_
_
_
_
_
Crítica:LIBROS
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Malentendidos de la globalización

La percepción de un economista prestigioso como Amartya Sen sobre la controvertida globalización cuenta de partida con un interés casi morboso, en atención a sus estudios previos sobre ética económica y sobre la desigualdad. Sorprendentemente, los primeros pasos argumentales de su aportación en Primero la gente parecen vacilantes; la explicación quizá sea que Sen se preocupa demasiado por integrar lo que entendemos por globalización en la la corriente principal de los avances tecnológicos de la humanidad y en desmontar la paternidad occidental del progreso técnico. Esta inclinación le lleva a olvidar una diferencia decisiva entre los inventos técnicos o mejoras sociales de épocas pasadas con lo que hoy entendemos por globalización: la ubicuidad e instantaneidad de los cambios. Pero la proverbial capacidad de Sen para imbricar economía y problemas sociales pronto recupera el mando.

Primero la gente. Una mirada desde la ética del desarrollo a los principales problemas del mundo globalizado

Amartya Sen y Bernardo

Kliksberg

Editorial Deusto

ISBN 978-84-234-2583-9

Primero la gente no es un producto académico ni de investigación sino un libro de divulgación o, mejor, de explicación. Cualquier fenómeno económico o político parece hoy sepultado bajo el peso de tópicos y verdades a medias que se dan como verdades irrenunciables que impiden cualquier reflexión seria. Por lo tanto, es necesario disolver esa costra de lugares comunes antes de pensar algo nuevo sobre cualquier asunto. En el libro hay varios ejemplos estimulantes de esta tarea de desintoxicación. Sen desmonta el uso estomagante del concepto choque de civilizaciones que se inventó Huntington con el argumento, muy sólido por cierto, de que en las sociedades se da una pluralidad de identidades que se superponen unas a otras. En ningún caso el individuo condena a una sóla identidad, la religiosa, como da a entender Huntington.

También desbarata la idea antigua de que la democracia obstaculiza el crecimiento económico. Argumenta al respecto que en los países democráticos con medios de comunicación independientes y activos no se producen hambrunas; es decir, que la democracia ha acompañado paso a paso el progreso económico de los países más desarrollados. Es más que evidente que Sen se inclina por exponer argumentos pragmáticos. Suele eludir los razonamientos metafísicos o estrictamente políticos. Sin embargo, la razón más contundente en defensa de la rentabilidad de la democracia es que cualquier coste que se le pueda imputar debe estar incluido en la formación de un negocio, sin más.

Hay, como no podía ser de otra forma, una disquisición interesante sobre la igualdad. Por encima del principio general, se defiende que el concepto es multiuso. Se puede y se debe estar a favor de la igualdad, pero conviene tasar muy bien de que tipo de igualdad se habla. Unos entienden que la igualdad universal debe ser en el ámbito de la libertad, otros que sólamente en el ámbito de la justicia, otros en el dominio económico o legal y así sucesivamente. Es decir, estamos ante una explicación previa de por qué no se entienden personas e instituciones que hablan aparentemente de lo mismo.

Sin embargo, donde Sen y Kliksberg muestran mayor destreza -y no podía ser de otra forma- es en la exposición de las relaciones entre las magnitudes macroeconómicas y el bienestar -o el malestar social-. Véase al respecto las relaciones que encuentran ambos entre la mortalidad, los ingresos y la renta. La preocupación por los factores que influyen en el bienestar de las personas forma parte de las coordenadas vitales de los autores. Así, queda perfectamente demostrado por ambos -Kliksberg opera sobre todo con análisis en América Latina- la trabazón que existe entre pobreza, educación y esperanza de vida. Siguiendo el texto se puede encontrar una trama holística que casi predetermina el destino personal. Se entiende que las interrelaciones deterministas no agotan, ni mucho menos, el campo de la libertad personal.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_