_
_
_
_
_
Entrevista:LA GUERRA "CONTRA EL TERROR"

El torturado que ganó a la CIA

Abu Omar, 'El Egipcio', ex imán de Milán, fue apresado ilegalmente en 2003 y llevado a Egipto, donde afirma haber sufrido un martirio de cuatro años. Un juez italiano ha condenado por ello a 22 agentes de la CIA. Ahora, en El Cairo, Omar relata a EL PAÍS el caso y sus secuelas

Todo el mundo le conoce como Abu Omar, El Egipcio, pero se llama Osama Mustafá Hassan Nasr. Tiene 46 años, una densa barba gris tirando a blanca, la piel fina y tostada. Es padre de tres hijos, ex marido de dos mujeres. Y goza de una fama internacional a la que, si pudiera, renunciaría con gusto.

El pasado 4 de noviembre, el juez italiano Oscar Magi condenó a 22 agentes de la CIA, a un teniente coronel de la Fuerza Aérea estadounidense y a dos agentes secretos italianos por el secuestro de Abu Omar.

La sentencia le reconocía el derecho a ser reparado por la violación de sus derechos. "Más que histórica, la sentencia ha sido un milagro", comenta el clérigo vestido de blanco mientras toma un té con leche en un hotel de El Cairo.

"En la prisión donde estuvo encerrado había 40 o 50 secuestrados más. De España, que yo sepa, no"
Abu Omar (el padre de Omar) es un musulmán como Alá manda: elocuente, espiritual y luchador
Abu Omar, que sigue profesando el islamismo radical, considera a Al Qaeda como "un grupo de chiflados"
"¿Volver a Europa? No, estoy en la lista negra. Supongo que me siguen vigilando. Pero sigo adelante"

Lo primero que ha contado al llegar en tren desde Alejandría, la ciudad donde nació y donde vive ahora, es que EL PAÍS fue el primero que le entrevistó, en 2007, al acabar su calvario de cuatro años por tres prisiones egipcias, dos de ellas secretas, en las que, según afirma, fue torturado cada día durante 14 meses seguidos.

Su secuestro fue uno más entre los cientos cometidos en nombre del programa Extraordinary Renditions, eufemismo que camufla la guerra clandestina contra el terrorismo abierta por la Administración Bush tras los ataques a las Torres Gemelas.

La pena más grave de las 25 dictadas fue para el antiguo jefe de la CIA en Milán, Robert Seldon Lady: ocho años de cárcel. Al teniente coronel de aviación Joseph L. Romano, comandante del 37 Escuadrón, y a 21 funcionarios de la agencia de inteligencia les cayeron cinco años. Además, el juez condenó a tres años a Pio Pompa (principal acusado en otro caso de espionaje durante el anterior Gobierno de Silvio Berlusconi) y a Luciano Seno, miembros de la inteligencia militar italiana (SISMI).

El juez Magi, en cambio, no pudo emitir un veredicto sobre tres altos funcionarios estadounidenses y cinco italianos, que se libraron gracias a la inmunidad diplomática, los primeros, y al secreto de Estado, los segundos, aunque el fiscal milanés Armando Spataro, promotor del proceso, batalló duramente por evitarlo. "Con la oposición de Berlusconi, Prodi y los norteamericanos parecía imposible llegar al final del juicio", explica el ex imán. "Spataro es un héroe, y Berlusconi el peor gobernante de la historia. Ojalá también él acabe en la cárcel...".

Spataro, uno de esos magistrados milaneses que mantienen alta la bandera de la denostada justicia italiana, pidió a su Gobierno que reclamase a Estados Unidos la entrega de los agentes de la CIA. Primero Berlusconi y luego Prodi se negaron a solicitar la extradición, y blindaron el proceso contra los responsables del SISMI. "Me entristece que no hayan pagado su deuda Niccolò Pollari, el jefe de los servicios secretos, y los jefes estadounidenses", afirma el clérigo.

Los condenados deberían indemnizar con un millón de euros a Abu Omar y medio millón más a su ex mujer, Nabila Gahli. "Mandé en febrero un mensaje a Obama por Internet diciéndole que quiero ser resarcido, pero no me ha contestado. Esperaremos. Si no cobro yo la indemnización, igual mis hijos sí. Un mes, un año, 100 años. Lo importante es que nos devuelvan lo que es nuestro".

El Egipcio sabe ya que Washington ha mostrado su "decepción" por una resolución que puede generar nuevas investigaciones. "En la prisión donde estuve encerrado había 40 o 50 secuestrados más", dice. "Los cogieron en Pakistán, Chechenia, Uzbekistán, Yemen, Arabia Saudí, Canadá, Estados Unidos, Suecia... ¿En España? No, que yo sepa no".

Hoy, Abu Omar sigue profesando el islamismo radical ("para mí, el islam lo impregna todo"), pero ya no da sermones y no parece un terrorista peligroso. Considera que Al Qaeda es "un reducido grupo de chiflados", dice "no comprender" los ataques del 11-S, y se siente "ofendido" por los atentados en Madrid. "Espero que España haga justicia pronto", afirma con ganas de agradar y cierto candor desinformado.

