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Reportaje:NUEVOS NARRADORES ESTADOUNIDENSES

Los chicos atrevidos

Vamos a empezar con una cita. Dos mujeres y un policía se encuentran ante una tumba profanada y la miran. 'Suelen hacerlo adolescentes', dice el policía. 'Solemos encontrar el cuerpo en los alrededores. Una vez encontramos uno con un cigarrillo en los labios y con un sombrero mexicano. Los chicos de hoy son mucho más atrevidos de lo que lo éramos nosotros. A mí nunca se me habría ocurrido desenterrar un muerto cuando era joven. Tirar una lápida, sí, o pintar algo con spray en una cripta, o bueno, darle un empujoncito a un borracho'. El comentario proviene de uno de los relatos de George Saunders en Pastoralia, pero encajaría perfectamente en boca del policía corrupto que deambula por Springfield, la ciudad dibujada en colores (lisérgicos) donde habita la televisiva familia Simpson. No es raro que la lectura de los nuevos escritores norteamericanos deje a menudo esta sensación, la idea de que en Estados Unidos escritores y guionistas televisivos comparten un mismo mundo ficticio, autorreferencial. David Foster Wallace, acaso el escritor más lúcido de su generación, habló de ello en uno de los ensayos que recoge Algo supuestamente divertido que nunca volveré a hacer; partiendo de la herencia posmoderna, que borró las fronteras entre géneros y unió las ficciones con el chicle de la cultura pop, Wallace defiende la tesis de que los escritores norteamericanos ya no reflejan la sociedad actual, sino la sociedad que refleja la televisión actual. La ecuación parece complicada pero en realidad es muy sencilla y, a decir verdad, permite entender el alud de traducciones de autores americanos que llegan a nuestras librerías: en muchos casos, sus referentes están también en nuestras pantallas. Así, el vasto panorama de estos nuevos narradores podría hallar en cada caso un referente en la parrilla televisiva (o varios al mismo tiempo), y el zapping casi nos permitiría saltar de uno a otro sin que resultara traumático.

Los escritores ya no reflejan la sociedad actual, sino la sociedad que refleja la televisión actual
Los autores con ambición se preocupan antes de conseguir un agente que de terminar sus novelas

Desde hace décadas, la escena

literaria de Estados Unidos se encuentra anclada en una paradoja que lo hace tremendamente singular: el amplísimo espectro de autores, temas, estilos e intenciones que puede ofrecer su geografía tiene que pasar, para su búsqueda del éxito comercial, por el estrecho embudo de la monopolizada industria cultural, que se reparte casi exclusivamente entre Nueva York y sus capitales satélite, Chicago, Washington, Boston y, cada vez menos, San Francisco. La dispersión y la competencia salvaje son tan brutales, que los autores con ambición se preocupan antes de conseguir un buen agente literario para que les abra camino que no de terminar la novela que tienen entre manos. Se negocian contratos de siete cifras con sólo leer una sinopsis de novela, se invierte más en la imagen del autor que en consolidar su estilo. Muy por debajo se juega otra liga, la liga de las revistas literarias de prestigio, de las editoriales universitarias, de las literaturas de minorías, y sólo de vez en cuando, como una concesión, una de esas voces se amplifica, su eco llega hasta la estrecha franja de la popularidad y consigue un éxito, pongamos, de cinco cifras. ¿Quieren un ejemplo? El novelista Charles Baxter, de quien RBA ha publicado recientemente su novela El festín del amor, lleva años parapetado en la escena desolada del Medio Oeste, en Michigan, y aunque sus libros suelen ser magníficos su reconocimiento raramente logra cruzar la red de connaisseurs y críticos para llegar al gran público.

Ante semejante selva, ¿cómo se las arreglan los agentes y editores americanos para conseguir que sus autores traspasen la maleza y sean traducidos a otras lenguas? Pues con una fórmula combinada que les ha dado siempre excelentes resultados: en primer lugar confiando en la inveterada atracción que ejerce el mercado cultural americano -que, como decíamos, tiene en la televisión a su aliado más potente-, y en segundo lugar lanzando periódicamente globos sonda en forma de fenómenos literarios de renovación que los editores extranjeros acogen con los brazos abiertos. Estos relevos en los gustos literarios no siempre son acertados (véase la Generación X), y a menudo el gancho de un nuevo autor de interés sirve para incluir en el paquete una nómina de escritores que, simplemente, van a rebufo. Para apoyar esta dinámica, además, se encuentran las revistas que publican cuentos: aparecer en The New Yorker o en Granta, Esquire, The Atlantic Monthly o Zoetrope es poco menos que una garantía para un próximo libro de éxito.

