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Reportaje:LECTURA

Los secretos de la toma de Perejil

José María Aznar no perdió el tiempo al enterarse del incidente, minutos después de las tres de la tarde. Convocó una reunión de urgencia a las seis y media en el comedor de La Moncloa con casi medio Gobierno, que acababa de reajustar -faltaba Ana Palacio, la nueva ministra de Exteriores, que estaba despidiéndose de Bruselas-, y una retahíla de asesores. Pasadas las nueve de la noche, logró por fin que se le pusiera al teléfono el primer ministro marroquí, Abderramán Yusufi.

"Lo que habéis hecho nos parece un acto de fuerza intolerable". "Exijo una explicación y la retirada", espetó el presidente a su interlocutor marroquí, según contó después el propio Aznar a los que esperaban reunidos. Yusufi le contestó en castellano que no sabía de lo que le estaba hablando. Aznar reiteró sus exigencias, y el primer ministro le respondió esta vez: "Te insisto en que ni yo ni mi Gobierno hemos autorizado nada". "Si no fuera por la seriedad del asunto, pensaría que me estás tomando el pelo", prosiguió Aznar. "El Gobierno no ha ordenado nada", repitió Yusufi. "El hecho sólo lo conozco como lo conoces tú, pero no tengo muchas más explicaciones que darte", acabó reconociendo el primer ministro. "El asunto es grave, y más aún que no seáis capaces de reaccionar", sentenció Aznar. "De aquí a mañana exijo una explicación y una rectificación". "Si lo hacéis, nosotros olvidaremos el incidente, pero, créeme, es una situación que el Gobierno de España no va a aceptar". Y dio por terminada la conversación.

"El presidente quiere saber si se ha puesto nuestra bandera", preguntó Trillo a sus generales. El nerviosismo de Aznar animó al ministro a gastar una pequeña broma: "¡Y luego dicen que el presidente es una esfinge!"
"Ante la exhibición de músculo por España no teníamos nada que hacer", suelen contestar los marroquíes. Un alto cargo acabó confesando que tenían órdenes de no resistir
"Reunidos en Cabo Negro, el rey y su círculo más íntimo habrían querido dar un escarmiento a los españoles por su insolente demostración de fuerza en la bahía de Alhucemas"

Cuando Ana Palacio, recién nombrada ministra de Exteriores, logró por fin hablar con Benaissa, su homólogo le aseveró que estaban persiguiendo a terroristas islamistas en el estrecho de Gibraltar y acabó comparando la intervención marroquí en Perejil con la operación norteamericana Libertad Duradera en Afganistán. Palacio no daba crédito a lo que oía. "No me repita lo que me acaba de decir", le lanzó al teléfono, recuerda uno de sus colaboradores. "Dígame cosas serias", añadió. Se hizo un silencio. "Y si pasa algo grave, cuéntenoslo, y ya nos ocupamos nosotros", concluyó la ministra.

Al terminar la reunión en La Moncloa, pasadas ya las diez de la noche del jueves, Aznar se llevó aparte a su despacho al titular de Defensa, Federico Trillo. Le pidió que activase el punto dos que figuraba en un documento que el ministro le había entregado al llegar a la presidencia del Gobierno. El punto dos consistía en preparar una operación militar (...).

Trillo madrugó el viernes para presentar a Aznar antes del Consejo de Ministros la Operación Romeo Sierra, puesta a punto horas antes. El presidente preguntó cuánto tiempo se tardaría en ejecutar ("unas diez horas desde tu aprobación", le contestó el ministro), y, una vez en marcha, cuál era el plazo límite para cancelarla antes del asalto ("entre tres y cinco minutos", le respondió). Aznar le pidió que esa misma tarde volviese a La Moncloa "con discreción" y acompañado por los jefes de Estado Mayor y el general Pedro Andreu, jefe del mando de operaciones especiales, recién llegado de la base de Rabassa (Alicante).

