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Reportaje:

La gran evasión

Htein Lin fue encarcelado por su oposición al régimen birmano y encontró en el arte su salvación. Sobornó a sus guardias para conseguir pintura. Esculpió jabón. Hoy es uno de los grandes artistas asiáticos y se presenta en Londres

Cuatro figuras esqueléticas, en cuclillas y con la cabeza baja. Miran de refilón con ojos ennegrecidos. De sus bocas abiertas escapan gritos inaudibles de protesta, de desesperación. En las mismas circunstancias de privación se vio el autor de la pintura, el joven birmano Htein Lin.

Cuchillas, mecheros, jeringuillas, palillos, tapones de pasta de dientes... Lin tuvo que usar instrumentos cotidianos
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Myanmar, represión bajo las flores

Falsamente acusado de organizar revueltas políticas contra la junta militar de Myanmar (antigua Birmania), el régimen que mantiene en arresto domiciliario a la Nobel de la Paz Aung San Suu Kyi, Lin fue encarcelado durante seis años y medio. En el arte encontró una válvula de escape contra la tortura psíquica y física de su reclusión, entre 1998 y finales de 2004. Hoy está considerado como uno de los grandes artistas asiáticos. Tras su paso por la Bienal de Venecia, Casa Asia presenta este verano en Londres una selección de los 230 trabajos que realizó en secreto en su celda.

"A un artista se le puede encarcelar, pero a su arte no. El arte ayuda a un artista a sobrevivir en cualquier sitio y a cada momento", explica Htein Lin frente a un autorretrato incluido entre las 65 obras que presenta en Casa Asia. Necesitó valor e ingenio para crear piezas artísticas en las tres cárceles birmanas en las que cumplió su condena, finalmente conmutada en 2004. "Todo estaba prohibido para los presos políticos. No podíamos leer ni escribir ni dibujar ni pintar", recuerda a sus 40 años.

Lo hizo en secreto. Sobornando a guardias para que le procurasen la materia prima esencial, pinturas en óleo, acrílicas o de pared; trapicheando con presos comunes para hacerse con telas en las que plasmar sus experiencias de la vida en prisión. A falta de lienzos o tablas, Lin realizó sus obras carcelarias sobre retales y trozos de uniformes.

A cambio de cigarrillos o dinero en metálico fue haciéndose con sus uniformes, los típicos longys birmanos, retazos de algodón enrollados al cuerpo. Siempre blancos y, en muchos casos, amarillentos y raídos del uso. "Sobreviví con mi vida artística. En estas obras expreso mis sentimientos de la vida en prisión. Es difícil explicar dónde termina el arte y dónde empieza la política. No me puse a pintar en protesta contra el Gobierno, sino con la idea de reflexionar sobre la vida de los presos. Plasmo en los dibujos una información que el Gobierno nunca difunde", advierte. Y continúa: "No estoy de acuerdo con quienes dicen que mi arte es político. El pueblo birmano está controlado por un Gobierno horrible. La situación de los presos es pésima. Ésta es la verdad, y mi arte es una reflexión de nuestra situación. Nunca he pretendido hacer un arte político, pero pasé demasiado tiempo en la cárcel y no pude controlar la temática de las pinturas".

Las obras hablan por sí mismas. En Esperando la comida, seis personajes, con cuerpos y extremidades reducidos a largos huesos, claman a un invisible carcelero; Biología del arte, que Lin pintó sobre una camiseta al salir de la enfermería del penal de Mandalay, parece una radiografía de los órganos internos. "Me habían tratado de problemas gástricos y, de vuelta a mi celda, tracé la ruta de la comida por mi estómago torturado, lleno de espinas y cuchillas. Mi corazón, en cambio, está lleno de flores", explica.

