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Reportaje:ventana / Amazonas | viaje

EN LA CIMA DEL MUNDO

Los gigantes petrificados en mitad de la selva llevan allí mucho antes de que la vida floreciera en la Tierra, más de 570 millones de años. Son un grupo de tepuyes en la selva amazónica de Colombia que desde el aire da la sensación de que no pudieron llegar a tiempo para unirse a la formación de la cordillera de los Andes al quedarse atrapados entre la exuberante vegetación. Se llama Sierra de Chiribiquete, un afloramiento del Escudo de la Guyana, que alberga ecosistemas únicos en el mundo donde se aprecian diferentes periodos de la evolución de la vida y en cuyas faldas habitó un día la etnia Karijona.

Allí, en lo más alto de un tepui, en muy pocas hectáreas conviven muestras de páramo, sabana o selva, al punto de convertirlo en uno de los bancos genéticos de mayor biodiversidad del mundo, con especies exclusivas de flora y fauna. Y a un día de camino, descendiendo hacia la selva, existen hallazgos arqueológicos, yacimientos estratigráficos que muestran los cambios climáticos en los últimos ochenta mil años.

Es una gran maloca de animales y plantas, cuyo valor era conocido por los indígenas que lo convirtieron en un sitio de peregrinación religiosa y ceremonial. Guarda una veintena de cuevas y abrigos rocosos con pictografías rupestres, algunas completas, mientras otras fueron débiles ante el autoritarismo del tiempo.

Parte de ese mundo se puede ver en Up, la última película de Pixar, una aventura en la cual un anciano quiere hacer realidad el sueño de su difunta esposa de vivir en la cima de un tepui en Venezuela, donde también existen estas formaciones geológicas.

Llegar hasta los tepuyes de Chiribiquete, declarado Parque Nacional Natural de Colombia, es una de las últimas aventuras que esperan al ser humano en la Tierra. Ya sea por una red de ríos, empezando por el Araracuara y terminando en el Rastrojo, en la que se tardará unas 20 horas; o avanzando a pie por las trochas selváticas durante dos o tres días; o media hora en el helicóptero de alguna expedición científica. Aunque ir por esos ríos oceánicos y deslizarse por sus infernales rápidos o caminar bajo las sombras eternas de los árboles, con las pulsaciones a mil ante cualquier amenaza animal, no es comparable con el sueño de estar en la cúspide de un tepui.

El silencio de la belleza exuberante lo domina todo. Desde lo alto de una de estas rocas gigantes de abismales paredes verticales y escarpadas, se aprecia la manera en que, muy abajo, los millones de árboles de la selva lo rodean y le rinden cortejo e intentan trepar, mientras las bandadas de guacamayas enmarañan con sus azules y amarillos los verdes amazónicos, y los cantos de otras aves se pierden en el horizonte. A lo lejos, se ve que de otros tepuyes se descuelgan cascadas y chorros de agua, algunos de los cuales caen de tan alto que nunca logran llegar a tierra. Al tiempo que se forman visillos nubosos que se van transformando en motas blancas y luego en nubes compactas que echan a andar por el mundo en un eterno carnaval de formas.

No es extraño que este alfaguara de nubes que es el Amazonas haga desaparecer a veces la selva para convertirla en un mar blanco donde sólo asoman las cimas de los tepuyes como islas flotantes. Entonces, de ese océano nuboso parecen filtrarse los cantos de las sirenas de Ulises.

De noche la vida es otra. Los sonidos son otros. Son pocos, y sus ecos rebotan del cielo estrellado sin dar miedo. Ruidos que vienen de lejos, y suben inofensivos hasta la cima del tepui asemillados de imaginaciones. Los verdes, que antes estaban a los pies de estas imponentes rocas desaparecen en la penumbra. Doce horas después retorna el carnaval de colores y sonidos, hasta que vuelve la noche encadenando en Chiribiquete los ciclos de una de las memorias de la Tierra.

Fotograma de <i>Up,</i> el último filme de Pixar.
Fotograma de Up, el último filme de Pixar.

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