_
_
_
_
_
Reportaje:DEPORTISTAS ROTOS

"Me usan y me tiran a la basura"

George Visger ha perdido la cuenta de las conmociones cerebrales sufridas, que le tienen al borde de la demencia. Es uno de los muchos jugadores a los que la Liga de Fútbol Americano niega ayuda para cubrir los gastos médicos necesarios por las lesiones sufridas

Joseph Harris estaba sentado a la mesa cuando su mujer irrumpió en el salón: '¡Te dejaste el fuego encendido!' Él ni siquiera recordaba haber cocinado aquella comida. Tenía entonces 55 años y estaba a punto de ser diagnosticado con demencia y pérdida de memoria a corto plazo.

Jugador de la Liga Nacional de Fútbol (NFL), a finales de los 70 con los 49ers de San Francisco y los Chicago Bears, Harris respiró y sudó fútbol americano desde su infancia. Se despertaba, levantaba pesas. Volvía del colegio, levantaba pesas. Aprendió rápido las indicaciones del entrenador: detener a cualquier jugador que intentara cruzar las líneas. "Usa la cabeza, haz el bloqueo con la cabeza, siempre con la cabeza".

"A los 27 años te sientes inmortal, nadie te puede lesionar. Hasta que envejeces y te das cuenta de que no eras invencible"
Tienen 19 veces más probabilidades de sufrir Alzheimer, el triple de depresiones y más casos de demencia temprana

Harris ha perdido la cuenta del número de conmociones cerebrales que sufrió, aunque ninguna le dejó en el banquillo. Antes de volver al campo los médicos le preguntaban cuántos dedos veía. Si contestaba que tres, le decían que golpeara "al del centro". "A los 27 años te sientes invencible, inmortal, nadie te puede hacer daño ni te puede lesionar, no lo entiendes hasta que envejeces y te das cuenta de que no eras invencible".

El veterano de los Chicago Bears es uno de los muchos jugadores de fútbol americano con lesiones derivadas del deporte y a los que la NFL, máxima institución deportiva en Estados Unidos, ha negado ayudas para cubrir sus gastos médicos. La Liga justifica la falta de apoyo a Harris, discapacitado, porque ya había cumplido 55 años en el momento de su diagnóstico. Aunque el verdadero problema durante décadas ha sido otro: la NFL no reconoció hasta hace dos años que existiera una conexión entre los traumatismos y el hecho de que un jugador tenga 19 veces más probabilidades de sufrir la enfermedad de Alzheimer que cualquier hombre entre 19 y 49 años, el triple de diagnósticos por depresión que un adulto ileso, o desarrolle demencia a edades más tempranas. Un juez aclarará la posible negligencia de la NFL gracias a las cuatro demandas interpuestas por 170 jugadores que acusan a la Liga de ocultar la gravedad de las lesiones que podían sufrir en el campo.

Las denuncias en contra de la NFL, que ingresa 9.300 millones de dólares al año (unos 7.000 millones de euros), son el resultado de una turbulenta década de investigaciones médicas, suicidios de jugadores que fueron símbolo de generación tras generación y una silenciosa revolución dentro de un deporte víctima de su propia cultura.

Como la cultura norteamericana, el fútbol exige disciplina, trabajo duro, sacrificio por los demás y logros individuales. El dolor, en la NFL como en la calle, es tabú. Sentarse en el banquillo es regalar la titularidad a un compañero. Los jugadores no dicen nada, los entrenadores están obligados a ganar el partido y los médicos no pueden sentar a un jugador hambriento por pasar a la historia.

La agresividad de los jugadores y dureza del juego no se condena en EE UU como en Europa. Nunca ha sido repudiada, sino glorificada. En 1985 Ronnie Lott, héroe de los 49ers de San Francisco se amputó en la banda su propio dedo meñique, aplastado tras un bloqueo. Pasar por el quirófano hipotecaba el resto de la temporada. En 1993, un anuncio de Nike alabó su historial: "Tres conmociones cerebrales, una pierna rota, dos operaciones de rodilla, rotura de clavícula y a saber cuántas fracturas nasales. No hay forma de que Ronnie siga jugando, debe haber perdido un tornillo. Un tornillo suelto, pónganlo en la lista".