Cuchillas, mecheros, jeringuillas, palillos, tapones de la pasta de dientes... Lin desarrolló ingeniosas técnicas de impresión mientras estuvo encerrado. Las brochas escaseaban, además de ser difíciles de esconder, y tuvo que echar mano de los instrumentos cotidianos que le proporcionaban sus cómplices.

Con una enorme foto plastificada de Buda, imprimió El corredor de la muerte -donde pasó una temporada como castigo por haber reclamado mejoras en las condiciones carcelarias-, que muestra las caras desesperadas de 10 presos sentados en hileras. Con pastillas de jabón hizo curiosas esculturas humanas. Con la jeringuilla debía trabajar rápido, pues la pintura, según explica, se dispara en chorros incontrolables.

La tabla de bambú de su colchón servía tanto de prensa como para esconder las telas terminadas hasta que encontraba la vía para sacarlas al exterior. "La disciplina y seguridad eran extremas. Tenía que estar constantemente buscando mi forma de crear. Y, claro, debía elegir con mucho cuidado al guarda que podría estar dispuesto a ayudarme. No tenía tiempo para aburrirme ni deprimirme", sonríe.

Lin se mueve entre la figuración y la abstracción. Pese a la sombría temática, sus pinturas son coloridas, expresionistas, impactantes. Podrían ser obra de autores occidentales, aunque él afirma que en su estilo se combinan "Asia y Europa". Menciona a Picasso, Pollock, De Kooning y Dalí entre sus artistas favoritos. "Entonces, sólo conocía sus obras por fotografías", recuerda.

Lin nació en Mezaligon, en el delta de Irrawaddy, en diciembre de 1966. Con 20 años participó en muestras colectivas en la Universidad de Rangún, donde estudió derecho. Participó en manifestaciones prodemocráticas hasta que, acorralado por las autoridades, huyó a los campos de refugiados que el Frente Democrático de Estudiantes de Birmania mantenía en India. Allí conoció al conocido artista birmano Sitt Nyein Aye, con quien profundizó en su técnica pictórica.

De vuelta a la sociedad, a principios de los noventa, concluyó la carrera universitaria y renovó sus intereses artísticos. Reconocido en su país entre los pioneros del performance art, Lin llevó a escena comedias e intervino en medio centenar de películas y vídeos.

Todo se hundió en 1998, año en que sobre él cayó una condena de siete años por activismo político. La Cruz Roja, que lo visitó en el penal de Mandalay, le registró como el preso número 000235. Fue una acusación falsa, asegura, basada en la supuesta carta de un amigo que lo identificaba como cabecilla de grupos de oposición. "El Gobierno reconoció el error cometido, pero era demasiado tarde. Conocían la verdad desde el primer día". Lin cumplió seis meses y medio de su condena antes de ser liberado. Para entonces, su esposa y madre de su hija había solicitado el divorcio. La agonía familiar ante la ausencia del padre de familia queda reflejada en un par de dibujos expuestos en Casa Asia.

En Eclipse compara su situación con la yuxtaposición de la Luna y el Sol: "Nuestras vidas como presos políticos son como un eclipse: un Sol radiante y una exitosa carrera como actor y artista; al minuto siguiente, la oscuridad de una celda", escribe en las notas de la exposición.

El Sol vuelve a lucir en el horizonte de Htein Lin. Con la ayuda de amigos y de su actual esposa, Vicky Bowman, ex embajadora británica en Rangún, consiguió sacar su comprometido legado artístico de Myanmar. La colección se conserva, en préstamo, en el fondo del Burma Archives Project, en el Instituto Internacional de Historia Social de Amsterdam, creado para preservar la "memoria colectiva del desarrollo" del país asiático. Este año, el artista ha participado en la Bienal de Venecia.

"Esta exposición ayuda a mi pueblo", asegura Lin en Casa Asia. "Nunca imaginé que podría exponer ante un público más extenso que mis dos colegas de celda y un guarda. Me emociona, porque estas pinturas pertenecen a los presos; yo simplemente soy un instrumento".

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