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Reportaje:IV CONGRESO DE LA LENGUA

Aventuras de un vendedor de lenguas

Cómo gestionar una empresa multinacional cuya demanda está muy por encima de la oferta? Demanda de enseñanza no reglada de español como lengua extranjera y demanda de cultura española e hispanoamericana. ¿Clientes, consumidores o fervientes admiradores de cuanto creamos e imaginamos? Una empresa sin clientes no existe. Una empresa sin una marca de prestigio no se abre paso en el mundo. Nuestra empresa o institución lo es sin ánimo de lucro, por lo que cuantas clases se dan están adaptadas al nivel de vida de cada ciudad en la cual nos instalamos. Además, los ingresos recaudados en cada sede no salen de ella, se reinvierten en sus actividades culturales. En algún país nuestra febril actividad provoca recelos porque creen que somos una empresa económica, cuando lo que somos es una empresa puramente cultural y educativa. Pero por lo general se nos requiere y solicita en todo el orbe más allá de nuestras posibilidades, ofreciéndonos gratuitamente o en condiciones muy favorables inmuebles donde instalarnos. Cuando llegué a la dirección, recibí sin parar a embajadores propios y ajenos demandando Cervantes, como si de una fábrica de coches se tratase. Ese requerimiento se les hace permanentemente a nuestras más altas autoridades. La apertura de un centro en algún país vecino de otro que no lo tiene ha creado celos y malestar, resuelto con la promesa de una próxima apertura. Y no sólo entre países, sino entre ciudades de un mismo país. La demanda del español crece a pasos agigantados en todo el mundo, muy a pesar de nuestra incredulidad. Y nuestra cultura artística, científica y deportiva se desparrama por doquier llevando la lengua de cuatrocientos millones de personas en canciones, películas o triunfos en competiciones de masas. No hace mucho, en Estambul, visitaba a la comunidad sefardí. En la redacción de uno de sus diarios y revistas, escrito en ladino, mantuve un encuentro con los redactores. La subdirectora acababa de regresar con sus hijos de un viaje a Nueva York y venía encantada, porque se habían dado cuenta de que con aquella "antigualla de lengua que hablaban en familia desde tiempos remotos" se habían entendido con montones de gentes. Ahora actualizaban su judeoespañol en nuestras clases.

Al frente de esta institución

he tenido muchas satisfacciones. Aunque ya nos hayamos olvidado de que no hace tanto tiempo éramos emigrantes, países como Alemania, Reino Unido o Francia nos acogieron. Hoy en ellos hay millones de personas que hablan nuestra lengua, nos admiran y nos conocen más allá de los tópicos. Hace unas semanas en Francfort, en su ayuntamiento, recibía el ofrecimiento de hacernos cargo de la Amerika Haus, un gran edificio en el centro de la capital bancaria europea, utilizado durante décadas por los norteamericanos como centro cultural. Las razones que me dieron no podían más que respaldar cuanto he dicho. ¿Cómo no iba a estar el Cervantes en la cuidad natal de Goethe? En Pekín, al darle la mano al ministro de Cultura chino, me recorrió por el cuerpo un gran escalofrío cuando pensé que, a través de él, lo estaba haciendo con mil trescientos millones de personas. Yo tan sólo representaba a cuatrocientos millones. Cuando me aseguró que en una década, con nuestra ayuda, habría al menos diez millones de chinos que hablarían español, yo no supe más que contestarle con una sonrisa. ¿Para él eran muchos o pocos? En Nueva Delhi visité la universidad e inauguré con su rector y el catedrático de español, mi viejo amigo Ganguli, un Aula Cervantes. A la entrada de la facultad de Letras estaban reunidos los cientos de estudiantes que semanas antes se habían manifestado para que hubiera más profesores de español. Sus ánimos se calmaron cuando prometí que este mismo año se abriría un gran centro en su ciudad, como así será próximamente. En Belgrado inauguramos hace dos años un instituto en la calle principal y poco después teníamos que alquilar aulas cerca de la universidad para cubrir la demanda que se había desbordado.

Más de una veintena de países disfrutamos de una lengua común que abarca un territorio geográfico rico en paisajes, cultura e historia. Desde fuera se nos ve como gentes optimistas, trabajadoras e imaginativas. En un mundo a veces gris y sombrío, la alegría de vivir es un buen antídoto contra el pesimismo. Hoy no sólo somos lo que siempre fuimos, grandes artistas y escritores, sino también científicos, médicos, arquitectos, músicos, cineastas y hasta también astronautas. Somos una de las más viejas civilizaciones que hemos vuelto a despertar de un corto letargo. Y lo estamos haciendo para que nos comprendan y para comprender mejor a los demás. En el país más importante del mundo y en la mayor parte de sus grandes capitales, se escucha nuestra lengua de manera normal y habitual. Estados Unidos es ya un país bilingüe, a pesar de que algunas autoridades se empeñen en negarlo.

El plurilingüismo será una de las características esenciales de este siglo XXI. El conocimiento de lenguas sólo produce beneficios y los norteamericanos comienzan a saberlo. Cualquier profesional que hable español e inglés gana ocho mil dólares más. No sé si EE UU es un país culto -creo que sí-, pero desde luego pragmático sí lo es. El español allí es su frontera natural. Lo mismo sucede con nuestro país hermano Brasil, que ha asumido el español como su segunda lengua después del portugués. Coincidí en Washington durante una de las millonarias manifestaciones de hispanos a favor de su regularización. Las pegatinas, pancartas y demás elementos propagandísticos los llevaban escritos en ambas lenguas. El himno americano lo escuché cantar en español. Todos los personajes que se dirigieron a esta masa -excepto el senador Kennedy- lo hicieron en nuestra lengua, incluso un cardenal de origen irlandés, jefe supremo de la Iglesia católica en EE UU, que comenzó así, irónicamente, su discurso: "Queridos amigos, me voy a dirigir a todos ustedes en esta lengua que creo todos conocen". Hace años, cuando entré en San Patrick, en Nueva York, me pareció una iglesia protestante por su sobriedad. Hoy, desde luego, es una iglesia católica, repleta de flores y velas encendidas y miles de fieles que van a ver a la nueva inquilina, la Virgen de Guadalupe.

De entre los cientos de razones que, a lo largo del mundo, me han dado para aprender español, recuerdo una que me regaló -como dicen en Colombia- un profesional nipón: "Es una de las pocas lenguas que, además de aprenderse fácilmente, no es agresiva ni impositiva. Es una lengua dulce que se habla para escuchar". Amén.

César Antonio Molina es director del Instituto Cervantes y autor de la antología poética El rumor del tiempo.

Fachada de la nueva sede del Instituto Cervantes en Madrid.
Fachada de la nueva sede del Instituto Cervantes en Madrid.GORKA LEJARCEGI

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