mi mayor mérito", dice Marcos Ana, "fue servir de puente entre el Partido y la generosa solidaridad de Teodulfo Lagunero".

Dicen seguir siendo comunistas. Hablan seriamente de los errores, pero creen que las ideas siguen siendo válidas. Hablan de utopías. De socialismo. De mujeres y de cambio climático. Discuten sobre la película que Almodóvar quiere rodar con Marcos. Carrillo es partidario. Lagunero más escéptico- "a ver si sales de travestí"- y Marcos les tranquiliza sobre la seriedad del manchego. "Creo que Almodóvar puede ser muy sensible a nuestras vidas duras. Creo que tendrá el talento necesario para contar mi vida después de la cárcel".

Volvemos a los tiempos del viaje en peluca. "Era un día ventoso, un guardia de fronteras nos hace bajar. Buscaba paquetes de tabaco, mientras el secretario general de los comunistas españoles sujetaba su peluca contra el viento. Entonces un enorme camión pasó delante de nosotros: Transportes Carrillo. Se nos escapó la risa". Y siguen con sus bromas. Son como niños. Muy apasionantes. Muy extraordinarios. Muy españoles. Rojos que no usaron sombrero pero que tomaron angulas y jamón en la Costa Azul. Hay rojos muy raros.

De izquierda a derecha, el poeta Marcos Ana, Teodulfo Lagunero y Santiago Carrillo en un momento de su  conversación.
De izquierda a derecha, el poeta Marcos Ana, Teodulfo Lagunero y Santiago Carrillo en un momento de su conversación.LUIS SEVILLANO

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_