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Dejar de creer

Juan Ignacio Crespo

El nuevo libro de poemas de Mercedes Cebrián abre con una cita de Philip K. Dick: "La realidad es eso que, cuando dejas de creer en ello, no desaparece". Una afirmación que este autor de ciencia-ficción solía completar diciendo que "el mundo en que vivimos no está a la altura de mis estándares".

Cuando en alguno de los mercados financieros, inmobiliarios o de materias primas se produce una burbuja, la incredulidad se generaliza. Y fallan los estándares.

Sucedió hace pocos años con la burbuja tecnológica; ha sucedido con la inmobiliaria, y empieza a ocurrir algo parecido con otra mucho menos conocida del gran público: la burbuja crediticia y su más íntimo correlato, los instrumentos de cobertura del riesgo de crédito.

La subida de las Bolsas, aunque justificada por los resultados de las empresas, es en realidad un efecto secundario de la orgía crediticia que tiene al planeta entero inmerso en un frenesí de fusiones y adquisiciones. O, con una terminología de importación más reciente, de "operaciones corporativas". Baste, para ilustrarlo, pensar en el efecto que las distintas OPA lanzadas en los últimos 15 meses han tenido sobre la cotización de las empresas del Ibex 35.

En todo este proceso están desempeñando un papel muy destacado los llamados, en terminología anglosajona, grupos de private equity (a los que en España suele llamárseles, con expresión no muy adecuada, ya que sólo cubriría una parte menor de su actividad, "fondos de capital riesgo"). Grupos inversores, en suma, que se valen del endeudamiento masivo a la hora de lanzar operaciones de compra sobre otras empresas; si la empresa comprada cotiza en Bolsa, su destino más común es ser excluida de cotización.

La actividad de estos grupos está siendo tan intensa que puede afirmarse que ya constituyen una parte destacada de la economía mundial. Además, por supuesto, se ha venido sucediendo en 2005 y 2006, de forma casi ininterrumpida, el tipo de OPA más tradicional.

Junto a los mercados de crédito han crecido exponencialmente a lo largo de los últimos años otros mercados en los que los acreedores buscan como protegerse frente a eventuales impagos futuros de sus clientes. Esos otros mercados lo que vienen a proporcionar, finalmente, es un seguro: a cambio del pago de una prima alguien se hace cargo de los impagos de un tercero, si se producen.

Pues bien, es en este otro territorio del aseguramiento (que puede llevar a cabo cualquier tipo de inversor institucional) donde parece estarse produciendo la burbuja gemela de la crediticia. Los datos que ha publicado recientemente el Banco Internacional de Pagos así lo atestiguan: el mercado de "derivados de crédito" (que así se llama en la jerga del oficio) alcanza en este momento un volumen de 370 billones (no billion) de dólares, una cifra que ya empieza a desbordar los límites de la imaginación.

Como sobre cualquier burbuja que se precie, sobre estas dos (crédito y cobertura) comienzan a menudear las advertencias y los comentarios apocalípticos. Y también los síntomas enfebrecidos: se está llegando a una práctica insensibilidad al riesgo, algo que ha llevado la prima del seguro por protegerse frente a impagos de un crédito de diez millones a tan sólo 22.500 euros.

¿Cuál es el eslabón más débil en todo este entramado? Todo apunta hacia las empresas compradas por medio de transacciones en las que el endeudamiento representa un papel esencial. A ellas se refería la autoridad financiera británica hace sólo quince días, advirtiendo del excesivo apalancamiento (endeudamiento) de algunas operaciones. Esa deuda descomunal termina habitualmente en el balance de la empresa comprada que, además, pagará a sus nuevos propietarios un fuerte dividendo (en un movimiento que recibe el nombre, no exento de ironía, de recapitalización). Todo ello puede lastrar las expectativas de la compañía a poco que la actividad económica empiece a decaer (o los tipos de interés a subir). Son empresas que un agente del propio sector en el que se realizan estas operaciones acaba de calificar como "pollos sin cabeza". Una forma tajante de hacer desaparecer la realidad.

Juan Ignacio Crespo pertenece al Cuerpo Superior de Estadísticos del Estado

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