Si echamos la vista atrás, com-

prenderemos mejor esta dinámica de relevos: ¿dónde quedaron todas esas ediciones de los posmodernos en los setenta? ¿Quién lee todavía a John Barth, William Gass, Donald Barthelme o William Gaddis? De acuerdo que se trataba de una corriente de autores sesudos y nada autocomplacientes, pero quizá con la sola excepción de Robert Coover, que sigue siendo traducido de vez en cuando, todos ellos son ahora pasto de los libreros de lance. Pero hay más: ¿qué sucedió con la amplia nómina de los llamados autores del realismo sucio, que sacó a la luz la revista Granta en los años ochenta? Sólo cuatro de sus nombres más aireados, Raymond Carver, Richard Ford y acaso Tobias Wolff y Richard Russo, publicado hace poco por Emecé, han prolongado aquí su éxito, aunque ya nadie se acuerda de la etiqueta que los lanzó.

Así las cosas, la literatura norteamericana actual ha conseguido eclosionar, con el cambio de siglo, una nómina de autores que empezaron a escribir en los años noventa y que ofrecen suficientes garantías de calidad para su exportación. Siguiendo con el referente visual: si la película Short cuts, de Robert Altman, basada en los cuentos de Carver, representaba la penúltima ola, esta nueva generación podría ser identificada con películas como Happinnes, de Todd Solonz, o La tormenta de hielo, de Ang Lee, basada precisamente en la novela de uno de estos nuevos autores, Rick Moody. En los últimos tiempos, pues, ha empezado el desembarco en España de estos jóvenes no tan jóvenes. En junio de 1999, The New Yorker eligió '20 escritores para el siglo XXI'. Pues bien, de estos 20 autores, 17 ya han aparecido o van a aparecer pronto en España, la mayoría bajo el techo de Mondadori y su operación 'The Next Generation'. Es difícil valorar, a vuelo de pájaro, si existen afinidades literarias entre esas nuevas voces; preguntados por ello, los autores responden que no, que no hay unidad generacional; sin embargo, en un artículo en The Atlantic aparecido en enero de 2001, hablando precisamente del último libro de Raymond Carver, el crítico Sven Birkets alababa el estilo de 'supresión lírica' de Carver y lamentaba el 'cambio radical' en los nuevos autores, cuya prosa postula 'un tipo de frase que es una compuerta abierta a un derrame de ideas y flujo nervioso'. ¿A qué autores se refería este defensor del minimalismo? Él mismo daba la lista un poco más abajo: 'Jóvenes escritores como David Foster Wallace, Jonathan Franzen, Aleksandar Hemon, Rick Moody, Jeffrey Eugenides, Richard Powers, Donald Antrim, Michael Chabon, Helen DeWitt, David Eggers y Nicholson Baker están haciendo temblar los cimientos de la vieja construcción declarativa', escribía, pero remarcaba que la prosa de los nuevos 'no parece tanto un homenaje al pasado como el anuncio de algo nuevo (...) utilizando los recursos de una sintaxis sólo un poco más abstracta para mostrar el fenómeno de un mundo en transformación'. Un mundo en transformación y todavía estaba por llegar el apocalíptico y epifánico Once de Septiembre.