Sin duda, Andreu causó mejor impresión a Aznar que el jefe del Estado Mayor de la Defensa, el almirante general Antonio Moreno, con quien tuvo momentos algo tensos. El almirante se mostró partidario de buscar una solución diplomática a un problema que, según él, era político, no militar. "Mire, almirante", le respondió Aznar, "los marroquíes han hecho algo ilegal". "Es cierto que para nosotros tiene un valor simbólico". "Lo tiene para ellos y para nosotros". "Pero si nosotros no reaccionamos, será interpretado como debilidad, y no sabemos cuál es el siguiente paso que darán".

La reunión se prolongó un rato más, pero ya sin presencia de los militares. Permanecieron en la sala los dos vicepresidentes, Mariano Rajoy y Rodrigo Rato, Trillo y un puñado de asesores. Un testigo recuerda que la discusión que allí se desarrolló fue un pequeño anticipo de las que tendrían lugar a finales del invierno de 2003, en vísperas de la invasión de Irak por Estados Unidos. Rajoy abogó por actuar cuanto antes. Rato aconsejó "enfriar el asunto" y dar más tiempo a la negociación diplomática.

Aunque la decisión estaba ya tomada, el presidente tardó cuatro días más en dar la orden definitiva. Lo hizo, según Trillo, por razones políticas, porque no quería emponzoñar con el contencioso con Marruecos el debate sobre el estado de la nación, que empezaba ese lunes en el Congreso de los Diputados. En declaraciones al autor, Aznar da otra explicación de la demora de seis días entre el izamiento de la bandera marroquí en Perejil y su sustitución por la española. "La diferencia de la posición de España con la que habrían adoptado otros países europeos como Francia o el Reino Unido y también Estados Unidos es muy sencilla: estas potencias habrían reaccionado en 24 o 48 horas recuperando la isla" que les hubiera sido arrebatada, asegura el ex presidente. "Nosotros la recuperamos en una semana porque yo quería tener todo el respaldo de la Unión Europea, todo el respaldo de la Alianza Atlántica y todo el respaldo de la comunidad internacional, y también el respaldo del Congreso". "Fue una decisión perfectamente calculada por nuestra parte".

Lo que también estuvo calculado fue cómo desalojarla. El presidente o sus ministros descartaron varias propuestas. Una de las más amables consistía en instalar un destacamento de guardias civiles en la otra punta del islote para subrayar así su uso compartido. Otra, algo más enérgica, pasaba por instaurar el bloqueo naval de Perejil impidiendo el avituallamiento de sus ocupantes. El director general de la Guardia Civil, Santiago López Valdivielso, sugirió encomendar la recuperación del islote a los Grupos de Acción Rural (GAR) del instituto armado. Sólo se corría un riesgo: que los marroquíes dispusieran en Perejil y en la costa adyacente de más efectivos de los estimados y que los GAR se viesen desbordados.

Los medios tecnológicos con los que contaba España, desde las cámaras del recién estrenado Sistema Integrado de Vigilancia Exterior (SIVE) hasta una avioneta Cessna atiborrada de material electrónico, que se hizo pasar por un aparato alquilado por una televisión, sin olvidar las escuchas telefónicas, permitían asegurarse de que no había tales refuerzos. Encargar esa tarea a la Guardia Civil restaba intensidad al conflicto, reducido casi a una operación de mantenimiento del orden, y evitaba humillar tanto al rey Mohamed VI. Pero la idea no prosperó porque se quiso infligirle la mayor de las afrentas.

Sin embargo, públicamente se negaba estar barajando intenciones belicosas. El domingo 14 de julio, por ejemplo, Ana Palacio descartó recurrir a la fuerza, "porque uno sabe dónde empieza, pero no dónde termina".

