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Crítica:NAIPAUL DESPUÉS DEL NOBEL
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Sin camino en el mundo

La última novela de V. S. Naipaul, la primera publicada después del Nobel, en 2001 (aunque escrita antes de recibirlo), lo confirma como un maestro indiscutible, merecedor como muy pocos del galardón recibido. Puede que no sea, en el sentido más convencional del término, una novela magistral, como otras del mismo Naipaul, pero es sin duda -nadie puede dejar de reconocerlo- la novela de un maestro, que se sirve del género con la desinhibición propia de aquel a quien no le queda nada por demostrar, y sí en cambio muchas cosas aún sobre las que escribir, y auténticas ganas de hacerlo.

El título de Media vida es, en español lo mismo que en inglés (Half a Life), calculadamente ambiguo. Media vida -41 años- es lo que tarda el protagonista de la novela, Willie Chandran, hijo de un santón indio, en realizar el periplo que lo lleva primero desde la India natal a Londres -adonde llega a los veinte años con una beca de estudios-, y desde allí a Mozambique -adonde lo arrastra la mujer de la que se ha enamorado, perteneciente a la colonia portuguesa de aquel país-, para recalar finalmente en Berlín, en la casa de su hermana, con las manos vacías y ninguna expectativa por delante.

MEDIA VIDA

V. S. Naipaul

Traducción de Flora Casas

Areté. Barcelona, 2003

240 páginas. 18 euros

UNA VIDA MALAGUANYADA

V. S. Naipaul

Traducción de Xavier Pàmies

Edicions 62. Barcelona, 2002

232 páginas. 24 euros

Más información
"Trato de entender las cosas con la imaginación"

Pero el título de la novela sugiere también la "vida a medias" que lleva el protagonista. Pese a conseguir abrirse camino en Londres como redactor radiofónico y pulular, siempre de un modo esquinado, por los círculos de la bohemia del Soho (el único al que tenían acceso los inmigrantes hacia finales de los años cincuenta); pese a que, animado por un amigo periodista que alienta sus buenas dotes de escritor, llega a publicar incluso un libro de relatos, Willie Chandran no encuentra su lugar en la metrópolis. Y en la destartalada vida de la colonia portuguesa de Mozambique, abocada a un final inminente y violento, Willie descubre muy pronto que ha ido a parar a "un mundo de medio pelo", cuyos habitantes no dejan de considerarse a sí mismos "personas de segunda categoría".

Da igual que se desarrolle en

los márgenes de las grandes ciudades o en las devastadas extensiones de las viejas colonias: el planeta en que Willie Chandran vive es un gigantesco suburbio en el que millones de hombres como él, arrancados de su propio suelo -a menudo de su propia lengua-, emancipados de una cultura inservible, cuando no abiertamente degradada, pero difícilmente adaptables a la cultura metropolitana (de la que han obtenido, en el mejor de los casos, una educación anacrónica), viven una vida que no es la suya ni es la de nadie. En el caso de Chandran, su desgarbada existencia sólo quedará iluminada por el destello de dos epifanías: la de la violencia (impresionante página en la que empuña por vez primera un rifle) y, muy particularmente, la del sexo. La lenta y penosa educación sexual de Chandran, su casi azarosa iniciación -ya en África- en placeres cuya profundidad muy fácilmente podrían haber permanecido desconocidos para él ("pensé lo terrible que habría sido... valía la pena cualquier precio, cualquier consecuencia"), constituyen la principal vía de acceso a un sentimiento de sí mismo liberado de las rémoras de sus orígenes. Pero ese sentimiento sólo redundará en una conciencia extrema de su propio e irreversible desarraigo, y terminará por socavar la primera y única relación en su vida -la de Ana, la muchacha por la que se traslada a África- en la que, libre por una vez de ese sentimiento de ser diferente que lo atenaza durante su estancia en Inglaterra, gozaba Chandran de la "nueva sensación de ser aceptado como hombre y de verse como una persona entera".

En Media vida parecen yux

taponerse con deliberado descuido tres novelas, correspondientes a sus tres distintas partes. La primera, Una visita de Somerset Maugham, en la que se cuenta la historia del padre de Chandran, es una pieza hilarante y absolutamente genial, que por sí sola bastaría para consagrar a Naipaul como un maestro. La segunda, correspondiente a los años del protagonista en Londres, contiene también abundantes filos satíricos, y a momentos tiene trazas de roman à clef, siendo como es sin duda la parte dentro del libro en la que Naipaul deposita una mayor carga autobiográfica. Parece evidente que la incipiente trayectoria de escritor de la que Chandran, desinteresado, se desvía, es la que siguió el propio Naipaul y la que lo redimió, en cierto modo, de un destino como el de su personaje. El amigo periodista que incita a Chandran a escribir le ofrece, a modo de receta literaria para sus relatos, un consejo que no puede dejar de leerse en relación al título mismo del libro, Media vida: "La vida no tiene un planteamiento claro y un desenlace nítido. La vida siempre continúa. Deberías empezar por el medio y terminar en el medio, y todo debería estar ahí".

Si en el capítulo londinense planea la sombra cáustica de Evelyn Waugh (de quien aprendió Naipaul que narrar es ofrecer "una experiencia completamente transformada"), en el largo capítulo de África planea, inquietante, la de Conrad, y en él se traza como de soslayo una afiladísima perspectiva sobre la turbulenta realidad de ese continente, del que dice Chandran que nadie hubiera podido imaginar, y menos que nadie sus colonos, que en él "el mundo de hormigón quedaría tan completamente aplastado por el frágil mundo antiguo de la paja". Sólo tardíamente se hace Chandran a la idea de que "había algo en el corazón africano inaccesible a los demás y más allá de la política", ese algo que Naipaul -que vivió allí- ha sondeado ya en otros libros suyos.

En el reticente comentario que dedicó a Media vida en The New York Review of Books, el escritor surafricano J. M. Coetzee, uno de los pocos escritores actuales que puede medirse con Naipaul, reconocía que la imagen de Mozambique que se ofrece en la novela -y Coetzee sabe como nadie de qué está hablando- es "fiel, fresca y sorprendente". Y añadía: "Esta parte de la novela pertenece a un estilo de escritura que Naipaul ha perfeccionado con los años, en el que el reportaje histórico y el análisis social se entremezclan con la ficción autobiográfica y las memorias de viajes: un estilo variado que puede revelarse como el legado más importante de Naipaul a las letras inglesas".

El comentario, aunque abiertamente elogioso, no hace sin embargo justicia al mérito principal de Naipaul y de un libro como éste, cuya virtud principal no es de carácter estilístico, sino que atañe, más profundamente, a su escurridiza moralidad y a su sabiduría. Pero ya el mismo Coetzee lo dejó dicho anteriormente, con palabras inequívocamente admirativas, las más honrosas que se pueden dedicar a un escritor contemporáneo: "Cuando Naipaul habla, nosotros escuchamos".

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