Todos los escritores que citaba el crítico del Atlantic han sido ya traducidos al español. Sus nombres se añaden a una lista amplia y polifónica como el país del que provienen: al lado de Philip Roth o Lorrie Moore, de Gore Vidal o Terry Mc Millan, de Colum McCann o de William T. Vollmann, estos autores van a intentar ganarse el derecho a una segunda obra traducida, algo que no muchos consiguen. Preguntados por sus influencias, sus rasgos generacionales, los nuevos autores citan nombres que aquí nunca conocimos (un error de cálculo) y alegan con razón una cultura, la norteamericana, tan vasta que hay sitio para todo el mundo: un actor como Steve Martin, por poner un ejemplo, puede escribir piezas literarias memorables. Mientras, la maquinaria americana ya ha empezado a difundir los autores del futuro, el relevo del relevo. David Schickler, Marisa Silver, David Knowles, Peter Orner, Sarah Vowell..., añadan por si acaso estos nombres a los de David Sedaris, Matthew Klam o Ethan Canin, por citar sólo a tres de los que están, y hablamos de nuevo dentro de unos años.

UN TUMULTO DE VOCES: ETHAN CANIN

Ethan Canin es un caso aislado, pues está construyendo una sólida carrera desde la escena literaria de la Costa Oeste, en San Francisco. Su obra goza de buena suerte editorial en España: el primer libro de cuentos, El emperador del aire, fue editado por Versal y recuperado por Salamandra hace un par de años; siguieron después El ladrón de palacio (Anagrama, 1996), Blue River (Emecé, 1997) y De reyes y planetas (Salamandra, 2001). La escritura de Canin es limpia pero no sencilla, se desenvuelve con ingenio y precisión, y podría verse casi como un eslabón que conectara el paso de los minimalistas a los nuevos narradores. Sus historias se abren a largos perfiles vitales, ya sea en la América profunda (Blue River) como en la Nueva York de los años setenta (De reyes y planetas), y no rehúyen los sentimientos y las pasiones. El ingenio y el humor también tienen su papel en algunos de sus cuentos. Después del 11 de septiembre, Canin no cambiaría nada de sus libros, pero 'sin duda no volvería a escribirlos igual'. Entre sus influencias literarias, reconoce a 'Saul Bellow, John Cheever, Peter Taylor y Scott Fitzgerald, por nombrar sólo a algunos'.

A. M. HOMES

Los libros de A. M. Homes reflejan la fría crueldad de la vida cotidiana en una América triunfadora y extraña. Casas con jardín y barbacoa donde viven familias homogéneas de cara al exterior pero quebradas de puertas adentro; comportamientos psicóticos, niños rebeldes, una sexualidad áspera y poblada de fantasmas. A. M. Homes es en Estados Unidos una autora polémica, que gusta de sacudir a una sociedad timorata y bienpensante con un estilo llano. Seleccionada en la apuesta de The New Yorker, no da importancia a las afinidades con otros autores: 'Un autor escribe de acuerdo con los tiempos que le toca vivir', afirma. La sociedad americana es su tema central: 'Después de la II Guerra Mundial', dice, 'se construyó una sociedad sobre el concepto del Sueño Americano, pero olvidando lo que supone la palabra sueño'. La autora reconoce en su obra múltiples influencias, de Mark Rothko a Francis Bacon, de Jimi Hendrix a Lou Reed, de Richard Yates a Flannery O'Connor. Hace años, Versal publicó su primer libro de cuentos y más tarde Anagrama lanzó sus novelas El fin de Alice (1996) y Música para corazones incendiados (1999).

DAVID FOSTER WALLACE

La obra de Wallace, amplia y consolidada, conjura estupefacción y admiración al mismo tiempo. Se trata sin duda del autor más agudo de su generación, quien cosecha más veneración entre sus coetáneos, pero no es en absoluto un autor de masas. Sus novelas no cortan nunca el cordón umbilical que las une con los posmodernos, pero bajo su propio estilo abandonan el tono latoso y se adentran en una extrañeza mucho más física y palpable. Lean Entrevistas breves con hombres repulsivos (Mondadori, 2001) y sentirán esta fascinación por lo raro. A la espera de la traducción de su máxima novela (Una broma infinita), los cuentos de La niña del pelo raro (Mondadori, 2000) se imponen como entelequias que cuesta descifrar, que abruman, y en ello está precisamente su seducción. Da la impresión que Wallace escribe desde una libertad tan provocativa que es humillante. Autor de largo recorrido, de teorías envolventes, dan fe de esta profundidad los artículos recogidos en Algo supuestamente divertido que nunca volveré a hacer (Mondadori, 2001), volumen de colaboraciones periodísticas de gran inteligencia y sagacidad.