Gestión ingenua

Mohamed VI no acababa de creerse estas palabras de apaciguamiento. Dio instrucciones a Fadel Benyaich, amigo del colegio real y asesor para temas españoles -su madre es granadina-, de que se informase sobre las intenciones de Aznar. Benyaich pidió al embajador Arias-Salgado que le visitase en su casa el martes 16. "Se lo pregunté", recuerda Benyaich en declaraciones al autor, "y delante de mí llamó a Gil Casares", que recogía sus papeles en La Moncloa para hacerse cargo de la Secretaría de Estado de Política Exterior. Gil Casares contestó que no sabía nada, pero anunció que se lo preguntaría enseguida al presidente. Al cabo de un rato llamó a Arias-Salgado. "Me dice el presidente que no hay nada de eso", le comentó al embajador, que trasladó la respuesta a Benyaich. La gestión marroquí fue de una ingenuidad pavorosa.

Aznar dio su aprobación, y Trillo se precipitó a Defensa para dar las instrucciones pertinentes. A las 18.15 del martes, las unidades de operaciones especiales salieron de la base alicantina de Rabassa rumbo a El Copero, en Sevilla, aunque dos de los seis helicópteros aterrizaron por error en Morón. A las 23.43, el presidente reconfirmó la orden en La Moncloa en presencia de los vicepresidentes y de los ministros de Interior, Exteriores y Defensa

Reconstruir las últimas horas de las conversaciones nocturnas es difícil, porque las versiones española y marroquí difieren radicalmente en algunos puntos esenciales. Al parecer, Benaissa ofreció a su homóloga que los españoles se instalasen también en el islote, que sería así compartido, mientras que Palacio insistió en que los marroquíes se retirasen primero, y después guardias civiles y gendarmes volverían juntos.

Palacio acabó dando a Marruecos un ultimátum que expiraba a las cuatro de la madrugada del miércoles 17 de julio. Advirtió de que en caso contrario debían atenerse a las consecuencias. La ministra sabía, pero no se lo comunicó, que los boinas verdes españoles tenían previsto dar el asalto dos horas después. Benaissa le respondió que habría "una retirada marroquí a lo largo del día" 17.

La ministra sospechó que Benaissa intentaba ganar tiempo. El miércoles habrían desembarcado en Perejil, procedentes de Rabat, un montón de periodistas y los funcionarios del Ministerio de Comunicación que les acompañaban, lo que haría imposible tomar el islote por la fuerza. Insistió en que el ultimátum expiraba a las cuatro. Benaissa cedió. "Tengo que estar segura de que el rey lo acepta", le recalcó la ministra. "¿Cree usted que puedo despertar al rey a estas horas?", le preguntó su homólogo. "Pues sí", afirmó Palacio sin titubeos. Benaissa no sacó de la cama a Mohamed VI. Y España utilizó la fuerza para reimponer el statu quo en Perejil.

Anuncio de retirada

Benaissa y Fassi-Fihri abandonaron los aposentos reales de Rabat a la 1.15 del miércoles, según relató el ministro adjunto de Exteriores de Marruecos al autor. Habían participado en una sesión de trabajo con el rey y otro ministro adjunto, el del Interior, Fouad Alí Himma, íntimo amigo del monarca. "En esa reunión se tomó la decisión de retirar los elementos marroquíes del islote el miércoles 17 a última hora de la mañana", asegura Fassi-Fihri. "Su majestad siguió paso a paso la evolución de este asunto", añade. Himma permaneció esa noche a su lado, en la residencia, donde ambos se mantuvieron al tanto de la evolución de los acontecimientos. Por tanto, no había ninguna necesidad de despertar al soberano porque no dormía.

