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Reportaje:MIS PERSONAJES DE FICCIÓN | LA MAGA

¿Personaje o signo?

Prefiero pensarla como signo. Un signo Cielo plantado en nosotros. Personajes son todos los del Club de la Serpiente; Horacio Oliveira, ante todo. Ellos son los personajes de Rayuela, esa novela-pasión.

La remanida versión de la Maga como el personaje femenino con el que se identificaban "todas las chicas de la facultad en los años sesenta" nunca me convenció demasiado, no me parece que, por bienintencionada que parezca, dé cuenta del sentido que el imaginario de Cortázar había querido darle.

La Rayuela de Julio Cortázar es el punto al que llega esa línea estelar de la literatura del siglo XX que empieza con Ulises de Joyce y tiene sus hitos en Adán Buenos Aires (Marechal) y Ferdydurke (Gombrowicz): la novela -la literatura- como experiencia -una forma y una escritura nueva- de búsqueda más allá de todo conformismo con ser-como-se-debe. ¿Búsqueda del absoluto? Diría búsqueda de la vida como un sentido, y no como un destino.

La Rayuela de Julio Cortázar es el punto al que llega esa línea estelar de la literatura del siglo XX

No hay nada glorioso, y mucho menos heroico, en el buscar de Oliveira: su partir-pasión es ante todo a sí mismo. A la Maga no la ve, nada más la mira. Y cuando por fin la ve es cuando la ha perdido, y ahí entonces sí, esa pregunta terrible, "¿encontraría a la Maga?" No me acuerdo quién, seguro que Djuna Barnes, esa lúcida impertinente, decía que la culpa de que todos, hombres y mujeres, lo hagamos tan mal es que no hemos aprendido que enamorarnos es una condición, pero que seguir enamorados es un arte.

La Maga es nuestro salir a buscar, la intercesora para nuestro aprendizaje de la sensibilidad, aprender a estar vivos en relación con otros, no "haciendo como alguien, sino con alguien", como, después de Cortázar, lo explicó Deleuze, "se aprende siempre por la intermediación de signos, perdiendo el tiempo, y no asimilando contenidos objetivos".

Y ésa era la pelea de Oliveira consigo mismo; por eso la Maga lo sacaba de quicio. Ella no hacía más que perder el tiempo. Pero sólo al recordarla (re-cor-da-re: volver al corazón de las cosas mismas), en ese capítulo 34, lo vio claro, cuando vuelve a la pieza vacía y se pone a leer la novela que ella leía, y pudo decir "amor mío" evocándola cerca de la ventana, leyendo, "había tanto tiempo perdido en vos, eras de tal manera el molde de lo que hubieras podido ser...", para terminar reconociendo que no, "el molde hueco era yo". Ese yo impotente y ombliguista, incapaz de hacer con.

La chica con la que Horacio se encontró un mediodía en la calle, de Cherche-Midi, por si fuera poco, que se llamaba Lucía ("Y así es como los que nos iluminan son los ciegos") y venía de Montevideo con un chico en brazos, y a todos -a Horacio el primero- les asombraba que "hubiera podido llevar la fantasía al punto de llamarle Rocamadour a su hijo" (como un pueblito de Francia que se llama así y que, visto desde arriba de la Nacional 7, parece un bebé despatarrado en la cuna); la que anda por la calle, buscando, lo que le concierne busca, y eso no es, nunca es lo mismo que para los demás, "porque soy capaz de caminar una hora bajo el agua si en algún barrio que no conozco pasan Potemkin y hay que verlo aunque se caiga el mundo, Rocamadour, porque el mundo ya no importa... si uno se ordena como un cajón de la cómoda...", es el signo mismo de la busca y de lo que se sale a buscar.

Mundo-Maga. Juntar una hojita por la calle y crear un mundo maravilloso. Esta novela-meditación, hermosa y lúdica, que es Rayuela, es la superación del mito romántico-surrealista, bastante perverso, de la prestigiosa locura que encarnó Nadja.

La Maga no tiene nada de Nadja, porque la locura no es su elemento, sino la compasión. Como signo intermediario que se apoya en la sensibilidad, es un signo-afecto; busca otros, mundos que no se declinen en primera persona. Para aprender a seguir enamorados.

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