Mike Webster, cuatro veces campeón de la Super Bowl con los Steelers de Pittsburg en los años 70, murió en 2002 a los 50 años. Arruinado, dormía en la estación de tren. "Vivía como un esquizofrénico", recuerda el autor de su autopsia, Bennet Omalu, neurocirujano de la Universidad de Virginia Oeste y codirector de su Instituto de Investigación del Cerebro. El certificado de defunción decía "muerte súbita", pero Omalu se empeñó en analizar su cerebro. Descubrió una acumulación anormal de proteínas en varias áreas, sólo detectada antes en boxeadores. Acababa de diagnosticar el primer caso de ECT, Encefalopatía Crónica Traumática, la versión de 'demencia pugilística' que padecen los jugadores de la NFL.

Al cabo de un año había encontrado un segundo caso. A los tres años, tenía seis. Hoy son veinticuatro. Todos presentaban el mismo historial: los primeros síntomas aparecieron una década después de retirarse, y se parecían mucho a los de una persona con trastorno bipolar. Cambios de humor, tendencias agresivas, trastornos obsesivo-compulsivos, insomnio, depresión, pérdida de memoria y de las funciones cognitivas. Omalu no dudó en relacionar los golpes que recibe un jugador en la cabeza en el terreno de juego y en los entrenamientos; las imágenes que veía en el microscopio y los síntomas de los que hablaban los jugadores antes de morir. Pero topó inmediatamente con la opinión de la NFL, que ha negado cualquier prueba científica hasta hace dos años.

En 2003, un ingeniero de la Universidad Virginia Tech hizo un estudio colocando sensores electrónicos en los cascos de los jugadores. En diez partidos y una treintena de entrenamientos contabilizó más de 3.300 impactos. El Colegio de Neurocirujanos de EEUU encontraría poco después que el 60 por ciento de los jugadores de la NFL ha padecido al menos un traumatismo craneoencefálico a lo largo de su carrera profesional. Uno de cada cuatro ha sufrido más de dos. Y ninguno tiene un casco suficientemente avanzado tecnológicamente que le proteja de los traumatismos. Porque no existe.

Médicos y expertos reconocen que los cascos sólo protegen ante los impactos agudos que causan fracturas óseas, pero no impiden las lesiones permanentes e irreparables en el cerebro. El hallazgo de Omalu precipitó una revolución en la NFL que dejó en evidencia a la industria de fabricantes de cascos e incitó la convocatoria de una audiencia en el Congreso que acabó en 2007 con la dimisión del jefe médico de la Liga, un profesional sin experiencia en neurocirugía y que siempre negó la validez de los estudios de Omalu.

Su sucesor, Richard Ellenbogen, quiere cambiar la historia y se plantea estos días si hacen falta nuevas normas de juego para proteger la salud de los jugadores. El jefe de neurocirugía del Hospital Harborview de Seattle reconoce que las características de los jugadores sólo agravan las lesiones. Según la revista TIME, el peso medio de los futbolistas ha aumentado un 10 por ciento desde 1985. La media actual está en los 112 kilos y, mientras que hace 20 años el bloqueador más grande pesaba 127 kilos, Michael Jasper batió récords en el último draft con sus 178 kilos. "Estamos hablando de superatletas. Es un deporte extremadamente físico y no podemos deshacernos de ese componente violento, aunque debemos mejorar la seguridad".

Ellenbogen trabaja con veteranos como George Visger, quien sugiere que se eliminen los cascos para que los futbolistas dejen de usar la cabeza. En su primer encuentro a nivel profesional recibió entre 25 y 30 golpes en la cabeza. "Iba a la banda, me daban sales de amonio como a los boxeadores, y seguía jugando", recuerda.