"De la residencia real fuimos directamente a casa de la embajadora de Estados Unidos, la señora Tutwiler", prosigue Fassi-Fihri. Les pareció una grosería pedir a esas horas a una señora que se desplazase al Ministerio de Exteriores. La visita era "para informarle de la decisión marroquí" de retirarse. "A la salida, Mohamed Benaissa llamó desde el coche a Ana Palacio para confirmarle la decisión tomada" de evacuar, añade. Descolgó el teléfono justo después de franquear la puerta de la Embajada estadounidense, y el CNI, que rastreaba sus movimientos, se equivocó al indicar que hablaba desde dentro del recinto diplomático, según fuentes del Ministerio del Interior marroquí. Al poco rato sonó el móvil de Benaissa. "Le llamó Palacio para exigir la retirada inmediata", asegura Fassi-Fihri. "Quiero la evacuación ahora mismo", le habría dicho la ministra. "En nuestra opinión, las autoridades españolas, pese a haber alcanzado un acuerdo político, habían decidido dar luz verde a la acción militar", concluye.

Ambas versiones, la española y la marroquí, coinciden al menos en que el acuerdo estuvo al alcance de la mano.

Trillo y sus colaboradores siguieron el asalto desde el Centro Especial de Comunicaciones y Operaciones de Defensa, en el Ministerio de Defensa. Al ministro le preocupaba especialmente la patrullera marroquí, la única unidad con la que se podía derribar un helicóptero. La información que recibió era tranquilizadora. "Está quieta, a unas 700 yardas al norte de Perejil, y no ha descubierto su artillería", le señalaron. Sus comunicaciones radiofónicas fueron además interceptadas. Avisó a su base de Tánger de la irrupción de los helicópteros españoles, pero no recibió instrucción alguna.

Equipados con fusiles de precisión Accuracy y con chalecos antifragmentos prestados por la Guardia Civil -el Ejército los tenía todos repartidos entre Bosnia, Afganistán, etcétera-, los boinas verdes rastrearon la parte alta del islote sin encontrar rastro humano. Retiraron la bandera marroquí, que ondeaba en lo alto, sin que se produjera reacción alguna. Empezaron después a bajar y se dirigieron a la tienda de campaña, de donde nadie había salido para hacerles frente. Eran las 7.06, y los primeros rayos de sol iluminaban Perejil.

El presidente prefirió permanecer en La Moncloa, donde no quiso instalar un dispositivo especial de seguimiento, pero se impacientó y se quejó porque Trillo se demoraba en llamarle, y finalmente tomó él la iniciativa de descolgar el teléfono. Le hizo además una pregunta que descolocó a su ministro. "El presidente quiere saber si se ha puesto nuestra bandera", preguntó Trillo a sus generales. El nerviosismo de Aznar animó al ministro a gastar una pequeña broma para relajar el tenso ambiente en el centro de comunicaciones: "¡Y luego dicen que el presidente es una esfinge!".

A las 7.29, tres soldados marroquíes salen de la tienda y se entregan. Otros dos, colocados en puestos de vigilancia, hacen otro tanto con los brazos en alto. El último, situado en un tercer puesto de observación, está también bajo control. Sólo eran seis. No había ningún enemigo más en el islote.

Trillo se anticipó esta vez a la llamada de Aznar para darle la buena nueva. Veinte minutos después, los boinas verdes dan por terminada la revisión del objetivo y se disponen a trasladar a los prisioneros a Ceuta.

"La isla está bajo bandera española y controlada", concluyó el narrador desde el buque Castilla. "Confirmamos que no ha habido que disparar". "Misión cumplida, presidente", informó Trillo a Aznar a las 7.59. "En Perejil ondea la bandera española", añadió con solemnidad.

Tras despedirse de Aznar, el ministro de Defensa se dirigió por megafonía a cuantos le rodeaban en el centro de comunicaciones: "Señores, el presidente del Gobierno me pide que les transmita a todos ustedes la enhorabuena por el excelente trabajo realizado, del que personalmente se siente muy orgulloso, sentimiento que, lógicamente, comparto. El pueblo español puede sentirse muy tranquilo con el trabajo de sus fuerzas armadas, que han demostrado estar, como no podía ser de otra manera, a la altura de las circunstancias. En nombre del presidente del Gobierno, ¡enhorabuena a todos!". La emoción atenazó a Trillo, y lo que pretendía ser un rotundo grito de alegría se convirtió en un casi inaudible "¡viva España!". Por último, Trillo pidió escuchar misa a las nueve en la capilla del ministerio.

