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Reportaje:Louis Rose | Escapó de El Álamo tres días antes del asalto final | COBARDES DE LA HISTORIA | la batalla de El Álamo

Para él no tocaron a degüello

Jacinto Antón

En la épica defensa de El Álamo, donde las figuras de la historia se acrecientan con la larga sombra de la leyenda, un sólo nombre ha sido inscrito en el amarillo color de la cobardía: Louis Rose, apodado por los amigos Moses, Moisés (por la edad), y mucho menos cariñosamente pasado a la posteridad como "la otra Rosa Amarilla de Texas" -la original, la que dio pie a la canción, fue Emily Morgan, escultural mulata cuyo patriótico retozar con el general Santa Anna, quiere el mito, dio tiempo a Sam Houston para ganar la batalla de San Jacinto- . Rose, de origen francés, como recuerda maliciosamente la historiografía estadounidense, escapó con vida de la antigua misión española para lidiar el resto de su existencia con el sambenito de gallina.

Travis trazó una línea en el suelo con su sable. Sólo Rose no la cruzó: "No estoy preparado para morir".

Nada peor que aparecer como el único cobarde entre valientes, que es lo que le ocurrió a nuestro Rose en las Termópilas tejanas, donde los heroicos Travis, Bowie, y Crockett y sus dos centenares de voluntarios se dejaron la piel ante las tropas mexicanas del general Santa Anna para defender, entre el humo de los cañones y el brillo de las bayonetas, la independencia de Texas.

El momento decisivo de Louis Rose, su hora funesta, tuvo lugar, cuenta la leyenda, el 3 de marzo de 1836, tres días antes de la caída de El Alámo, cuando el mujeriego coronel Travis, a la sazón al mando de los rebeldes sitiados, reunió a la tropa para lanzarles un discurso que si bien se mira no era muy alentador. Chicos, vino a decirles, estamos rodeados por un ejército suficientemente poderoso para aniquilarnos de un solo golpe, la ayuda no llegará a tiempo, y no nos vamos a rendir. Uno casi puede oír las tosecillas y carraspeos y el murmullo del deslenguado de turno: "Pues vaya". Deportivamente, Travis les anunció que su intención era quedarse y morir peleando por su país, pero que cada hombre podía tomar su propia decisión al respecto. Entonces, en uno de esos grandes gestos que pasan a la historia pero que causan tantos problemas, se supone que desenvainó su sable y trazó una línea en el suelo de arena de la vieja misión devenida fuerte: "Que todo hombre determinado a permanecer aquí y morir conmigo cruce esta línea", dijo. El primero fue el artillero Tapley Holland, con el que es difícil identificarse. Le siguieron todos los demás, incluidos enfermos que casi no podían andar; excepto Rose. Se dice que hasta Bowie, que estaba postrado con tifoideas y moriría en el lecho durante el último asalto (un mexicano le disparó a quemarropa y esparció su cerebro sobre la pared: la mancha se convirtió en un icono patriótico), se hizo llevar por cuatro hombres sobre una manta para cruzar la línea. El episodio entero de la arenga y la línea, como sucede generalmente con estas páginas ejemplares, es discutido por los historiadores serios y al cabo no se puede decir que quedaran muchos testigos.

