_
_
_
_
_
Reportaje:18 | Mongolia | VIAJE POR LA HISTORIA

Mongolia se encomienda a Gengis Jan

Los monjes recitan las oraciones. Como el ir y venir de las olas. Es un canto polifónico, en ocasiones gutural. Votos, tankas y tambores cuelgan del techo. Los fieles giran en el interior del templo en el sentido de las agujas del reloj. Rojo, verde, azul. Una anciana deja la sala caminando hacia atrás para no dar la espalda al altar. Más allá, ora una joven de camiseta ajustada y pechos cobrizos. De repente, los monjes interrumpen el rezo, soplan las cornetas, chocan los platillos, aceleran el ritmo, y callan. El sol rebota sobre una viga roja e ilumina la cara de un novicio pelón. En la mano, un rosario; en la muñeca, un reloj digital. El olor a grasa rancia se funde con el silencio, mientras las llamas de las velas se agitan como espigas.

La enorme figura sentada en el trono respira poderío, pero también paternalismo
Aparece la estepa mongola, salpicada de 'yurtas' y manadas de vacas, caballos y camellos
Se cree que fue enterrado en su región natal, pero la tumba nunca fue encontrada

El monasterio de Gandan (1838), en Ulan Bator, capital de Mongolia, bulle a media mañana. Es el mayor del país. Gente de todas las edades, nómadas de la estepa y viajeros dejan donativos ante las urnas en las que descansan budas dorados, figuras de mantequilla de motivos geométricos, y una foto del Dalai Lama.

Los monjes, envueltos en sus túnicas granate y naranja, practican el ritual diario del cántico conocido como bat tsagaan. Siguen la vieja tradición, en este país en el que el budismo volvió a florecer tras el regreso de la libertad religiosa con la democratización, en 1990. Durante la represión comunista, en la década de 1930, fueron destruidos alrededor de 900 monasterios y asesinados miles de monjes. En Gandan, llegaron a vivir 5.000. Hoy son unos 900.

Pero, con la democracia, Mongolia no sólo recuperó la libertad de culto, sino también el derecho a honrar al hombre que encarna la unión del país: Gengis Jan (1162-1227), fundador, en el siglo XIII, del imperio mongol, uno de los mayores de la historia, que llegó a extenderse desde la península coreana hasta el Danubio.

La sola mención de su nombre evoca terror y barbarie, pero, para Mongolia, se ha convertido en un icono omnipresente, y en aglutinador de un Gobierno que busca cómo relanzar una nación en la que el 36% de sus 2,9 millones de habitantes vive bajo el umbral de la pobreza. El aeropuerto de Ulan Bator se llama Chinggis Khaan (Gengis Jan, en mongol), y el mismo nombre lucen uno de los mejores hoteles de la capital, cervezas, vodka, bebidas energéticas, restaurantes y clubes nocturnos. Su rostro -o la representación de lo que se imagina que fue- con barba de chivo, bigote fino y ojos de acero está por todo el país, como si de un dios se tratara. Al igual que Mao Zedong reina en los billetes en China, Gengis Jan lo hace en los de Mongolia.

Hasta tal punto el emperador es una herramienta de mercadotecnia, que muchos libros de historia de Mongolia se titulan La Mongolia de Gengis Jan. Y no porque abarquen únicamente los casi dos siglos que sus huestes y las de sus sucesores dominaron gran parte del mundo, sino porque sus autores estiman que la Mongolia de hoy también le pertenece.

El año pasado se cumplió el 800º aniversario de la unificación de las tribus nómadas mongolas por parte de quien al nacer fue llamado Temujin, en referencia a un líder tártaro al que su padre había matado poco antes, y del inicio de lo que sería una extraordinaria sucesión de conquistas.

En la plaza Sukhbaatar, a las puertas del Parlamento, una gran estatua de bronce da una idea del lugar que Gengis Jan ocupa en la memoria colectiva. Fue colocada el año pasado en sustitución del mausoleo que contenía el cuerpo de Damdin Sukhbaatar, el líder revolucionario que logró la independencia de China, en 1921, pero que abrió las puertas a 70 años de comunismo bajo el paraguas soviético.

