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Tres pastillas contra la malaria infantil

Médicos españoles desarrollan en Mozambique un proyecto para prevenir la infección en niños

Miquel Noguer

Tres pastillas para luchar contra la malaria infantil. A primera vista, la fórmula parece demasiado simple para atajar una epidemia que fustiga a los países menos desarrollados desde tiempos inmemoriales, pero ésta es la base de un proyecto que los investigadores del hospital Clínic de Barcelona en el centro de Salud de Manhiça (Mozambique) están ensayando desde hace un año. A falta de la anhelada vacuna contra la malaria, los científicos pretenden ahora suministrar la profilaxis contra la enfermedad a todos los niños menores de un año, que precisamente son los más afectados por la enfermedad.

Pero esta idea, fácilmente aplicable en la rica Europa, es poco menos que una utopía en un continente donde la mitad de las personas no tiene acceso a los servicios sanitarios y en el que muchos países no invierten ni ocho euros anuales en la salud de sus ciudadanos. Por esta razón, los investigadores del Centro de Salud Internacional del Clínic en Mozambique están investigando la forma de llevar un tratamiento lo más simplificado posible a todos los rincones de África.

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Y los primeros resultados son esperanzadores. Explica Pedro Alonso, director del centro, que la fórmula pasa por aprovechar al máximo los recursos existentes. "Casi todas las madres africanas velan por la correcta vacunación de sus hijos, al menos durante el primer año de vida, por lo que hemos basado nuestro proyecto en aprovechar las visitas que los niños hacen a los centros de salud para la vacunación", explica Alonso.

En este momento, además de recibir las vacunas habituales contra la polio, la difteria, el tétanos, la tos ferina y el sarampión, los médicos aprovechan para suministrar al niño que participa en el ensayo una dosis de sulfadoxina-pirimetamina (S-P). Anteriores estudios realizados con este combinado indican que apenas falló en un 3% de los casos y que es uno de los fármacos que menores resistencias está experimentando. Y tiene otra ventaja, el precio. "El fármaco apenas cuesta medio euro", explica Xavier Gómez, investigador del Clínic en Manhiça quien recuerda que el resto de costes serían reducidos, ya que se aprovecha la infraestructura existente.

En Tanzania, donde hace dos años se presentaron los resultados de un estudio parecido, las hospitalizaciones por malaria de niños que habían recibido este tratamiento se redujeron un 30% respecto a los que se les había suministrado un placebo. Y lo que es mas importante: "Los casos de malaria se redujeron un 59%", explica Alonso. Este estudio, publicado por la revista The

Lancet, fue muy bien acogido por la OMS, que "desde el primer momento mostró su interés por aplicarlo en otras zonas de África", explica Gómez. Por esta razón, el ensayo es una de las prioridades actuales del centro de Manhiça.

En estos momentos unos 1.500 niños mozambiqueños están recibiendo el tratamiento. Éste comienza poco después del nacimiento, cuando las madres pueden decidir si su hijo participa o no en el ensayo clínico. Al segundo mes de vida, y aprovechando la visita al centro para recibir las vacunas habituales, la mitad de los niños toman la primera dosis de S-P, mientras que a la otra mitad se les suministra un placebo. La operación se repite a los tres meses y a los nueve, cuando toman la última dosis tras recibir, también, la vacuna contra el sarampión.

Con todo ello los investigadores pretenden evitar que los niños contraigan la enfermedad en los meses más críticos de su infancia. El tratamiento profiláctico a todas las edades, además de ser económicamente insostenible en estos momentos, también es peligroso por la aparición de resistencias a los escasos fármacos de que se dispone para tratar la enfermedad. "De esta manera al menos protegemos al niño durante casi todo su primer año de vida, que es cuando se suelen registrar más fallecimientos relacionados con malaria", explica Pedro Alonso.

Los resultados definitivos del ensayo aparecerán a finales de 2004 y será entonces cuando la Organización Mundial de la Salud debatirá si el tratamiento intermitente, que es como se denomina esta actuación, es una buena arma para combatir la malaria. Estudios parecidos, aunque con otras combinaciones de fármacos, se están realizando en Tanzania, Ghana y Kenia, según Xavier Gómez, con lo que la OMS tendrá una importante base de datos antes de decidirse a aplicar el tratamiento a gran escala. "Creemos que estamos en el buen camino", afirma Pedro Alonso.

