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Columna
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Todos 'voyeurs'

Hace unos años The New York Times publicó un editorial pidiendo que se prohibiera entrar teléfonos móviles en gimnasios, vestuarios y saunas. Entonces pudo parecer chocante, pero no hoy, cuando está asumido que todos los teléfonos móviles son cámaras. Un poco antes, en noviembre de 1995, una empresa brasileña de lencería publicó una foto de Hillary Clinton sentada, de forma que se le veían las bragas, foco visual que Roland Barthes habría definido como punctum fotográfico. Se trataba de una típica foto robada. Si la mirada de la Medusa podía matar, el fotógrafo invisible puede desnudar ahora una expresión a través de su microfisonomía.

En 1930 la revista británica Weekly Graphic acuñó la expresión candid photography para designar a las instantáneas que congelan una acción humana espontánea. Hoy esta expresión ha caído en desuso por la rápida evolución técnica en la era digital, que facilita atrapar lo imprevisto o lo inconsciente. La vulnerabilidad de la propia imagen se hace patente cuando una mueca, convertida en espejo del alma, rompe la máscara oficial de Diana Spencer, de Sarkozy o de Paris Hilton. Con su negación de la puesta en escena, el disparo fotográfico puede revelar la vulnerabilidad de los sujetos públicos, desvelando lo incorrecto para el gusto, el protocolo, la urbanidad o el pudor. En definitiva, lo que más gusta al voyeur es la transgresión de lo previsible. Y cuando todo el mundo se ha olvidado de la candid photography, tiende a olvidarse también de que somos objetivos de las cámaras de videovigilancia, inquisitivos artefactos sin sujeto que nos amenazan con un Estado orwelliano.

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Tirar la foto, esconder la mano

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