MICHAEL CHABON

El de Chabon es un caso curioso. Su primera novela, Los misterios de Pittsburgh, apareció traducida hace años (Mondadori, 1989), con escaso éxito, pero aun así Anagrama publicó luego los cuentos de Un mundo modelo y otra novela, Chicos prodigiosos. Ahora su nuevo libro, Las extraordinarias aventuras de Kavalier & Clay (Mondadori), ganador del Pulitzer, ha supuesto un auténtico espaldarazo para su carrera. La crítica americana le ha comparado a John Irving, por su capacidad de construir una historia tierna y divertida a la vez. A lo largo de sus más de seiscientas páginas, Chabon revive las peripecias de Josef Kavalier, un judío de Praga que escapa del nazismo y llega a Nueva York para encontrarse con su primo Sammy Clay. Juntos van a conocer el éxito como dibujantes de cómic en la época dorada de este arte. 'La profundidad del pensamiento de Chabon, su agudo lenguaje, el ingenio y la ambición hacen de esta novela un logro mayúsculo', sentenció la crítica de The New York Times. De todos los autores que se publican ahora, Chabon es quizá quien ha encontrado una voz propia más clara y que conecta mejor con el lector medio.

JONATHAN FRANZEN

Es en estos momentos la referencia. En pocos meses, su magna novela Las correcciones (Seix Barral y, en catalán, Columna) ha vendido cerca de un millón de ejemplares y ha cosechado más de una polémica y excelentes críticas. Las correcciones es un vasto retrato de una familia media americana que va a reunirse por Navidad, de cómo las relaciones entre padres e hijos se malquistan con los años y tejen así una sociedad enrarecida, llena de prejuicios y falsedades. 'Me interesa la historia humana de mis protagonistas', afirma Franzen, 'pero se puede descubrir en la novela mi impaciencia con el triunfalismo y el optimismo americanos'. El gran hallazgo de Franzen es que ha sabido conjuntar en su historia la herencia del mundo de Don Delillo, el descaro estilístico de los posmodernos y la crítica lacerante de una sociedad herida. Algunos lectores, cuenta, han visto en su libro 'una sombra del desastre inminente', pero él se sorprende de que 'las calamidades no hubieran sucedido años antes'. Entre sus influencias, reconoce, se hallan los grandes maestros rusos del XIX y 'destellos de nuestros días como Kenzaburo Oe, Haldor Laxness o Christina Stead'.

MATTHEW KLAM

La proeza de Matthew Klam es haber conseguido encaramarse a las listas de ventas con su primer libro de cuentos, Sam el gato y otros cuentos (Mondadori). Sorprendentemente seleccionado para la lista de The New Yorker, sus relatos saben plasmar con humor y ligereza las miserias de su sociedad; los referentes y la lengua son populares, y las historias que cuenta, cotidianas. Klam es acaso el autor de su generación que más en cuenta tiene al lector, especialmente al lector joven. Las reflexiones sobre el amor, el sexo según los hombres o la extrañeza de nuestros días pueden ser mejor digeridas con un envoltorio a primera vista alegre y dulzón, pero en el fondo nada es lo que parece. Le entusiasman los detalles, cuenta, y le gustan Alice Munro, Thom Jones y sobre todo John Cheever, 'que hace preguntas y deja que el lector ensaye respuestas constructivas'. 'Mis historias', afirma Klam a continuación, 'insisten repetidamente en las mismas preguntas: ¿hace daño el amor? ¿Puedo conocer a la persona que amo? ¿Puedo confiar en la amistad? ¿Puedo aceptar el éxito? ¿Es malo mi padre?'.

