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Filmoteca de verano | GENTE
Columna
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Aterriza como puedas y el miedo a volar

El año que se estrenó Aterriza como puedas, 1980, Gabriel García Márquez escribió un artículo sobre la fobia a volar (Seamos machos: hablemos del miedo a volar). Esta coincidencia certifica que se trata de un problema universal, sin duda agravado por la cruel propensión del cine a comercializar catástrofes en medios de transporte. Si Aeropuerto y La aventura del Poseidón explotaron el lado trágico del cielo y del mar, Aterriza como puedas es una parodia en la que, en lugar de horror, la catástrofe provoca risa. Es un miedo democrático: afecta por igual a altos y bajos, inteligentes y tontos, socialistas y populares. En su artículo, García Márquez hablaba de Picasso, que decía: "No le tengo miedo a la muerte, sino al avión", y de otro insigne genio con fobia aeronáutica: Luis Buñuel. Incluso alguien tan temerario con las mujeres y las deudas como Orson Welles manifestó su pánico en los siguientes términos: "Cuando uno va en avión sólo existen dos emociones, el aburrimiento y el terror".

García Márquez hablaba de Picasso, que decía: 'No le tengo miedo a la muerte, sino al avión

Aterriza como puedas lleva la firma de Jim Abrahams y de los hermanos David y Jerry Zucker, y no provoca ni aburrimiento ni terror. Los tres eran amigos de infancia y fundaron el Kentucky Fried Theater, una alternativa satírica que, como indica su nombre, aspiraba más al gamberrismo rebozado que a la trascendencia sushi. Sinopsis: una pareja en crisis formada por una azafata y un ex piloto con un trauma que le impide subirse a un avión comparten un agitado vuelo a Chicago. Ambos confirman lo que decía García Márquez: "El verdadero temeroso del avión no es el que se niega a volar, sino el que aprende a volar con miedo". Sobre esta base argumental, de inmediata identificación con el espectador que no acaba de comprender cómo pueden volar semejantes cacharros, se suceden los gags. Hay tantos que puedes elegir. Los elementos generadores de fobia aérea van desfilando: la coreografía preventiva de las azafatas, las turbulencias, la previsión metereológica e incluso la tóxica comida. Al final, el espectador concluye que los aviones son una locura, ya seas pasajero, tripulante o jefe de la torre de control (interpretado por un Lloyd Bridges en el papel de politoxicómano maduro).

Con los años, los diálogos de la película han perdido algo de su brillo original, pero algunos siguen funcionando. El piloto traumatizado se sienta junto a la típica viejecita entrañable. "¿Nervioso?", le pregunta la viejecita. "Sí", responde el piloto. "¿Es la primera vez?", insiste ella. "No, he estado nervioso otras veces", dice él. La risa, pues, también sirve para exorcizar el miedo. Las compañías aéreas deberían programar esta película para aplacar eso que la ciencia bautizó como ansiedad anticipativa. En el caso de Aterriza como puedas, es una risa que parecía inspirarse en lo que en el siglo XVI escribió Laurent Joubert en su Tratado de la risa: "Para que haya materia de risa debe producirse algo nuevo y de improviso, además de lo que se espera con atención". También existen otros alivios contra la fobia de altos vuelos: técnicas respiratorias, de relajación y recetas a base de paroxetina, atenolol o benzodiacepinas. Yo les recomiendo la estadística-mantra. Consiste en repetirse que el índice de mortalidad en los aviones es de 0,03 muertos por cada millón de pasajeros. O, como publicó el National Transportation Statistic, que el avión es cuatro veces más seguro que el tren, ocho veces más que caminar por la calle (aunque no precisan de qué calle se trata) y seis veces más que la posibilidad de ser asesinado por tu cónyuge u otro familiar. Me queda una duda: si viajas en avión con tu cónyuge, ¿el índice de mortalidad sube o baja?

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