La reina Isabel abre las entrañas de Buckingham
Durante dos meses, los visitantes podrán conocer el fastuoso salón de baile
Tony Blair lo definió en su día como "una obra de teatro anticuada", pero Carla Bruni sí se declaró impresionada el pasado marzo por el fausto y oropel de un banquete de Estado ofrecido por la reina de Inglaterra.
Desde el próximo martes y hasta el 29 de septiembre, el público también podrá saborear la "experiencia única" rememorada por Bruni porque el palacio de Buckingham ha decidido abrir por primera vez las puertas de ese universo real.
Una impresionante mesa de 53 metros y forma de herradura preside el Salón de Baile de Buckingham, escenario donde la monarca ejerce de anfitriona de una cena durante la primera noche de las visitas de Estado. Adornada con una espectacular selección de plata dorada procedente de la gran vajilla real -que se utilizó por primera vez para festejar el cumpleaños de Jorge III-, su lujoso despliegue de juegos de mesa esconde una coreografía calculada al milímetro.
El personal de palacio limpia y pule el millar de copas del más fino cristal, la vajilla de porcelana de Sèvres y la cubertería de plata hasta completar unas 5.000 piezas, incluida una colección de candelabros cuya altura variable indica el estatus del comensal. En clara disputa con las superproducciones cinematográficas, los banquetes de Estado requieren unos preparativos de hasta seis meses, aunque la puesta en escena -esto es, poner la mesa- se ejecuta en dos días. Hay que calcular que el servicio de cada invitado (160 piezas, en total) mida exactamente 43,8 centímetros y que su silla se halle a 68,58 centímetros de la mesa. A la reina le gusta supervisar personalmente el resultado, desde los 23 adornos florales hasta las seis copas por comensal (para el vino blanco, el tinto, el agua, el oporto, la quinta para brindar y la última para acompañar el postre). Y en medios palaciegos aseguran que no se le pasa ni una.
La hora de la verdad, la propia cena, se desarrolla bajo la batuta del mayordomo real que, comunicado telefónicamente con la cocina, lidera un ejército de 100 lacayos y sirvientes, cuyos pasos sincroniza gracias a un sistema de luces: azul, para permanecer inmóvil; ámbar, para servir la comida, que hoy en día consiste en cuatro platos, lejos de los excesos del pasado. Los responsables de la exposición han replicado en Buckingham hasta el más mínimo detalle y sostienen que, de faltarle algo, sólo sería el olor de la comida.

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