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Reportaje:AJEDREZ

El trono helado de Krámnik

El nuevo campeón del mundo de ajedrez ha cambiado la genialidad por la gelidez teórica

Leontxo García

Fríamente correcto, sobrio, perfeccionista, enemigo acérrimo del riesgo, gran defensor, Vladímir Krámnik es el primer campeón único que tiene el ajedrez desde el cisma de 1993. Este ruso de 31 años sucede en el trono a sus inmortales compatriotas Anatoli Kárpov y Gari Kaspárov tras derrotar al búlgaro de Salamanca, Véselin Topálov, en un duelo trufado de escándalos, donde el pragmatismo de Cannavaro se impuso al juego bonito de Ronaldinho.

Teatro del Kremlin, Moscú, 30 de abril de 1996. Ni una butaca libre. El público, enardecido, aplaude de pie durante varios minutos a Krámnik tras su brillante victoria sobre Kaspárov en la final del torneo Estrellas del Kremlin. Los espectadores salen convencidos de que el ajedrez tiene una nueva K con carisma de campeón.

El actual campeón hizo algo cercano a lo imposible: barrer a Kaspárov en el torneo de Dos Hermanas. La partida dio la vuelta al mundo
Krámnik destronó a Kaspárov de manera muy peculiar: secando la creatividad de su rival y provocando posiciones soporíferas

Cuatro años antes, Kaspárov convenció a los directivos de la Federación Rusa de Ajedrez para hacer algo sacrílego: incluir a un chico de 16 años en la selección nacional para la Olimpiada de Ajedrez de Filipinas. Krámnik, nacido en Tuapse (costa del mar Negro) de una profesora de música y un famoso escultor, confirmó el buen ojo de Kaspárov: medalla de oro individual y contribución decisiva al triunfo de Rusia. Detrás de esa hazaña estaba el gran patriarca del ajedrez soviético, Mijaíl Botvínik. Cuando recibió una carta con una partida del niño Krámnik, Botvínik le invitó a a su escuela especial en Moscú. Poco después, Kaspárov dijo: "Krámnik entiende los secretos del ajedrez como un virtuoso".

Un mes más tarde de aquella ovación, Krámnik hizo algo cercano a lo imposible: barrer a Kaspárov en el torneo de Dos Hermanas (Sevilla). La partida dio la vuelta al mundo. Krámnik compartía con Kaspárov el primer puesto de la lista mundial.

Por extraño que parezca, la luz cegadora de Krámnik empezó a apagarse más o menos desde ese momento: la curva de sus éxitos ha seguido muy arriba hasta hoy, pero su juego casi nunca emociona, aunque sí causa un gran impacto con frecuencia, por su asombrosa precisión. Renegó de su calidad como deportista y artista para concentrarse obsesivamente en la búsqueda científica de la perfección, sin entender que ahora el ajedrez profesional no puede funcionar como en la extinta URSS, amamantado por la gran ubre del Estado.

Y entonces llegó su bestia negra, el español Alexéi Shírov, nacido en Letonia, muy irregular pero capaz de ganar a cualquiera en luchas excelsas. Shírov y Krámnik disputaron la final del Torneo de Candidatos en Cazorla (Jaén) en 1998, y ganó el español. Pero Kaspárov le ignoró alegando que no había patrocinadores interesados en un duelo Kaspárov-Shírov, y sí en un Kaspárov-Krámnik, que se jugó en Londres, en 2000.

Krámnik destronó a Kaspárov de manera muy peculiar: secando la creatividad de su rival, provocando posiciones soporíferas que no requerían ímpetu e instinto asesino, sino técnica y paciencia.

Pero el gran prestigio de Krámnik se fue diluyendo, por su escasa combatividad. Además empezó a sufrir un doloroso tipo de artritis, que no le impidió mantener el título en 2004. Cuando, un año más tarde, Topálov ganó el Mundial oficial en San Luis (Argentina), casi nadie reconocía ya a Krámnik como campeón legítimo.

Y así llegó este "Mundial de reunificación", cuyo desempate acaba de ganar Krámnik en Elistá (Rusia). Pero sus partidas sólo encandilan ahora a los muy expertos. Aquellas de hace diez años, en Moscú y Dos Hermanas, producían en los aficionados sensaciones similares a las de la Novena de Beethoven en cualquier amante de la música. Aquel Ronaldinho es ahora un Cannavaro.

Demasiadas visitas al retrete

ES PROBABLE que el gran progreso de las computadoras de ajedrez obligue a tomar medidas extremas en los torneos para evitar trampas. Por ejemplo, utilizar inhibidores de ondas para impedir que alguien, armado con un potente ordenador, pueda soplar jugadas a uno de los participantes a través de un microauricular oculto. Sin embargo, ese temor no fue más que una excusa en los sonrojantes episodios de este Mundial de Elistá, capital de la república autónoma rusa de Kalmikia.

Varios ajedrecistas rusos, y entre ellos Serguéi Dolmátov, ayudante de Krámnik, habían acusado a Topálov, sin pruebas ni indicios sólidos, de hacer trampas en el Mundial que ganó hace un año en Argentina; Krámnik permaneció callado.

El representante de Topálov, Silvio Danáilov, mezcló la venganza con la guerra psicológica del peor estilo para insinuar que las frecuentes visitas de Krámnik al retrete durante las partidas de este Mundial se debían a que tenía algún artilugio electrónico escondido.

Con múltiples incidencias, cuyos detalles ocuparían varias páginas, el Comité de Apelación dio pábulo a las estridencias de Danáilov. Krámnik, indignado, no se presentó a la quinta partida. La FIDE se la dio por perdida. Y es probable que el ruso lleve el caso al Tribunal de Arbitraje Deportivo de Lausana (Suiza), por dignidad.

En todo caso, los programas de ajedrez seguirán ocupando la mente de Krámnik durante las próximas semanas, pero por motivos muy distintos: el ruso se enfrentará en Bonn a Fritz, uno de los mejores ajedrecistas de silicio, del 24 de noviembre al 6 de diciembre. Con su estilo ultrasólido, Krámnik es sin duda el rival de carne y hueso más duro para Fritz. Si gana, será el campeón de los humanos e inhumanos. Y con K, pero sin carisma.

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Sobre la firma

Leontxo García
Periodista especializado en ajedrez, en EL PAÍS desde 1985. Ha dado conferencias (y formado a más de 30.000 maestros en ajedrez educativo) en 30 países. Autor de 'Ajedrez y ciencia, pasiones mezcladas'. Consejero de la Federación Internacional de Ajedrez (FIDE) para ajedrez educativo. Medalla al Mérito Deportivo del Gobierno de España (2011).

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