_
_
_
_
_
Hamaca de lona
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

El verano de Corín

Manuel Rodríguez Rivero

Sexo y literatura se encuentran indisolublemente mezclados en mi educación sentimental. Recuerdo, por ejemplo, cuando me enteré de la existencia de Corín Tellado (1927-2009). Tenía 11 o 12 años y estaba en la playa, tumbado junto a la hamaca de lona en la que reposaba una vecina que me duplicaba la edad y de la que estaba perdidamente enamorado. Aquella diosa -la llamaré Laia- solía preguntarme sobre mis cosas; me halagaba sentir que me escuchaba, al contrario que mis padres. Entre semana, cuando no iba a verla su novio, nos bañábamos juntos y jugábamos a las ahogadillas. Luego, le traía pequeños cangrejos que desenterraba en la orilla y le conseguía conchas de formas infrecuentes, que ella celebraba y guardaba en su cesta. Et in Arcadia ego. Me fascinaba verla untarse el cuerpo de aceite Uve, especialmente cuando alzaba los brazos y me ofrecía una brevísima visión del vello de sus axilas (muchos años después, leí en Trópico de Capricornio que al joven Henry Miller también le excitaba el de su maestra de piano). Pero lo que más me gustaba de Laia era que, a menudo, cuando estábamos los dos secándonos perezosamente al sol, me hacía unas agradables cosquillas en la espalda que me obligaban a ponerme boca abajo para ocultar la repentina dureza sobrevenida en mi bañador.

Aquella mañana, sin embargo, Laia había permanecido absorta en la lectura de un librillo que incluía la palabra "besos" en su título. Me fastidiaba su falta de interés hacia mí, una irritante indiferencia que me convertía en un intruso. Recuerdo que cuando se levantó para darse un baño -aquella vez no me invitó a acompañarla-, lo depositó sobre la hamaca. Fue entonces cuando me fijé en que su autor (lo suponía varón) se llamaba Corín, un nombre que me pareció más propio de payaso que de escritor. Cuando Laia salió del agua yo estaba esperándola junto a su hamaca, boca abajo y encogido como un gato para recabar su atención sobre mi espalda. Pero ella se secó rápidamente, me brindó una desganada sonrisa y retomó la lectura con besos en el título. Por algún motivo del que siempre he culpado a aquel librejo, Laia nunca volvió a hacerme cosquillas.

He recordado la historia al enterarme de que Ediciones B publicará en septiembre Desde el corazón, un volumen que reúne "cuatro grandes novelas" (no dicen cuáles, pero tal vez una sea la causante de mi herida) de Corín Tellado, la autora hispánica más vendida de todos los tiempos. Ensalzada por Vargas Llosa y Cabrera Infante, la asturiana escribió cerca de 3.000 novelas y varios centenares de relatos a lo largo de su vida, inundando el mercado hispánico del libro de quiosco a razón de uno por semana.

En aquella España lejana, sus novelas, construidas en torno a amores idealizados, se poblaron de los besos que el obsceno puritanismo nacionalcatólico había exiliado de las calles. Su mayor mérito fue vender pasiones de ficción a buen precio y con periodicidad semanal, contribuyendo a que muchas mujeres (y no pocos hombres) se aficionaran a la lectura. Aunque solo fuera por eso, merece el recuerdo y una extensa nota a pie de página en la historia de la literatura española. Pero no puedo olvidar el daño que me infligió aquel verano.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_