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crisis desde mi terraza
Columna
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ÚLTIMA

Desde hace tiempo me empleo en el hedonismo. Dicho así suena ideal. En realidad, es un ejercicio agotador. La gente suele entender el placer como una meta, una recompensa. Está dispuesta a dejarse la piel en el trabajo durante días o meses poniendo la vista en el fin de semana o en el mes de vacaciones; o a sacrificarse por un hijo o por una amante durante años, en la esperanza de que le arroparán con su cariño cuando pase el tiempo. Yo no participo de ese placer a plazos. No me fío. Mi hedonismo es instantáneo. Ansío que cada momento, no importa dónde esté ni con quién, me entregue un disfrute al contado y sin intermediarios.

Desde que me levanto necesito que hasta los actos más simples, como recoger una miga del mantel, esperar en una cola o el trayecto al garaje, me causen deleite. Comprenderán ahora que en la angustia en que se ha convertido mi vida a la caza del placer, escribir esta columna me provoque una irritación existencial.

Y es que escribir (bien, se entiende) no sirve para nada. Ni siquiera para ligar o para que te suban el sueldo. El otro día le leí a un tipo de un blog una reflexión genial sobre la lectura: "Los que leen son pobres, porque si no irían al cine a ver la película". Los que escriben son también pobres, pero de espíritu, unos infelices sin solución que llenan cuartillas porque no saben como llenar sus vidas. Aquellos escritores a los que presté con adoración juvenil las pupilas y el alma, sólo me devolvieron sufrimiento y la convicción de que no merece la pena reflexionar sobre este muladar que es el mundo sino procurar escapar de su hedor.

A cambio de su genio, consiguieron una hornacina en la posteridad a título póstumo. En vida, sólo merecieron miseria y padecimiento. Les hablo de Baudelaire, maltratado por una puta, bizca y calva, que le pegó la sífilis; de Pessoa, célibe y solitario junto a todos sus heterónimos; de Pavese, suicida, impotente y eyaculador precoz; de Céline, proscrito y declarado por la República Francesa "desgracia nacional" por ser el autor de la mejor novela del siglo XX. En esas minucias no suelen detenerse las biografías, ni los catedráticos de literatura que se forran glosando su obra.

Entra la noche en mi balcón. Así que, como Neruda, puedo escribir la columna más triste esta noche, escribir por ejemplo, "la noche está nublada y se aploma sobre el regreso de los veraneantes". En noches como ésta, tal vez les quise, y ustedes también me quisieron, aunque éste sea el último dolor que yo les causo y sean éstas las últimas líneas que les escribo.

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