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Myanmar, represión bajo las flores

Uno de los rincones más bellos del mundo es sin duda el mercado de las flores de Mandalay, la principal ciudad del norte de Myanmar (la antigua Birmania). Allí, el encanto de los cestos repletos de especies y colores distintos se diluye en la hermosura de sus mujeres, de ojos almendrados y sonrisa amplia, que acuden, todas ellas, ataviadas con flores en el pelo.

Lo que a primera vista parece un paraíso esconde, sin embargo, en sus mazmorras un régimen cruel y sanguinario, que no admite la más mínima disensión. Miles de presos políticos se pudren en las cárceles birmanas por el delito de pedir libertad. Sus rostros anónimos y su férrea voluntad democratizadora los encarna una mujer menuda que también lleva siempre flores en la cabeza: Aung San Suu Kyi, la líder de la Liga Nacional para la Democracia (LND) y premio Nobel de la Paz 1991, quien, desde 1989, se encuentra bajo arresto domiciliario.

El Consejo de la Paz y del Desarrollo del Estado -eufemismo bajo el que se oculta un Gobierno militar que mantiene Myanmar con puño de hierro y aislada del resto del mundo- hizo oídos sordos del clamor de su pueblo y de la comunidad internacional y volvió, en mayo pasado, a prolongar el arresto domiciliario de la disidente.

Myanmar, como la junta rebautizó Birmania en 1989, es uno de los países más pobres de Asia. La represión política y de la insurgencia, que aún mantienen etnias como la karen, dificulta aún más la vida de los civiles, cuyo nivel de desarrollo se ha deteriorado sensiblemente en los últimos años hasta límites casi insoportables.

Hija del general Aung San, el héroe de la independencia de Birmania, la líder de la LND rechazó la oferta de sus captores de permitirle volver a Londres, donde tenía a su familia, a cambio de mantenerse callada y olvidarse de los miles de disidentes que sufren el horror de la tortura y de las cárceles birmanas, que muchos ocupan desde hace dos décadas.

Cientos de miles de birmanos protestaron, en 1988, contra el oscurantismo y el subdesarrollo impuesto en 1962 por el régimen del golpista Ne Win. La junta hizo entonces un amago de apertura pero volvió a cerrarse sobre sí misma ante el triunfo masivo de la LND y el temor a que la democracia robara el poder a los militares.

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