Cada vez que he tenido oportunidad he preguntado a algunas de las más altas autoridades marroquíes por qué sus soldados, su patrullera, no reaccionaron al ataque español. "Ante la exhibición de músculo por parte de España no teníamos nada que hacer", suelen contestar encogiéndose de hombros. Un alto cargo me acabó confesando que sus hombres en Perejil tenían órdenes de no resistir al enemigo.

El miércoles 17 de julio, tras la derrota, Marruecos era un país sobrecogido y humillado, y aún hoy día lo sigue siendo cuando recuerda aquel episodio y las imágenes, difundidas dos años después por el semanario Interviu y reproducidas por su prensa, de los prisioneros marroquíes esposados y encapuchados por los boinas verdes.

Para Mohamed VI, la peripecia del islote tenía una lectura especialmente amarga: su abuelo Mohamed V logró la independencia en 1956; su padre, Hassan II, consiguió incorporar el Sáhara al trono, y él perdía el único pequeño territorio que se había propuesto conquistar. "Marruecos se sintió abofeteado al ver cómo había sido tratado", declaró el monarca a EL PAÍS en enero de 2005. "Marruecos se sintió insultado", insistió. En esa misma entrevista dejó traslucir su escaso aprecio por el anterior presidente español. Aseguró que en tiempos de Franco los marroquíes ya habían tenido una presencia permanente en el islote sin que el dictador se inmutase. "¿Es Aznar más franquista que Franco?", se preguntó con sorna el soberano.

Consejo de Ministros

Mohamed VI presidió ese miércoles 17 de julio un Consejo de Ministros extraordinario que concluyó con un comunicado que equiparaba "la ocupación española del islote" con una "declaración de guerra". Exigía también la "retirada inmediata y sin condiciones". Pero al mismo tiempo Benaissa dejaba claro que "si España se marchaba con sus tropas y símbolos", Rabat cumpliría el acuerdo alcanzado la víspera, es decir, no volvería a mandar a sus soldados al peñasco.

Benaissa, y en general todos aquellos que en Marruecos ostentaban una parcela de poder, dejaron de atender las llamadas telefónicas de España. Era, por tanto, imposible negociar directamente con las autoridades marroquíes la vuelta al famoso statu quo en el islote y la salida de los legionarios. Aznar encomendó a Palacio que convenciese al secretario de Estado norteamericano, Colin Powell, de que actuase como mediador. "Tienes que arreglar mi problema", le pidió Palacio el jueves, según reveló Powell en la entrevista que concedió a la revista estadounidense GQ en mayo de 2004. Al día siguiente, el Departamento de Estado remitía sendos borradores de acuerdo a españoles y marroquíes.

Casi cuatro años después de aquel incidente, Fassi-Fihri sigue aferrado a la versión oficial de la necesidad de instalar en Perejil un puesto de vigilancia. "Créame, la lucha contra todo tipo de tráficos delictivos es la única explicación de la presencia marroquí en el islote", insistió al autor.

Del lado español se siguen haciendo todo tipo de especulaciones sobre las motivaciones que incitaron a la cúpula marroquí a tomar tal iniciativa. El CNI sostuvo que aquello fue un pronto marroquí en reacción al despliegue, en los primeros días de julio, de cuatro corbetas, un buque de desembarco de la Armada y un helicóptero del Ejército en torno al peñón de Alhucemas, a menos de 600 metros de la playa de la ciudad. Reunidos en cabo Negro, el rey y su círculo más íntimo habrían querido dar un escarmiento a los españoles por su insolente demostración de fuerza en la bahía de Alhucemas.

José María Aznar y el rey Mohamed VI, en la puerta de La Moncloa, en septiembre de 2000
José María Aznar y el rey Mohamed VI, en la puerta de La Moncloa, en septiembre de 2000RICARDO GUTIÉRREZ

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