_
_
_
_
_
me cago en mis viejos III

Treinta y Uno

En vez de preguntarme por qué me he convertido en un tipo que no existía, o que solo existía en mi imaginación, me pongo a escribir como un loco la historia del hombre invisible, que quizá presente al Planeta. He borrado las páginas que llevaba escritas para empezar de nuevo, porque ahora sé cosas que antes ignoraba. Entretanto, y a base de práctica, acabo dominando los mecanismos para viajar de la visibilidad a la invisibilidad, o viceversa, sin problemas. Ya no me fatiga, como al principio. Pero actúo con prudencia porque no controlo al 100% todavía el cuerpo invisible.

Me acuerdo de cuando se produjo el llamado "apagón analógico". Mucha basca se descuidó, o no estaba al loro, así que un día, al encender la tele, no se veía nada, como si se hubiera acabado el mundo. La nada debe de ser algo parecido: un espacio en blanco, con puntitos negros y un ruido de fondo, una especie de radiación como la que precedió al Big Bang. Daba que pensar la idea de que Tele 5 y Antena 3 y la Sexta y Cuatro, y TVE, etcétera, continuaran vivas en otra dimensión de la realidad con la que no había modo de conectar sin el aparato adecuado. Algo así me ocurre ahora con los viejos de Carlos Cay y con su hermana y su sobrino. Todos han muerto en analógico, pero continúan vivos en algún dobladillo del universo. Como continúa vivo Carlos Cay, desde cuyo cuerpo escribo estas líneas.

He borrado las páginas escritas porque ahora sé cosas que antes ignoraba
Más información
Me cago en mis viejos I, por Carlos Cay
Me cago en mis viejos II, por Carlos Cay
Me cago en mis viejos III, por Carlos Cay

Veo con frecuencia al profe del taller literario. Casi sin darnos cuenta, a base de coincidir, nos hemos hecho amigos. Siempre me pregunta lo mismo: que cómo va mi proceso de convertirme en Nadie. Mal, digo yo, pues he notado que le molan más los problemas narrativos que sus soluciones. A ratos, deja por unos instantes de ser él y se convierte en Lucifer, porque es el nuevo modo (y el nuevo cuerpo) que ha elegido el diablo para comunicarse conmigo.

Cuando el profe vuelve en sí, ignorante de lo que acaba de ocurrir, y de mi conversación con Lucifer, pedimos otra de berberechos, y otras dos copas de coñá, y nos quedamos mirándonos sin decir nada, como dos gilipollas.

EDUARDO ESTRADA

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_