La enorme figura, sentada en el trono, con las piernas abiertas y las manos firmemente apoyadas en los reposabrazos, respira poderío; pero, también, paternalismo. Extiende la mirada sobre el pavimento de la plaza, donde pasean las familias y patinan algunos jóvenes. Del antiguo líder, dijo Nambaryn Enkhbayar, presidente del país, el día en que fue desvelada la estatua: "Que el espíritu del gran Gengis Jan inspire en el futuro al pueblo mongol y le conduzca de nuevo a la prosperidad".

A pocos minutos en coche de allí, una de las personas más respetadas de Mongolia descifra desde hace meses las claves del origen y la existencia de Gengis Jan. Vive en un bloque de aire soviético. Una escalera, de paredes desconchadas, conduce a un modesto apartamento. En la esquina de una habitación repleta de libros, un hombre mayor repasa unos folios. Viste pantalón corto y pantuflas. Dalantai Tserensodnom, miembro de la Academia de Ciencias de Mongolia, está trabajando en una nueva interpretación de la obra literaria más antigua del país, La historia secreta de los mongoles. Escrita por un autor anónimo poco tiempo después de la muerte de Gengis Jan, narra sus conquistas en un tono épico; en ocasiones, folclórico. El libro fue redactado originalmente en lengua uigur, pero los manuscritos que sobrevivieron derivan de una versión en caracteres chinos.

Tserensodnom, de 70 años, que ya realizó una traducción comentada en 1993, levanta la mirada de los papeles y dice: "A diferencia de lo que muchos creen, Gengis Jan nació, probablemente, en 1155".Habla despacio de la vida de Temujin niño y de sus gestas a caballo, y explica que está intentando describir cómo era Mongolia y qué hizo aquel conquistador. "Gengis Jan no era como la historia le ha dibujado", afirma. "Cuando tenía nueve años, su padre murió envenenado. Fue el unificador de todas las tribus".

La pasión por el antiguo emperador embarga a algunos mongoles hasta el extremo. A las afueras de Ulan Bator, en un barrio de casas de tablones de madera y yurtas (la vivienda redonda tradicional de los nómadas, fabricada con postes ligeros y fieltro blanco), está la sede de la autodenominada Academia Mundial de Gengis Jan, una asociación que reivindica la figura del gran gobernante y pretende recuperar sus rituales de culto al cielo. "Hay una visión errónea sobre él. La gente sólo conoce su faceta militar, pero no su filosofía", asegura Purev-Oidoviin Davaanyam, que se dice descendiente en la línea genealógica del líder. En un gran óleo, el emperador cabalga sobre un corcel pelirrojo.

Pero no todos en Mongolia idolatran al guerrero. Sentado en el Gran Jan, el bar de moda de la capital, Dashzeveg, un médico anestesista de 45 años, afirma: "Todo el mundo sabe que era un asesino, todo el día cabalgando y matando. ¿Cuánto duró su imperio? ¿Qué construyó? ¿Qué legado dejó?". Entre algunos jóvenes, el sentimiento es similar. "Gengis Jan vivió hace 800 años. ¿Qué puede aportar hoy? Mongolia debe mirar hacia el futuro", dice un artista local.

Se cree que Temujin nació cerca del río Onon, en el noreste de la actual Mongolia. Según La historia secreta de los mongoles, llegó al mundo con un coágulo de sangre encerrado en el puño derecho. Su padre, jefe de una de las tribus locales, fue envenenado por los tártaros. Tras una niñez de precariedad y violencia -a los 13 años, mató a sangre fría a un hermanastro tras una discu-sión-, llegó a lo más alto, por medio de alianzas y batallas. En 1206, unificó todos los clanes rivales, y se proclamó Gengis Jan (El gobernante universal). Tenía 44 años. Estaba listo para conquistar el mundo.

El objetivo inicial fue China, que, entonces, estaba dividida en tres Estados. El verano de 1215, cayó Pekín. Luego vino, bajo su reinado y el de sus descendientes, la expansión hacia el oeste: lo que hoy son Afganistán, Rusia, Turquía, Irak, Irán, Polonia, Hungría.

