20.000 libros y una pipa

A la vuelta del despacho, una esquina del salón interrumpida por una puerta corredera y otra que linda con el pasillo. Un ángulo de su biblioteca donde se confirma que "el espacio es lo que contiene el tiempo y la memoria depende en gran medida del espacio", tal y como Javier Marías afirmó en el libro Entrevistos. Las librerías de madera casi alcanzan los altísimos techos de esta casa, en la que vive desde hace 15 años. Una foto de Juan Benet y otras de varios amigos se muestran en primera línea. También hay una decena de figuritas sedentes. Algunas dormitan y otras leen. Son pasajeros de trenes de juguete, señoritas con sombrero y caballeros de traje. Por esta esquina también avanza una exótica caballería de plomo. Forma parte del impresionante ejército desplegado por la casa, procedente en su mayoría de una tienda de la vecina calle Mayor, en Madrid. Lleva años describiendo personajes e imágenes y más de siete inmerso en su trilogía Tu rostro mañana, cuya última entrega acaba de terminar. Sonríe al explicar que las figuras custodian este espacio. Unas baldas más abajo, la colección de música clásica. Marías escucha música todo el tiempo, excepto cuando escribe, para evitar interferencias con el ritmo de la prosa.
Una pelota de críquet de cuero rojo que le regaló un amigo inglés, unos dados y una postal de Elvis, también encuentran acomodo en esta sección, en una biblioteca cuyo número de volúmenes es desconocido, aunque probablemente no baje de los 20.000. El orden es cronológico; atiende a las fechas de nacimiento y muerte de los autores, cuyos libros se muestran sin sobrecubiertas. Así M. P. Shiel, primer rey de Redonda, está junto a Yeats y Kipling. Los diccionarios reposan en las baldas inferiores y ya en el suelo, el teléfono. Son pequeñas fórmulas para forzar el movimiento, feng shui para escritores que obliga a abandonar de vez en cuando el escritorio. Una mesita cuyos laterales cumplen la función de estantería giratoria cierra la esquina. Sobre la mesa, un plato de loza pintado por Cocteau y una pipa heredada de un viejo amigo de la familia, el hombre que le enseñó a leer.
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