Lo de Rose, que contaba 51 años, es difícil de explicar: hay que ser un cobarde muy valiente (o muy perseverante) para en una orgía de valor como esa permanecer al margen. Nuestro hombre, además, no parecía estar hecho, según las fuentes biográficas que poseemos -y que son todo lo discutibles que se quiera-, de la madera de los cobardes habituales. Nacido en 1785 en Laferée, Ardenas (Francia), se alistó en el ejército de Napoleón en el 101º Regimiento, alcanzó el rango de teniente y ganó la legión de honor. Sirvió en Nápoles, España, Portugal y participó en la campaña de Rusia. Incluso estuvo en Waterloo. Nadie sabe cómo fue a parar hacia 1827 a Nacogdoches, Texas. Se hizo amigo del afilado James Bowie, que de joven había domado caimanes, y eso fue probablemente lo que le llevó a El Álamo. En el fortín luchó durante diez días, se dice que tan bravamente como cualquier otro, y entonces se produjo el episodio de la línea en el suelo, y la fisura. Años después, cuando se le preguntaba a Rose porqué había tomado esa decisión de largarse, parece ser que contestaba invariablemente: "Por Dios, no estaba preparado para morir", que es toda una respuesta. Puede que le pareciera una tontería luchar una batalla perdida. Seguramente había visto ya demasiada guerra y demasiados muertos. Quizá tenía planes. Quién sabe. El hecho es que se descolgó esa noche por el muro y huyó; consiguió atravesar el cerco, dejando la (buena) fama para los otros. Se refugió en casa de unos amigos que le tomaron por un fantasma -"¡pero hombre, Louis, ¿no estabas en El Álamo?!"- . Reaparce luego en Nacogodoches trabajando como carnicero y actuando como testigo, sin pudor alguno, para los familiares de los defensores de El Álamo que aspiraban a cobrar pensiones del Gobierno tejano. Después se fue a Louisiana, donde murió en 1842. Nadie puede saber si esos seis años de prórroga le valieron la pena. Es conocido lo que pasó a los que se quedaron: los mexicanos, tras tocar a degüello (indicando que no se daba cuartel), entraron como una avalancha y los barrieron en 20 minutos, eso sí con graves pérdidas (cerca de 200 muertos, incluido un general), aunque la mayoría por fuego amigo. Travis recibió en el primer momento un disparo en la frente que lo dejó seco. Luego, juntaron los cuerpos de los defensores en una pira y les prendieron fuego.

Rose rehusó la gloria pero tuvo la oportunidad de contemplar otras puestas de sol, de disfrutar de la vida y acaso del amor. A cambio, aquí le tenemos, en la serie de los cobardes. Nunca se casó. En 1927 uno de los descendientes de su hermano cedió el que se cree era el rifle de Roses al museo de El Álamo. Es difícil valorar el regalo.

La historia de Rose tiene muchos detractores, hasta el punto de que hay quien pone en duda incluso que estuviera alguna vez en El Álamo -el libro canónico Three roads to the Alamo, de William C. Davis (Harper Collins, 1999), ni siquiera lo menciona-. Pero hay que tener en cuenta que todo el asunto del asedio y la batalla es bastante evanescente. Hubo bastante gente que se dio el piro, sin contar a los correos. Incluso el papel de David Crockett, el héroe capaz de matar 108 osos en ocho meses, se discute. Un grupo de historiadores afirma, que Crockett en realidad se rindió y sólo fue ejecutado luego cumpliendo las órdenes de Santa Anna (véase el apasionante debate en Sleuthing The Alamo, David Crockett's Last Stand, de James E, Crisp, Oxford, 2005, especialmente el sabroso capítulo Looking for Davy). Algunos iconoclastas creen que hay pruebas de que David Crockett, que además tendría ascendencia francesa -remontada a Antoine de Sassure Peronette de Crocketagne, comandante de la caballería de la guardia de Luis XIV-, acabó suplicando por su vida. A ver si en vez de una rosa amarilla solitaria resultará que en El Álamo se cosechó todo un ramillete...

Supuesta foto de Louis Rose, "el cobarde de El Álamo", a los 65 años, poco antes de morir.
Supuesta foto de Louis Rose, "el cobarde de El Álamo", a los 65 años, poco antes de morir.
La caída de El Álamo,   célebre cuadro de Robert Jenkins Onderdonk.
La caída de El Álamo, célebre cuadro de Robert Jenkins Onderdonk.FRIENDS OF THE GOVERNOR'S MANSION

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Sobre la firma

Jacinto Antón
Redactor de Cultura, colabora con la Cadena Ser y es autor de dos libros que reúnen sus crónicas. Licenciado en Periodismo por la Autónoma de Barcelona y en Interpretación por el Institut del Teatre, trabajó en el Teatre Lliure. Primer Premio Nacional de Periodismo Cultural, protagonizó la serie de documentales de TVE 'El reportero de la historia'.

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