El todoterreno ruso sale de Ulan Bator, camino de Karakorum, la antigua capital del reino mongol, situada 370 kilómetros al suroeste. Rueda mansamente sobre el asfalto. Deja atrás calles melancólicas, en las que aún se yergue una estatua de Lenin, bajo la que dormitan los mendigos.

Al poco rato, aparece en todo su esplendor la estepa mongola, infinita, de colinas sensuales, salpicada de yurtas y manadas de caballos, vacas, cabras y camellos. El coche ha tenido que abandonar la carretera. Navega sobre la hierba, que aún no brilla verde debido a la escasez de lluvias. Luego, comienza a dar botes sobre las pistas de tierra, que se ramifican hasta el horizonte como si formaran un gran estuario. Los vehículos -muchos de ellos, camiones cargados de cachemira- arrastran estelas de polvo.

En el retrovisor quedan Atar y Lun, dos puñados de cabañas alineadas al borde de la carretera, donde los locales almuerzan sopas de patata y cordero. El sol cae a plomo, pero el aire no quema. Aquí y allá se elevan torbellinos del suelo. El polvo se cuela en la cabina. Poco después, el coche sube un repecho, deja tres estupas (santuarios budistas) blancas a la derecha, y accede a Orkhorndii Khondii, una planicie de varios kilómetros de longitud, flanqueada por colinas al norte y al sur, donde las tropas de Gengis Jan pasaban largas temporadas estacionadas.

Gran parte de su reputación salvaje la ganó durante la conquista del imperio Khwarezm, emprendida después de que uno de los gobernadores, Inalchuq, ordenara asesinar a los miembros de una caravana comercial y a un grupo de embajadores mongoles. En venganza, Gengis Jan destruyó ciudad tras ciudad a sangre y fuego. Cuando capturó a Inalchuq, lo ejecutó vertiéndole plata fundida en los ojos y los oídos.

Al declinar el sol, el UAZ ruso llega a Kharkhorin, un poblado inhóspito construido durante la época soviética en las inmediaciones de donde estuvo Karakorum, ciudad en la que convivieron budistas, cristianos y musulmanes, y una extensa comunidad extranjera; entre otros, persas y chinos.

Gengis Jan estableció en este lugar, bañado por el río Orkhon, la base de su imperio, en 1220. Pero Karakorum sólo sobrevivió unas décadas. En 1267, su nieto Kublai Jan -el más brillante de sus sucesores y fundador de la dinastía china Yuan (1271-1368)- desplazó la capital a Khanbalik (hoy Pekín). En 1368, Bilikt Jan, el último emperador Yuan, regresó a Karakorum. Veinte años después, el Ejército chino invadió Mongolia, destruyó Karakorum, masacró a sus habitantes y capturó a 70.000 personas. Aunque después fue reconstruida en parte, finalmente fue abandonada.

Con las piedras de las ruinas, fue edificado, en 1585, el monasterio budista de Erdenezuu. La mayoría de sus templos fueron arrasados durante los años comunistas. Hoy sólo vive allí un centenar de monjes. El recinto, cuadrado, de 400 metros de lado, mezcla sobriedad y elegancia, con sus murallas jalonadas por 108 (número sagrado del budismo) estupas blancas. Bajo la luna, sus sombras semejan el perfil de los cascos de los guerreros mongoles.

En 1235, Ogedei, hijo de Gengis Jan, amuralló Karakorum y construyó un palacio, a cuya entrada levantó un árbol de plata, diseñado por el maestro artesano francés Guillaume Boucher. Estaba coronado por un ángel, con una trompeta que sonaba cuando se insuflaba aire, y decorado con leones y serpientes doradas. De sus ramas, manaban chorros de vino de uva, leche de yegua fermentada, vino de arroz y una bebida de miel

"Gengis Jan mató a mucha gente, pero es muy importante para la historia de Mongolia", dice Handsuren Baasansuren, un monje de 30 años, en Erdenezuu. A dos kilómetros de allí, la escultura de un pene de piedra, de unos 80 centímetros de largo, apunta a la hendidura suave de una colina cercana. Supuestamente, fue colocada para calmar los escarceos de los monjes con las jóvenes del lugar. Hoy, algunas mujeres en busca de fertilidad se sientan a horcajadas sobre el falo, y le dejan dinero. Otras se introducen en la boca, como si fueran caramelos, pequeñas reproducciones del sexo esculpidas en piedra.