La carrera de Visger con los 49ers de San Francisco terminó aquella primera temporada. A comienzos de 1981 fue diagnosticado con hidrocefalia y cuatro meses después de la final de la Super Bowl había pasado dos veces por el quirófano. Con 53 años, ha sobrevivido a nueve operaciones para liberar la presión intracraneal producida por la acumulación de líquido cefalorraquídeo en el cerebro. Suple la falta de memoria a corto plazo tomando notas de todo lo que se le ocurre, hace tres meses que perdió su casa, vive en un motel y ya ha ganado su primer pleito con la NFL, que le indemnizó por lesiones en el lugar de trabajo, el campo de juego. Su nombre está entre los 170 exjugadores que denuncian a la NFL.

Algunos de los futbolistas en las mismas circunstancias que Visger tienen derecho a una pensión de 250 dólares al mes (191 euros). El máximo al que pueden acceder son 40.000 dólares (30.600 euros) anuales por discapacidad total, pero para eso la NFL tiene que reconocer antes que las lesiones son derivadas del fútbol. Visger ni siquiera cualifica para la prestación mínima porque sólo jugó un año de los cuatro requeridos para recibir la pensión. "Les denuncio porque me han utilizado, me han tirado a la basura como si fuera el trozo de una máquina estropeada. Ni siquiera sabía a cuánta gente habían tratado igual de mal que a mí". Harris, que no cambiaría un minuto en el campo por nada y hubiera jugado gratis, confiesa que la negligencia de la NFL le hace sentir utilizado "peor que a un esclavo".

Dave Duerson, ganador de dos títulos con los Chicago Bears, apareció muerto en su apartamento en Miami el pasado 17 de febrero. Estrella de la NFL a comienzos de los 80, se suicidó de un disparo al corazón. Horas antes había mandado un mensaje de texto a su ex mujer, de la que se había divorciado cuatro años antes, pidiéndole perdón "por la persona en la que se había convertido". Un mensaje similar le llegó a su prometida. Y en la mesilla, una larga carta de despedida con posdata: "Por favor, noten que dono mi cerebro al Banco de Cerebros de la NFL".

La muerte de Duerson está considerada como un momento clave en el cambio que vive la Liga. Si Muhammad Ali, rey del boxeo que padece Párkinson desde hace 27 años ha servido para asociar deporte y enfermedad, el suicido de Duerson, que se disparó en su propio corazón para salvar su cerebro, podría hacer lo mismo para las próximas generaciones de seguidores y jugadores de la NFL.

La demencia causada por traumatismos craneoencefálicos fue diagnosticada por primera vez en 1929, en un boxeador. Tomó entonces el nombre de 'demencia pugilística'. "La mayoría de nosotros creció sabiendo exactamente lo que significaba, el público era consciente de que un número importante de boxeadores [un 20 por ciento] desarrollaban demencia y eso es un logro importante", comenta Julian Bailes, colaborador de Omalu y director del Departamento de Neurocirugía del Instituto Neurológico Northshore, en Illinois. Pero desde los años 20 hasta que el doctor Omalu diagnosticara el primer caso de CTE en un exjugador, la NFL se ha empeñado en separar ambas cosas. La institución no investigó las lesiones cerebrales en jugadores hasta 1994, con la creación de un Comité de Lesiones Cerebrales Leves. Diez años después publicaron los resultados del estudio, concluyendo que como "un porcentaje importante de jugadores regresan al campo en el mismo partido en el que sufrieron un golpe y la mayoría de ellos fueron alejados de cualquier actividad física durante menos de una semana, los traumatismos cerebrales en el fútbol no son lesiones graves".

