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LA VENTANA DE MILLÁS

Colijo yo, propende él

Escribo porque me templa y sosiega; porque me centra, porque me inquiero, me indago, me descubro, me desarrollo, evoluciono, me amaso; porque me alimenta y expande. Porque escribiendo dudo, retrocedo y rectifico: me mejoro. Leo y me formo; escribo y me forjo. Porque ralentizo el paso del tiempo. O lo pongo bocabajo. O corre con sentido. Porque el tedio, escrito, no lo es. Porque escribir apuntala, en el silencio de la noche, el día. Porque bulle una inquietud, y con un primer trazo fecundo un pensamiento, y hurgo en el cerebro, y lo vivifico, y una nebulosa adquiere densidad, se clarifica, toma cuerpo, cuerpo de palabra, de frase; y la idea intuida es sacada a flote, pescada a pluma, a veces para mi propio asombro. Escribo para sentirme vivo, para vaciarme para llenarme, para liberar sentimientos. Para distanciarme de mi propia mediocridad; para alejarme de los felices. Para combatir la vacuidad, la dispersión mental. Para apagar el vocerío molesto de la conciencia, el eco sórdido del exterior; para aplacar demonios. Para liberar en orden la energía mental que anda loca, rebotando entre las paredes del cerebro. Para ser mejor o pensar cosas mejores. Como ejercicio terapéutico, como analgésico mental de uso tópico y efecto inmediato, sin contraindicaciones. Por el puro placer de descerrajar una palabra como 'colijo' o 'propende', ocurrencias de ahora mismo, que resuenan misteriosamente en los oídos en tanto no son escritas en una oración. Y es así que ambas van a servir de título a este texto. Porque lo pensado, pensado, y lo pensado, escrito, transforma lo pensado e incita a más pensar; así hasta el infinito. Dios quizá sea alguien que lo haya escrito Todo.

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