GRATIS
Que levante la mano al que no le guste recibir algo gratis. De la barra libre a las muestras de cremas, la cultura del regalo funciona. Aunque en el fondo sabemos que raramente estamos ante algo genuinamente gratuito. Tal vez, nosotros no pagamos por ello, pero alguien lo está haciendo. Y espera conseguir algo. Nada que no lleven años diciéndonos nuestras madres: no aceptes caramelos a la puerta del colegio.
En la era digital, al parecer, los milagros ocurren y el reino del Gratis (total) no sólo es posible, sino también rentable. Para aquellos negocios que sepan adaptarse a él, claro. La teoría, junto con la mayúscula, es de Chris Anderson, que acaba de publicar en Estados Unidos un libro titulado Free. El editor de la revista Wired, boletín oficial de la revolución digital, sostiene que ésta ejerce una presión inexorable para que todos los productos -sobre todo aquellos "hechos de ideas"- se regalen.
Anderson diferencia entre el mundo de los átomos y el de los bits. En el segundo se reducen costes hasta lo irrisorio y no hay que gestionar el espacio de producción y almacenamiento. Dos premisas que crean un mercado casi infinito. La ecuación funciona para un buscador. No tanto con la información. Que no son sólo bits por mucho que Anderson se empeñe. A mi alrededor, mientras escribo estas líneas, les aseguro que hay muchos átomos. No sé si los periodistas nos convertiremos en breve en etéreos ceros y unos, pero de momento seguimos hechos de carne mortal. En mejor o peor estado.
El problema de Free es plantear la mera existencia de una ley infalible para Internet. Ni siquiera una tan jugosa como la gratuidad. Google es un éxito, pero YouTube -un caso de manual de la tesis- no ha conseguido aún ser rentable. En cambio, más de un millón de suscriptores están dispuestos a pagar por la versión digital de The Wall Street Journal.
Al final, lo más divertido son los pintorescos estudios que maneja Anderson. Indefectiblemente, nos retratan como una panda de gorrones. Si algo es gratis, lo cogemos primero y pensamos después. Si cuesta -aunque sea sólo un céntimo- reflexionamos si de verdad lo queremos. Por eso, sostiene, hay una abismal diferencia entre el abaratamiento de las cosas y su distribución libre. Ésta genera una respuesta irracional capaz de provocar una estampida en el consumo. Es la base de su optimista alegato por la economía del regalo. A algunos, les parecerá contagioso. Otros, todavía creemos en lo que nos dijo nuestra madre y recelamos cuando nos ofrecen un caramelo en la puerta del colegio.
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