Memorias de la decapitación

Gracias en buena parte al poder de contagio que ejerce actualmente la industria del videojuego sobre la del cine, la épica histórica, ayudada quizá también por el boom de las novelas y las series inspiradas vagamente en acontecimientos o figuras del pasado, está resurgiendo.

Una épica histórica, eso sí, de violencia extrema, donde los resortes videojueguiles se traspasan a la gran pantalla ofreciendo un hiperrealismo del que aún carece la consola. Centurión, película británica dirigida por el enérgico aunque esquemático Neil Marshall, autor de la estimable The descent (2005), es el último ejemplo de la tendencia.

Ambientada en el siglo II después de Cristo, en el seno de la mítica IX Legión del Imperio Romano, la película está poblada por múltiples decapitaciones, amputaciones, degüellos y hachazos que pretenden representar el salvajismo de unas batallas, de un nuevo tipo de guerras en las que, como se dice textualmente, "ya no hay honor". Los escenarios naturales diurnos otorgan cierta fuerza al conjunto (al revés que la insustancial iluminación nocturna a base de grises azulados y humo), y los textos en off narrados por el protagonista no están exentos de calidad, pero lo que acaba con la historia es el esbozo de personajes, apenas monigotes, habitantes de un mundo donde la carne cruda y la sangraza presiden las ilusiones comerciales.