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Cultura general
Columna
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Sandía y Sciascia

Javier Rodríguez Marcos

El verano tiene sus buenas costumbres: la sandía, la natación, Leonardo Sciascia... Desde hace unos años, cuando aprieta el calor, la editorial Tusquets reedita un libro del escritor italiano, que convirtió la crónica histórica en novela negra y viceversa. Este año el elegido ha sido Muerte del inquisidor, el favorito de su autor, que recoge una investigación sobre el proceso contra un agustino nacido en su pueblo, Racalmuto, y que en el siglo XVII mató al representante del Santo Oficio golpeándolo con los grilletes que llevaba en las manos. Hereje sin herejía, Sciascia convierte su caso en un relato sobre el problema de la justicia en una época injusta y en una tierra en la que, dice, "el privilegio no consiste tanto en la libertad de gozar de determinadas cosas como en el gusto de prohibirlas a los demás". Eso es para él Sicilia, una isla poblada por gente a la que no le gusta el mar.

Ningún autor mejor para convertirse en costumbre veraniega que Leonardo Sciascia. Él mismo tenía las suyas: acumular lecturas en torno a un "centro de interés", releer en bucle todo Stendhal y escribir "un librito". Normalmente esa escritura era un ejercicio placentero, pero el libro que terminó en agosto de 1978 le causó "una inquietud rayana en la obsesión". No se trataba de una obra cualquiera sino de El caso Moro, redactado a partir del secuestro y asesinato del dirigente democristiano a manos de las Brigadas Rojas ese mismo año. Laico, ilustrado, volteriano -"y todo lo demás que se dice de mí y que no niego"-, el novelista se vio envuelto en una enorme polémica por una obra que es, ante todo, un impecable ejercicio de lectura: la de las cartas enviadas por el secuestrado desde su cautiverio pidiendo que el Estado negociara con sus secuestradores.

Mientras los colegas de partido de Aldo Moro sostenían que aquellos textos nacían de la coacción, el escritor (y luego diputado) se afanó en demostrar que nacían de la lucidez. El tiempo le dio la razón, lo mismo que a sus denuncias de la connivencia entre mafia y poder, pero antes tuvo que aguantar que lo descalificaran llamándolo "artista". Él, que tenía la sensación de ser no un vidente sino un fantasma, prefirió perder la confianza de sus lectores que traicionarla. Este año Sciascia hubiera cumplido 90 años. Pensó sin anteojeras y dio un paso adelante. Sobre todo cuando había que elegir no entre el bien y el mal, cosa fácil, sino entre dos males.

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Sobre la firma

Javier Rodríguez Marcos
Es subdirector de Opinión. Fue jefe de sección de 'Babelia', suplemento cultural de EL PAÍS. Antes trabajó en 'ABC'. Licenciado en Filología, es autor de la crónica 'Un torpe en un terremoto' y premio Ojo Crítico de Poesía por el libro 'Frágil'. También comisarió para el Museo Reina Sofía la exposición 'Minimalismos: un signo de los tiempos'.

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