Centro de Investigación de Salud en Manhiça (Mozambique) del hospital Clínic de Barcelona.
Centro de Investigación de Salud en Manhiça (Mozambique) del hospital Clínic de Barcelona.HOSPITAL CLÍNIC DE BARCELONA

Crecen las resistencias

Los repetidos fracasos para desarrollar una vacuna eficaz contra la malaria han hecho de las medidas preventivas para evitar el contagio y, en menor medida, de la profilaxis con fármacos, las dos únicas armas disponibles para combatir la epidemia que cada año afecta a 300 millones de personas en el mundo, la inmensa mayoría en países pobres.

Pero los fármacos que se han venido utilizando durante las últimas décadas comienzan a presentar múltiples resistencias a los tratamientos disponibles. El parásito que causa la malaria, el plasmodio, que se transmite por los mosquitos anofeles hembras, ha mutado y ya no es vulnerable a los fármacos tradicionales.

La cloraquina, por ejemplo, que hasta hace pocos años era el principal tratamiento contra la malaria ha tenido que ser complementado con otros compuestos químicos, pues llegó a fallar en el 54% de los casos en que se administraba, explica el investigador Pedro Alonso. Por esta razón, el ensayo con niños que se lleva a cabo en Manhiça ha optado por utilizar el combinado de sulfadoxina y pirimetamina que, por su novedad, presenta pocas resistencias.

Y es que un tratamiento fallido agrava mucho la situación: en los casos de malaria severa la aparición de resistencias a la cloraquina puede llevar a un coma irreversible si no se trata al paciente con quinina, algo que sólo puede hacerse en los hospitales, un servicio siempre escaso en la mayor parte de las regiones de África.

Una combinación devastadora

Basta una ojeada a los alrededores del centro de Investigación de Salud de Manhiça (Mozambique), donde los pacientes esperan sentados en el suelo, para bajar a la más cruda de las realidades africanas. Malaria, malnutrición y sida conforman aquí un devastador combinado que en una década ha rebajado en 10 años la esperanza de vida de los mozambiqueños.

"Aquí vemos malaria todos los días", explica el coordinador del centro, Eusebio Maceto, quien considera que combatir esta enfermedad debería ser una auténtica prioridad para todo el mundo.

"Una cuarta parte de las hospitalizaciones en este centro son por malaria y aquí nos afecta durante todo el año". No ocurre lo mismo en otras zonas del continente, donde la enfermedad del mosquito sólo aparece en los periodos más húmedos. La proximidad del río, las plantaciones de caña de azúcar y la elevada temperatura que se registra a lo largo del todo año en el sur de Mozambique hacen de esta fértil zona un terreno también muy abonado a la aparición de todo tipo de insectos, entre ellos el temido mosquito anofeles, transmisor de la malaria. De los 200 niños que cada día pasan por el centro de salud, unos 120 se van con diagnóstico de malaria.

Y los efectos son tremendos. "Durante el primer año de vida un niño puede sufrir malaria dos veces o incluso más", explica Xavier Gómez. En la etapa adulta también es frecuente que los habitantes de las zonas más depauperadas puedan sufrir la enfermedad una vez al año. Si se contrae estando fuerte y sano no deja de ser una enfermedad más, pero si a ello se suma el sida o la malnutrición, las posibilidades de morir son altas.

"El 26% de las muertes del hospital se deben a la malaria", explica Gómez. Entre los niños, los datos oficiales hablan de tres muertos por cada cien hospitalizados. "El problema es que en muchas zonas no tienen ningún hospital al que acudir, por lo que este dato puede variar mucho o incluso no llegar ni a registrarse", afirma el investigador. Lo que sí se está logrando, al menos en Manhiça, es que las madres confíen en el hospital como centro para cuidar de sus hijos. "La gente va asumiendo que los enfermos deben acudir al centro de salud y no al curandero", explica Eusebio, quien recuerda que muchas muertes ocurren porque los enfermos no acuden a tiempo al centro.

Otro fenómeno del África austral es que los curanderos prefieren no tratar la malaria, lo que es una ventaja para la medicina convencional, que puede tratar a los pacientes cuando la enfermedad se encuentra en una fase menos avanzada.

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Sobre la firma

Miquel Noguer
Es director de la edición Cataluña de EL PAÍS, donde ha desarrollado la mayor parte de su carrera profesional. Licenciado en Periodismo por la Universidad Autónoma de Barcelona, ha trabajado en la redacción de Barcelona en Sociedad y Política, posición desde la que ha cubierto buena parte de los acontecimientos del proceso soberanista.

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