Si se le pregunta si defiende la yihad, responde que "yihad no significa guerra santa, sino resistencia y contención. El problema es que Occidente no quiere islamistas en el poder. Nos roba el petróleo, invade nuestros mercados, cree que sólo somos una vaca a la que ordeñar. No podemos aceptar una cosa así. ¿La democracia es matar niños en Palestina o Irak? ¿Si procesaron a Pinochet, no deberían procesar también a Bush y a Blair?".

Corpulento y no muy alto, de mirada franca y sonrisa permanente, Abu Omar (textualmente el padre de Omar) es un musulmán como Alá manda: elocuente, espiritual y luchador. De joven fue un radical, y perteneció al grupo Al Gama'a Al Arabiyya, que luchaba por derrocar a Hosni Mubarak y que en 1997 fue acusado de instigar la matanza de Luxor.

Antes de eso, en 1988, siendo estudiante de Derecho, Nasr pasó seis meses en un campo de detención. "Ya entonces fui torturado. Tenía sólo 23 o 24 años. Luego decidí irme del país", explica. "Pasé por Jordania, Yemen, Pakistán, Albania, Alemania y en 1997 llegué a Italia. En 2001 me dieron el estatus de refugiado político".

Se instaló en Milán y se convirtió en el imán de la ciudad. Allí vivía con su mujer y sus dos hijos (Sara, que hoy tiene 15 años, y Omar, 12) cuando su vida dio un vuelco inesperado. Hoy, más sereno pero todavía herido por dentro, recuerda con buena oratoria -traduce al italiano el intérprete y fotógrafo Daniele Orsini- y una memoria espléndida -los imanes se aprenden el Corán-, la película de su secuestro.

"Era 17 de febrero de 2003. Salí de casa a las 11.45. Siempre iba a la mezquita andando, por el mismo camino. Vi una furgoneta blanca que circulaba a mi lado. Doblé en una calle más pequeña y un 127 rojo se paró enfrente. Bajaron dos personas que me parecieron americanos, de piel blanca y rojiza y pelo rubio, diferentes del aspecto físico italiano. Uno se acercó diciéndome que era policía y enseñándome la placa. Me pidió los documentos, le di el pasaporte italiano y el permiso de residencia. Llevaba 450 euros, ese día iba a pagar el alquiler de la casa. El tipo sacó el móvil y se puso a hablar apoyado en la pared. En un momento dado, noté que dos gigantes me cogían por detrás. Me metieron en la furgoneta blanca. Me pusieron un pasamontañas".

"En la furgoneta había cuatro personas. No sé si eran americanos o italianos porque no dijeron una palabra. El tipo que me abordó se subió al 127. La furgoneta se puso en marcha. Tuve problemas de respiración, así que me abrieron la ropa, me dieron un masaje cardiaco y me levantaron el pasamontañas para ver si estaba vivo o muerto. El viaje duró cinco horas, quizá cuatro y media. Cuando el coche se paró [en la base militar de Aviano], me metieron en otro vehículo. No sé si era un coche o un avión, estaba muy confuso (era un avión). Ese trayecto fue más corto. Tres horas y media, cuatro. Llegamos y me hicieron bajar; hacía mucho frío. Oí ruidos de motor, parecía un aeropuerto. Luego supe que era la base de Ramstein, en Alemania. Me metieron en una habitación durante diez minutos. Me cortaron la ropa con tijeras y me pusieron otra cosa encima, las mangas y las perneras eran cortas. Me izaron en volandas y me hicieron subir a un avión".

"Me tiraron al suelo y parecía una nevera. Luego empezó a calentarse, pusieron música clásica. Después me colocaron algo en las orejas y dejé de oír. Me ataron un cable al dedo del pie, quizá para controlar el ritmo cardiaco. Luego sentí el despegue. Me pusieron oxígeno, pero no me dieron ni comida ni bebida, tampoco pude ir al baño. Me ataron las muñecas y los brazos con plásticos. Me taparon los ojos con una cinta adhesiva. El viaje duró ocho o nueve horas. Cuando bajamos, eran tres o cuatro escaleras: supe que era un avión militar o privado. Me metieron en un coche, y al bajar me destaparon los oídos. Alguien dijo algo en dialecto egipcio, y oí la llamada al rezo; decía: 'El rezo es mejor que el sueño', debían ser las cuatro de la mañana".

"Llevaba 16 horas atado. Me sangraban las muñecas y los tobillos. Me quitaron las esposas de las manos, pero no las de los pies, y me subieron a otro coche. Al llegar, me quitaron la venda de los ojos y me desgarraron tiras de piel. Me hacían preguntas de rutina, y entonces me dicen: 'Osama, hay una personalidad que quiere hablar contigo, te va a hacer una pregunta y debes contestar sí o no'. La pregunta era: '¿Aceptas volver a Italia en ese avión y no contar lo que ha pasado?'. Le dije que no, y me respondió: 'No digas nada más'. Después supe que en esa habitación había varios americanos, entre ellos el jefe de la CIA en Milán, Robert S. Lady, que estuvo presente en las torturas que sufrí esos días. El que me preguntó era el ministro del Interior, Habib el Adli. Todavía lo es".