GEORGE SAUNDERS

Dos libros de relatos y una exitosa novela infantil le han bastado a George Saunders para ser considerado como uno de los narradores más originales del panorama norteamericano. En las seis narraciones de Pastoralia (Mondadori, y en catalán Edicions 62), dibuja con maldad los desastres del futuro que permiten prever los desastres del presente. Un Estados Unidos convertido en parque temático y donde las grandes superficies tienen nombres como La Ciudad de las Drogas. El estilo de Saunders debe bastante a las piruetas formales de los posmodernos: su mirada es irónica y despiadada, y no le hace ascos al sarcasmo; a primera vista, el mundo que nos presenta no parece real, como si el narrador encontrara en la exageración y la caricatura una especie de alivio, pero por el fondo corre la savia de la gran pesadilla americana. Si hay algún rasgo que une a los escritores seleccionados por la revista The New Yorker, afirma, éste es la cultura pop. A su vez, admite múltiples influencias: desde escritores como Vonnegut, Barthelme o Carver hasta humoristas como Monty Python, Steve Martin o Groucho Marx.

JONATHAN LETHEM

La calidad literaria de Jonathan Lethem a menudo se ve menoscabada por los prejuicios que suscita la literatura de género, y sin embargo sus obras arrastran una legión de seguidores. Sus referentes literarios se reparten en un amplio abanico, de Don DeLillo a Philip K. Dick, y sus libros suelen ser atractivos híbridos literarios: puede viajar de la ciencia-ficción al western, pero siempre equilibrando el periplo con un trasunto de novela negra. Aunque es autor de varias novelas, su primera obra traducida al español es Huérfanos de Brooklyn (Mondadori), una trama detectivesca que él mismo define como 'una celebración de Nueva York, de su variedad sublime y freaky, del color y la energía de sus calles, de su espectro étnico y su santidad secular'. Cree que si alguna atadura hay entre los escritores norteamericanos de hoy día, ésta es 'un compromiso con las formas propias de la escritura, de la novela tradicional y el cuento, y una confianza en su poder de seducción'. A la hora de escribir, entre otras influencias, Lethem destaca a 'Kafka, Greene, Kobo Abe, Hitchcock, Highsmith, Powell, el expreso Queens-Brooklyn y mi madre'.

MICHAEL KNIGHT

Knight, que se dio a conocer casi al mismo tiempo con una novela (La vara de zahorí, Lengua de Trapo) y un libro de cuentos aún no traducido en España (Dogfight and other stories), había publicado anteriormente sus relatos en un buen número de revistas de prestigio en su país. Actualmente trabaja como profesor de escritura creativa en Tennessee y su obra va por libre, como ocurre con Ethan Canin, aunque puede leerse como un punto intermedio entre la aridez dramática de Raymond Carver y el humor travieso que cultivó el posmodernismo pop. La vara de zahorí refleja este pulso a través de una historia de disputas entre dos vecinos, fría y pasional como algunos cuentos de John Cheever, cargada de detalles íntimos, que se inicia con una pirueta argumental: la muerte del protagonista, asesinado, da pie a la reconstrucción de sus días. En cuanto a sus influencias, afirma Knight: 'Scott-Fitzgerald me hizo escribir. Carver me hizo creer que era posible (...) aunque cada vez me gustan más las voces que se arriesgan, como Rick Bass o Martin Amis', y luego enumera entre otros a Nabokov, Chéjov, Flannery O'Connor y Peter Taylor.

CHUCK PAHLANIUK

Las obras de Pahlaniuk podrían definirse como un intento de domesticar la radicalidad. Narradas con una prosa cruda y que elude florituras, sus novelas son salvajes y divertidas en su dramatismo. Su pimera novela, El club de la lucha (Muchnik, 1999), levantó ampollas por su violencia constante y obtuvo gran éxito en su versión cinematográfica; Superviviente (Muchnik, 2000) aborda el mundo de las sectas. El protagonista de Asfixia (Mondadori, 2002, en catalán en Columna) trabaja en un parque temático, en la misma línea que Pastoralia, de George Saunders, pero su modus vivendi real es la compasión de los que le auxilian cuando simula asfixiarse en los restaurantes. Preguntado por el realismo sucio, responde: 'En el mundo occidental nuestras vidas son muy limpias. Raramente vemos un muerto en nuestra vida. No matamos para comer. Evitamos los comportamientos violentos (...). Quizá la ficción descarnada es, como las películas o los juegos violentos, una nueva forma de dar salida a esas experiencias'. De su generación, cuenta, sólo ha leído a Michael Chabon y a David Foster Wallace, y ambos le motivaron a escribir.

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