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FÓRMULAS QUE MUEVEN EL MUNDO
Columna
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Esto no es una palabra

Javier Sampedro

El reverendo Edward Foster tuvo una súbita inspiración en los primeros días de 1904. "¿Por qué no son las palabras como las pinturas?", se preguntó. "Una palabra desconocida, al igual que un cuadro nunca visto, revelaría así gran parte de su significado". Foster se sobrecogió ante las implicaciones de su idea. Qué inmenso lastre arrastraba la humanidad con esos vocabularios construidos sin método ni sentido alguno. Un buen lenguaje, se dijo, debía construirse de modo científico para que resultara autoevidente.

Tras descartar que hubiera nacido "hombre con un cerebro de mayor potencia intelectual que el de Aristóteles", Foster dispuso que las palabras de Ro pudieran empezarar con 10 letras, pues ésas eran las categorías -sustancia, tiempo, posesión- que le salieron al griego de la potencia. La segunda letra es vocal y por tanto subdivide cada categoría aristotélica en cinco subcategorías. Por ejemplo, de la "t" brotan ta (tiempo), te (lapso), ti (instante), to (reposo) y tu (rato). Los pronombres empiezan por "a", las preposiciones por "i" o por "o", según vayan a favor o en contra de la siguiente letra, si acaba en "o" debe ser un nombre abstracto, en fin.

Foster siempre reconoció a su mujer un talento lingüístico muy superior al suyo, con la debida distancia al poderío estagirita, así que la persuadió de algún modo para que se largara ella sola un diccionario de 16.000 palabras Ro-inglés / inglés-Ro: la gramática fundida con la lógica en la primera lengua del futuro. Vean un ejemplo: rojo "bofoc", naranja "bofod" y amarillo "bofof", todos de "bofo" (color). Qué sensación de armonía. Y justo entonces apareció Edwin Hubble.

El problema no era realmente que el cosmos se llamara "Na" ("lo inamovible"). El problema es que se generaba desde Na. Así, el Sol era el "Lolai-Na", o "el que sólo se mueve sobre lo inamovible". El nombre de la Luna (Galaina) se debía a lo lejos que quedaba su dinámica de lo inamovible. Y de "Lolai-Na y Galaina" -día y noche, luz y sombra, juicio y arrebato- brotaba en orden jerárquico el nomenclátor de cuanta cosa contempló el estagirita. Ro, amigos, se había deshecho en fonemas en un mero instante ("ti").

Sí, el último párrafo era una parábola. La versión de no-ficción es casi peor: "He dedicado 24 años a esta labor", escribió el reverendo en la edad tardía. "Si no he conseguido construir un lenguaje que el mundo quiera adoptar, debo decir que tengo la clara convicción de que Ro es la vía, y mi conciencia está tranquila".

Los lenguajes de tipo Ro fueron un sueño racionalista en el siglo XVII, y el gran Leibniz fue uno de los primeros en salir escaldados del intento. El "alfabeto del pensamiento humano" del que hablaba sin parar iba a ser un léxico construido con ideogramas, de tal forma que el usuario, al encontrarse con una palabra desconocida, no tuviera más que "calcular" lo que significaba (casi todo el mundo, seguramente, habría preferido consultar un diccionario). Este tipo de sistemas supone un riesgo adicional. ¿Y si llega un matemático y demuestra que existe una palabra Ro que significa "no soy una palabra Ro"? Así fue como Kurt Gödel se cargó el Ro de las matemáticas, el otro gran sueño racionalista.

Según la lingüista Anna Wierzbicka, de la Universidad Nacional Australiana en Canberra, todas las lenguas poseen unas 60 palabras indefinibles sin caer en trampas circulares: un buen ejemplo es yo (a menos que "uno mismo en cuanto a su esencia de persona" cuente como definición). ¿Serán éstos los "números primos del idioma", el germen del que se deriva todo concepto pronunciable?

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