La ceguera histórica de la NFL ante estos daños, combinada con el silencio de los jugadores en torno a sus propias lesiones y una cultura que valora el heroísmo por encima de la salud, fue el ingrediente explosivo de un cóctel que obligaría a dejar la protección de los futbolistas para más tarde. Cualquier cambio de las normas de juego siempre resultó demasiado tímido. En 1962, la NFL prohibió agarrar del casco a otro futbolista. En 1976 penalizó con un retroceso de cinco yardas por atrapar el casco de un oponente y quince si lo retorcía o arrancaba. Un año después prohibió agarrar con las manos el cuello, rostro o cabeza de un contrincante. Y a partir de 1979, vetó golpear, chocar o aplastar el cuerpo de un oponente utilizando el casco por considerarlo "brutalidad innecesaria".

Los jugadores siempre encontraron otro modo de parar al rival. En 2005, la NFL revisó todas las faltas cometidas durante la temporada anterior y encontró que un tipo de bloqueo, agarrando la parte posterior de las hombreras a la altura del cuello, causó seis lesiones graves. En cuatro de ellas un mismo jugador rompió las piernas a otros cuatro. En la siguiente temporada esta táctica quedó prohibida, pero fue legal durante dos años más en las categorías inferiores.

Más de un millón de menores de edad practican fútbol, y unos 60.000 sufren un traumatismo craneal cada año, según la Revista de Entrenamientos Deportivos, recibiendo golpes en su cerebro cuando éste no ha terminado de desarrollarse. Tanto ellos como sus padres viven cegados por el ansia de convertirse en millonarios, algo que ni siquiera consiguen el 80% de los jugadores profesionales. Ellenbogen reconoce que la NFL debe educar al público igual que a los jugadores sobre los riesgos a los que se enfrentan: "Hagamos lo que hagamos a nivel profesional, tendrá consecuencias para los más jóvenes".

Y cada fin de semana un nuevo susto amenaza con confirmar las estadísticas. El 16 de octubre de 2008 Ryne Dougherty murió de una hemorragia cerebral tres días después de desmayarse en el terreno de juego tras un bloqueo. Un año después, un estudiante de un instituto de Carolina del Norte se desmayó por un traumatismo craneal durante un partido. A los dos días recuperó el permiso para jugar, habían desaparecido los síntomas. Falleció por el llamado "síndrome del segundo impacto": ninguno de los golpes fue suficientemente violento para matarle, pero la acumulación de lesiones sí acabó con su vida.

No sería hasta la temporada 2009-2010 cuando la NFL prohibió volver al campo en el mismo partido donde se ha sufrido un traumatismo craneal. Habían pasado 90 años desde de que la medicina estableciera que un golpe severo en la cabeza puede causar daños cerebrales y siete desde que el doctor Omalu diagnosticara por primera vez ECT en un futbolista. A finales de 2009, la NFL reconocía que los traumatismos pueden derivar en demencia, pérdida de memoria, ECT y otros síntomas enviando un comunicado a todos los jugadores y entrenadores.

Desde entonces el cambio ha sido radical. La Liga establece ahora que un jugador que padezca un traumatismo craneal estará de baja un mínimo de dos semanas y -a diferencia de otros deportes- ha desautorizado a los médicos del equipo para determinar si puede volver al campo o no. Deberá hacerlo un facultativo no asociado al fútbol. Cuando un jugador pierde la consciencia o sufre un golpe severo en la cabeza, se le confisca el casco para impedir que vuelva al campo, sigue una serie de pruebas médicas y entrenamientos hasta determinar que los síntomas desaparecen y debe superar un examen neurológico antes de recibir el alta. "Se trata de impedir que sufran múltiples traumatismos craneales seguidos", dice Ellenbogen, el nuevo director médico de la Liga.

Para doctores como Omalu sigue sin ser suficiente. Recomienda al menos tres meses de baja porque el cerebro no tiene la capacidad para regenerar tejido cuando se destruye por un golpe. "Si el tiempo medio de baja por una fractura ósea es de tres meses, ¿por qué en el caso de un traumatismo craneal tiene que ser menos? Puede que no sufran ningún tipo de síntomas pero el daño celular está ahí".