Uno de los mayores expertos en la historia de Karakorum es Hans-Georg Hüttel, el arqueólgo jefe de las excavaciones germano-mongolas en marcha en la zona. Hüttel piensa que, a diferencia de lo que se creía hasta ahora, los restos del antiguo palacio de Ogedei no han sido aún descubiertos, y se hallan en el interior del recinto del monasterio. "Hemos comprobado que bajo la muralla actual corre paralela otra del siglo XIII, que debe de ser la que rodeaba el palacio".

El arqueólogo alemán afirma que Gengis Jan dio a los mongoles "una identidad como nación, y construyó el único imperio nómada del mundo que aún sigue en pie". "Su mala imagen se debe a que es la que han transmitido los países que él derrotó. Por supuesto que era brutal y asesinó a mucha gente, pero qué emperador en la historia no lo ha hecho".

Algunos expertos argumentan que el mundo ha ignorado el gran impacto que tuvieron sus aportaciones, como impulsar los intercambios entre Oriente y Occidente, garantizar la libertad religiosa y otorgar la inmunidad diplomática a los embajadores.

Gengis Jan falleció en 1227, en campaña, en lo que hoy es la provincia china de Gansu. Se cree que fue enterrado en su región natal, pero su tumba nunca ha sido encontrada. La leyenda cuenta que los esclavos que la construyeron fueron asesinados, y los soldados que los eliminaron también. El folclore popular dice que un río fue desviado sobre el lugar para borrar todo rastro. Y otra leyenda, que se utilizó para ello una estampida de caballos.

Al desaparecer el Gran Jan, el imperio fue dividido entre sus cuatro hijos. La dificultad de gestionar el vasto territorio, las luchas por la sucesión, y la influencia de los burócratas y los pueblos conquistados impulsaron el declive del dominio mongol tras la muerte de su nieto Kublai Jan, en 1294. Hüttel lo resume: "Hay un proverbio chino que dice 'Puedes conquistar un imperio a lomos de un caballo, pero no puedes gobernarlo a lomos de un caballo".

Dos monjes caminan por el interior del monasterio Erdenezuu, junto a la desaparecida ciudad de Karakorum.
Dos monjes caminan por el interior del monasterio Erdenezuu, junto a la desaparecida ciudad de Karakorum.J. REINOSO

RUTA DE VIAJE: Maestro de la guerra

Cuando Gengis Jan logró la unión de todas las tribus mongolas, en 1206, la nueva nación fue organizada, por encima de todo, para la guerra. Movía sus tropas con rapidez, mediante señales de las manos y banderas, con un efecto devastador. Los generales eran sus hijos u hombres de una absoluta lealtad. Gengis Jan dio prioridad al talento y la fidelidad, y basó su organización en la meritocracia.

Sus jinetes son legendarios. Empleaban el pequeño, pero resistente, caballo mongol, capaz de arrancar con las pezuñas la hierba del suelo congelado en los duros inviernos, cuando las temperaturas alcanzan con frecuencia 30 grados bajo cero. Y dominaban el poderoso arco mongol, cabalgando de frente o de espaldas. Los mongoles gustaban de batallar en invierno, y utilizaban los ríos y los lagos congelados como vías de desplazamiento.

Gengis Jan supo adaptarse rápidamente a las circunstancias. Inicialmente, sus hordas se basaron en el poder de la caballería. Pero, rápidamente, aprendió a asediar grandes ciudades, para lo cual empleaba catapultas, escalas e, incluso, desviaba ríos.

También supo aprender de los pueblos conquistados, y aprovechar la experiencia de sus ingenieros para la guerra. Algunos historiadores aseguran que sólo masacraba cuando los esfuerzos diplomáticos fallaban. Se considera que el éxito de sus campañas fue el resultado de un conjunto de circunstancias históricas, manipuladas por un líder de gran genio y ambición.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_