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verano húmedo

EL QUE ME PONE

Es pequeñín y gordito. Tiene el pelo corto, gruesas arrugas en la frente, y según la opinión de los demás, es terriblemente feo. Yo en cambio creo que Ulises es elegante y guapísimo. Su cuerpo chaparrete, su rostro chato, su mirada saltona, no desgastan mi interés jamás. Solo soy feliz escuchando la melodía de sus líricos ronquidos, o en la contemplación de sus manos y sus pies perfectos, o en la caricia de su tripa de seda. Siempre que lo tengo a la vista, babeo y mis piernas pierden la consistencia, licuadas por un temblor desplomante. Y cuando no estoy con él, la vida se vuelve rasposa, sorda y plana.

Le pertenece a otra. Quisiera secuestrarlo y huir con él. Pero debo atenerme a nuestras breves citas robadas.

Me gusta que llegue el verano, porque es el momento de mi premio. Entonces me pongo vestidos de tirantes, escotados y cortos. Los elijo así, con el mínimo de tela considerado decente. Me arreglo, me visto y salgo a buscarlo. Cuando llego al parque, el sudor y la excitación se marcan ya en mi piel y tengo que hacer un esfuerzo de concentración zen para no parecer una puta en acción. Si no está, muero, y me vuelvo para casa arrastrando mi propio cadáver. Pero si está, si está... empieza la fiesta.

Cuando se abre de patas y defeca, allí donde quiere, donde le aprieta la gana, y observo cómo le sale el pastel duro o blando, o cuando levanta la patita, enseñándome sus testículos presumido, y mea por todas partes, y olfatea todo cuanto rastro de pis y caca inunda las aceras o los alcorques, y planta la nariz en todos los traseros, olisqueando ano tras ano de sus colegas del parque... Cuando a espaldas de su dueña, se me tumba en el césped y se pone boca arriba, abierto en total exposición, enseñándome sin pudor la roja punta de su flecha, y se me acerca, y se me restriega y me muerde... Cuando hace como que se va, se da la vuelta, me mira fijamente, y luego se me acerca corriendo, no se me despega, y en cinco segundos, de pronto, se va detrás de cualquiera, ese juego me hace vibrar de pasión. Ulises chapotea y se refocila en mí como un niño en los charcos y en el barro, y yo me alelo sintiéndolo jadear y bombear fuerte su corazón, que, excitado y poderoso, late por mí y solo por mí.

Me pregunto qué me verá, qué hace que me busque y olisquee, que me lama y babosee con tal entrega... Creo que es capaz de sentirme. Es capaz de radiografiarme con dedicación y llegar al epicentro de mi esencia, algo que ni yo misma consigo. Tiene el poder de tocarme el alma. Y si yo voy a él, como un abejorro liba el néctar a la flor más exquisita hasta desangrarla, lo hago por instinto ciego. Mientras otras se dedican a perseguir asnos, adorar cerdos, o incluso anhelar ranas, yo voy por otro lado. Únicamente Ulises, con su forma descerebrada de amarme, pone en marcha el resorte de mi felicidad.

A veces me asusto cuando le veo gestos humanos. Es como si esperara que yo hiciera la magia. Tal vez sueña con un beso mío que lo convierta en príncipe. Mientras que yo sueño con un lametón suyo que me convierta en perra.

LAURA PÉREZ VERNETTI

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