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hamaca de lona | literatura
Columna
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La pistola en la sien

Manuel Rodríguez Rivero

En las habitualmente bien surtidas secciones de "escritura creativa" (subsección "narrativa") de las grandes cadenas norteamericanas, se encuentran dos tipos de libros. Unos, más prácticos y dirigidos a los principiantes, se centran en las herramientas y trucos del oficio, así como en los diferentes elementos de la ficción: personajes, punto de vista, diálogos y situaciones dramáticas, etcétera. Otros son auténticos libros de autoayuda: manuales destinados a romper las resistencias y animar al que desea escribir pero no se ha puesto todavía, a los tímidos que no se atreven a intentarlo, o a los inseguros que han sublimado el oficio hasta el punto de creer que no tienen "nada nuevo" que contar y dudar acerca de si "realmente" desean hacerlo.

Resulta muy difícil romper los bloqueos que impiden que puedan expresarse por escrito las historias que cualquiera lleva dentro

Que puede aprenderse a escribir ficciones que "funcionen" literaria y editorialmente es algo obvio y de lo que abundan conspicuas muestras. Raymond Carver aprendió a escribir cuentos en la University of Iowa, y Ian McEwan y Kazuo Ishiguro, por poner dos ejemplos británicos, se graduaron en los prestigiosos cursos de creative writing de la University of East Anglia. En España, como en otros países europeos, han proliferado, al margen de los centros oficiales, academias, talleres y escuelas en los que novelistas profesionales explican los secretos de la escritura a jóvenes (y no tanto: hay mucha vocación tardía) deseosos de componer su primera novela o libro de relatos.

Lo que resulta más difícil es aprender a romper los bloqueos que impiden que puedan expresarse por escrito las historias o las imágenes que cualquiera lleva dentro. En todo caso, en la mayoría de los libros que abordan el problema el consejo que se da a los afectados es que se pongan a escribir ya, de lo que sea, pero con tenacidad y sin desánimo, a diario, sin releerse, evitando la severa "autocrítica" inhibidora, sin esperar a que "venga la inspiración" y regale la historia. Un escritor es alguien que escribe, de manera que, como les espetó Sinclair Lewis a los estudiantes que habían venido a aprender de él, "qué demonios están ustedes haciendo ahí, escuchándome en vez de estar en su casa escribiendo".

Escribir cansa. Pero no hacerlo, deseándolo, todavía más. El crítico Alfred Kazin afirmaba que el mejor método para desbloquear las inhibiciones es tratar de escribir bajo presión, como si a uno le pusieran en la sien una pistola y le conminaran a ello bajo la amenaza de apretar el gatillo. Seguramente no es un mal sistema (los periodistas lo saben perfectamente), siempre que uno consiga creerse el ultimátum. Hay otros: leo que en Vancouver, Canadá, organizan durante el fin de semana del Labour Day (del 5 al 7 de septiembre), el 32º concurso anual internacional "de novela en tres días" (www.3daynovel.com). No hace falta ir allí. Todo lo que se requiere para participar en el campeonato es que cada concursante pague 50 dólares de matrícula y que, una vez finalizada la novela, la envíe adjuntando un impreso en el que jure (con la firma de algún testigo) haberla escrito precisamente en esos tres días. No es una pistola en la sien, ni un artículo de diario con hora fija de entrega, pero puede valer.

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