Esa lesión que décadas después se convertirá en un mar de puntos marrones en el cerebro y que, a falta de un método para detectar los daños mientras el jugador todavía vive, sólo adivinará un microscopio, resulta apenas imperceptible. Tanto a los jugadores, como a los árbitros, entrenadores y los tres médicos que supervisan el juego desde las bandas. ¿Se puede acusar a la NFL de ocultar información a los futbolistas? Los 170 demandantes creen que sí y alguno de ellos ya ha ganado denuncias similares. Mientras llega la respuesta del juez a una de las cuatro demandas pendientes, otra duda ahoga a jugadores y aficionados. Si el fútbol americano se queda sin la agresividad de sus jugadores, ¿sigue siendo fútbol americano?

En EE UU el fútbol ha sido elevado a expresión artística. "De la misma manera que la sociedad americana está orgullosa de su democracia y la igualdad de todos los ciudadanos ante la ley, el fútbol -como EE UU- no sería nada sin la innovación", explica Peter Wogan, antropólogo e investigador de este deporte. Y esa adorada creatividad cobra en el campo la imagen del delantero que, balón en mano, inventa recortes de puntillas mientras huye delante de la defensa.

El fútbol como metáfora física de nuestros miedos, del peligro, la adrenalina al conseguir escapar. El entrenador empuja a sus jugadores a "conquistar al rival", "atacarle con toda su rabia" "bombardearles" o "atacarles por sorpresa", con las mismas metáforas que los veteranos de la Segunda Guerra Mundial traían de Europa mientras el fútbol se convertía en deporte de masas en EE UU en los años 40.

"La táctica de un equipo intentando sobrepasar al otro, en dos líneas enfrentadas, es la misma que la de los ejércitos del siglo pasado", explica Wogan. "Dos grupos de hombres coordinados, sincronizados y que deben avanzar como uno solo". Atados al compromiso de salvar al equipo, llevarle a la victoria, rescatar a un soldado herido, ocultar los puntos débiles, bloquear al rival. La misma lógica que hace del soldado herido un héroe cuando vuelve al frente para seguir luchando, logó que Lott regresara con un dedo semi amputado para terminar el partido. "Los jugadores siguen en el campo por sus compañeros, así que no creo que la violencia sea gratuita", dice el antropólogo.

"No vamos a conseguir que no jueguen tan duro, pero sí que sean más conscientes de los riesgos. Dentro de cinco o diez años podríamos estar hablando de un deporte distinto", afirma Ellenbogen, para quien el debate es aún más amplio. No se trata ya de resolver si el problema es el fútbol o sus normas. "Estamos hablando de algo que trasciende la liga americana, afecta a jugadores de fútbol en Europa, de hockey sobre hielo, ciclistas o víctimas de accidentes de tráfico". Varios centros médicos estadounidenses, incluido el Instituto Nacional de Salud, desarrollan investigaciones relacionadas con ECT que empezaron en 2002, con la autopsia de Waters a manos de Omalu y puede terminar favoreciendo a los veteranos que regresan ahora de Irak y Afganistán con sus cerebros martilleados por explosiones y atentados. Su primer objetivo: encontrar un examen médico que detecte las lesiones en vida.

El defensa de fútbol americano Isame Faciane, con el número 99 en la camiseta negra de los International Panthers de Florida, bloquea al <i>quarterback</i> de los Marshall Thundering Herd, Rakeem Cato, en el estadio de Sant Petersburg,  Florida, en diciembre de 2011.
El defensa de fútbol americano Isame Faciane, con el número 99 en la camiseta negra de los International Panthers de Florida, bloquea al quarterback de los Marshall Thundering Herd, Rakeem Cato, en el estadio de Sant Petersburg, Florida, en diciembre de 2011.AL MESSERSCHMIDT / GETTY

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_