En el principio fue el acorde

La relación de la música con el lenguaje es un enigma cada vez mayor. Las técnicas para filmar el cerebro en acción (como la resonancia magnética) han identificado varias regiones del córtex que se activan por igual cuando un sujeto está procesando las relaciones entre las partes de una oración y cuando está analizando las jerarquías que establecen las notas y los acordes de una pieza. En otro experimento, una serie de frases con niveles crecientes de incongruencia sintáctica activó gradualmente los mismos circuitos cerebrales que una serie de melodías con niveles crecientes de disonancia armónica. Y en otro quedó patente que las dos regiones cerebrales más claramente relacionadas con la capacidad del lenguaje, las áreas de Broca y de Wernicke, están implicadas también en el procesamiento de la información musical.
Sin embargo, otros datos indican que la música y el lenguaje son disociables. Un paciente puede perder el oído musical por una lesión cerebral y conservar intacta la capacidad lingüística. Lo contrario también es cierto: el compositor Shebalin perdió la competencia gramatical por un daño cerebral, pero mantuvo su notable talento para la música, y su modo de vida. Y todos conocemos gente dura de oído que piensa y habla con brillantez apabullante.
Aniruddh Patel, del Instituto de Neurociencias de San Diego (California), acaba de proponer una solución al enigma (Nature Neuroscience, 6: 674). La música y el lenguaje, según él, se archivan en distintas bases de datos, situadas en zonas separadas del córtex cerebral. Por eso son disociables. Pero, en el mismo momento en que un hablante está interpretando una frase, o un oyente está analizando una melodía, ambas bases de datos usan la misma memoria operativa: un analizador sintáctico que funciona en tiempo real.
"La sintaxis", escribe Patel, "puede definirse como un conjunto de principios que gobiernan la combinación de elementos estructurales (sean fonemas, palabras, notas o acordes) en secuencias. Las secuencias, lingüísticas o musicales, no se crean por la mera yuxtaposición arbitraria de los elementos básicos. En ambos casos, ciertos principios combinatorios operan a varios niveles, como en la formación de palabras, frases y oraciones complejas en el lenguaje, y en la formación de acordes, progresiones de acordes y claves armónicas en la música".
El analizador sintáctico, una especie de experto que se alquila al mejor postor, permite a la mente extraer complejos e interesantes significados de una monótona secuencia de sonidos que de otro modo aburriría a una oveja. Cuando en una letanía verbal aparece un nombre, el analizador sintáctico se queda esperando un verbo que concuerde con él, aunque eso no ocurra hasta 10 palabras más adelante. Cuando una canción se aparta de su ancla armónica -la tonalidad-, el analizador sintáctico se queda esperando que la melodía regrese a su cauce, liberando la tensión musical.
Según la teoría de Patel, las áreas de Broca y de Wernicke no están especializadas en el lenguaje, como se creía, sino que forman parte del analizador sintáctico en tiempo real: un dispositivo mercenario que lo mismo se pone al servicio del discurso que del pentagrama, y quién sabe de qué más.
Teorías como la de Patel son precisamente lo que necesita el problema de la evolución del cerebro humano. En primer lugar, porque descubren módulos cerebrales -como el analizador sintáctico- que pueden utilizarse para varios procesos mentales distintos, y que la evolución puede barajar sin necesidad de empezar desde cero cada vez que hay que inventar una nueva función. En segundo lugar, la música es muy anterior al habla en la historia del planeta, y puede aportar un sólido cimiento funcional para la evolución de la capacidad humana del lenguaje.
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