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Crítica:La boda de mi mejor amiga | cine
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Nueva reina de la comedia

Todo buen aficionado a la nueva comedia norteamericana ya debería saber a estas alturas que Kristen Wiig es algo así como el Leo Messi de la comicidad femenina: una equilibrista de la sutileza, capaz de calzar réplicas con la misma precisión, apariencia de espontaneidad y sentido del espectáculo con que el argentino suele marcar gol. Hasta ahora -quizá porque la Wiig no encajaba en ese arquetipo de payasa sexi (inmortalizado con admirable entrega por Cameron Diaz) que, hasta hoy, parecía el único camino en Hollywood para lograr un papel protagonista en el género-, la actriz solo había podido desplegar su genio en espacios más o menos discretos, en papeles secundarios que, al ser tocados por su talento, trascendían su brevedad para convertirse en perdurables.

LA BODA DE MI MEJOR AMIGA

Dirección: Paul Feig.

Intérpretes: Kristen Wiig, Rose Byrne, Maya Rudolph, Melissa McCarthy, Matt Lucas.

Género: Comedia. EE UU, 2011.

Duración: 125 minutos.

La actriz Kristen Wiig es algo así como el Leo Messi del humor femenino
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Si este crítico tuviese que confeccionar una lista de greatest hits de la Wiig, no dudaría en incluir esa escena de Lío embarazoso (2007) en la que, en el papel de una ejecutiva de cadena televisiva, contrapunteaba, con ferocidad pasivo-agresiva, el entusiasmo de su jefe, dispuesto a promocionar a una de sus compañeras de trabajo. O su caracterización de inquietante cirujana en Me ha caído el muerto (2008), cuyos silencios y titubeos abrían constantes fracturas en su discurso médico escasamente tranquilizador. O su seguridad de corredora de fondo a la hora de dar vida a la copropietaria del parque temático en Adventureland (2009), capaz de afrontar su tarea como prolongación de su rutina conyugal y de tratar a sus empleados con las maneras de una heterodoxa madre. O el personaje al que dio vida en la reciente Paul: una católica integrista de la América profunda que, en plena crisis de valores por contacto extraterrestre, desarrollaba un candoroso interés por la blasfemia y la fornicación.

La boda de mi mejor amiga, de Paul Feig, es una película no solo destacable por marcar un estimulante viraje hacia lo femenino en el catálogo del productor Judd Apatow, sino por concederle a la Wiig una oportunidad de oro para desplegar toda su energía cómica en un papel protagonista. Conviene añadir que el guion lo firman la propia Wiig y su habitual compañera de fatigas en los escenarios de la comedia Annie Mumolo. Y el resultado no defrauda: la película posee un metraje tan excesivo como el resto de los productos Apatow -el método de favorecer la improvisación del actor es buen camino para el hallazgo cómico, pero no para la economía narrativa-, pero, en este caso, un servidor confiesa que podría haberse pasado otras dos horas más (ad)mirando la gran musculatura cómica de la Wiig.

La película demuestra que, si hablamos de inmadurez y fracaso existencial, las claves no cambian tanto si uno desplaza el objetivo del hombre a la mujer. La actriz deslumbra en cada inflexión, mantiene una dignidad de heroína excéntrica incluso en los momentos más soeces y se entrega a fondo en la guerra de divas contra su némesis (Rose Byrne), pero el conjunto contiene otra sorpresa: la gran revelación de Melissa McCarthy, irresistible motor de caos.

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La actriz y guionista Kristen Wiig (la tercera por la derecha), en <i>La boda de mi mejor amiga.</i>
La actriz y guionista Kristen Wiig (la tercera por la derecha), en La boda de mi mejor amiga.

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