"Luego me llevaron a una celda y me dijeron: aquí vivirás. Me quitaron la venda y vi una habitación vacía de 2×1,5 metros. Era el edificio de la Inteligencia General Egipcia, no lejos del palacio presidencial. Pasé siete meses allí. Aislado. Los interrogatorios se hacían en dos sesiones diarias. De once a tres de la mañana, y de once a tres de la noche. En Egipto, interrogatorio quiere decir tortura. La primera fue al día siguiente. Me ataron las manos a una pierna para reírse de mí. Caí al suelo y me quitaron los pantalones. En la sesión había miembros de la CIA. Me dieron descargas eléctricas en los testículos, golpes con cables, con las manos, puñetazos. Toda clase de torturas y vejaciones. Un día pusieron un colchón bañado de agua y me tumbaron en él. Un guardia se sentaba en una silla a mis pies y otro junto a mi cabeza para evitar que volara cuando soltaban la corriente. Me hacían tortura psicológica, preguntas inútiles... O me cogían los testículos con la mano y apretaban".

"Siempre tenía los ojos vendados. No sabía si era de noche o de día. Una mañana me quitaron la venda y me hicieron firmar dos papeles. Uno decía que había llegado a Egipto sin nada (se quedaron los 450 euros), el otro que no había sido torturado. Me pegaron hasta que firmé. No sabía qué mes era, me enteré por los papeles: septiembre de 2003. Habían pasado siete meses. Me metieron en un coche. Pensé: me llevan a Italia".

Pero no. "Me llevaron a la sede de la Seguridad del Estado. Más sucio que el primero en todos los sentidos: peor trato, lugar más horrible. Torturaban a conciencia. La celda era pequeña y olía horriblemente. Era un baño nauseabundo, lleno de ratas y escarabajos. Había un agujero en el suelo para hacer las necesidades. Me decían: 'Cada vez que sientas que se abre la puerta, ponte de pie y levanta las manos, si no te damos una descarga'. Todo el tiempo se oían los gritos de las otras celdas, ahí se me puso la barba cana. Esa cárcel secreta dependía de Omar Suleiman. Todavía sigue en el cargo, se dice que será candidato a las presidenciales. Pasé allí otros siete meses".

"Dos meses antes de que me soltaran, el tratamiento mejoró y me hicieron una oferta. Si iba al fiscal, y declaraba que había vuelto a Egipto por mi voluntad, porque estaba harto de Europa, me dejarían irme. Lo dije, y me soltaron. Era abril de 2004. Me dijeron que debía cumplir siete condiciones: no irme de Egipto, no contar el secuestro, no llamar a mi mujer y mis hijos a Europa, no salir en televisión, no hablar con organizaciones de derechos humanos, no ser imán nunca más, y no salir de Alejandría. Cuando llegué a casa llamé a mi mujer y se lo conté todo. A las dos semanas, llegó la Seguridad del Estado y me pusieron la cinta con la conversación de mi mujer. Se la daría el Gobierno italiano, supongo".

"En mayo de 2004 me mandaron a la cárcel de Tura. Allí estuve casi dos años. Muchos presos venían de la cárcel de Suleiman. También habían sido secuestrados en el extranjero. Casi todos eran egipcios, pero el más famoso era el libio Bin Sheijk el Libi (muerto en 2009 a causa de un presunto suicidio). Contó bajo tortura que Sadam tenía relaciones con Al Qaeda, los egipcios pasaron la información a Estados Unidos, y con eso montaron la invasión de Irak. Bajo tortura dices lo que sea".

"En Tura me pusieron en aislamiento, pero mi mujer me visitó una vez y leía los periódicos. Me enteré del secuestro de la periodista italiana Giuliana Sgrena en Irak, y escribí una carta pidiendo su liberación. En ese momento explotó mi historia. Spataro y su grupo empezaron a investigar y a presionar a la justicia egipcia. Yo empecé a escribir mi relato, y se publicaron 14 páginas. Mi familia demandó al ministro del Interior, el tribunal aceptó la demanda, me soltaron, me volvieron a encarcelar, el caso creció y los americanos vinieron a la cárcel a negociar. Dije que no, y en febrero de 2007 llegó la liberación. No había cargos contra mí".

"¿Volver a Europa? No, estoy en la lista negra. Supongo que me siguen vigilando. Esto es una dictadura, el tirano lleva 28 años en el poder y se lo quiere ceder a su hijo. Pero sigo adelante. Hace tres meses me divorcié de mi mujer, estaba destruido moral y físicamente, muy nervioso. Los problemas físicos se curan, los psicológicos son más duros".

Vídeo: MIGUEL MORA/ MÓNICA ANDRADE

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_