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Columna
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Pobre DE MÍ

David Trueba

Si Ernest Hemingway no se hubiera volado la tapa de los sesos, me gustaría imaginarlo bien de mañana sintonizando el Canal Internacional de TVE para ver los encierros de San Fermín. Decíamos ayer que la televisión es una fábrica de relleno y aunque el octavo encierro de la fiesta duró cuatro minutos exactos, el programa contenedor le ha dedicado una hora y cuarto cada mañana de feria. Para ello ha contado con presentadores y cámaras, entrevistas a pie de calle, debate con invitados, análisis en profundidad, repetición de las jugadas más peligrosas, corredores repuestos de cornadas y conexión con los ingresos hospitalarios. El último de los encierros correspondía a la ganadería de Jandilla, con fama de sanguinaria. El experto nos recordó que tenía el récord de cogidas, ocho, en el año 2004 y que en el año siguiente toros de esta ganadería gaditana hasta se habían atrevido a darle una cornada a un sargento de la Policía Municipal de Pamplona. Con estos precedentes, nuestro respeto hacia los bellos toros iba en aumento. Sus nombres además: Gracioso, Filósofo, Acólito, Expósito, Gavioto y Empecinado, casi eran una urgente definición de los caracteres del alma humana.

A pie de calle, el siempre brillante Pablo Carbonell, de visita entre turistas y locales, fue capaz, a hora tan temprana, de dejar una definición en el aire: "La dimensión de un pueblo viene dada por la capacidad para divertirse". Queda dicho en la semana en que los futbolistas ganadores del Mundial lograron que policía y altas autoridades, siempre tan castradoras, bendijeran de una vez por todas el botellón en la calle, frente al encierro de jóvenes en macrodiscotecas o demás lugares poco recomendables. La retransmisión de los encierros es académica y clara, logra contar el desborde de corredores y curiosos, turistas y delicadas Erasmus en busca de emociones eternas. Se echa de menos una cámara flotante como la del Mundial, que acompañe partes del recorrido a ras de drama. Y también, como en las carreras de motos, cámaras subjetivas colocadas entre los cuernos de algún animal, verdadero protagonista del suceso, así como micrófonos abiertos entre los mozos que corren y caen. Como todos los años, el himno Pobre de mí, cerró las fiestas.

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