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Reportaje:

Medir el tiempo en cuentos

Canciones y noticias saltan de los radiorrelojes para despertar a los bogotanos a las cinco de la madrugada. Minutos después se despejan con un buen tinto, como llaman al café, y, ya recién aclarado el día, salen al intenso frío de la ciudad, pero ahora con la opción de animar la jornada con alguno de los más de un millón de libros que los esperan en los principales intercambiadores de la red de autobuses urbanos, plazas de mercado, grandes oficinas de servicios públicos, hospitales, colegios, comedores comunitarios, clubes de lectura y parques de una urbe de siete millones de habitantes que se extiende por este altiplano de los Andes en el centro de Colombia.

En algunos de esos sitios aguardan Leonardo, Carlos Augusto, Yohanna, Germán, Alicia y un centenar de jóvenes más, muchos de ellos rescatados de la marginalidad o desplazados de la violencia y convertidos en misioneros de la lectura. Están junto a una máquina expendedora de novelas, cuentos y poemarios de bolsillo, dispuestos a invitar a la gente a que lean. Son guías y promotores del programa Libro al viento, de la Alcaldía de Bogotá, reforzado este año por haber sido declarada la ciudad Capital Mundial del Libro por la Unesco. Una estrategia de fomento a la lectura que inició en 2004 la escritora Laura Restrepo, entonces responsable del Instituto Distrital de Cultura y Turismo, "con la intención de que la lectura se convierta en algo cotidiano y buscar que la palabra reemplace a la acción como expresión privilegiada del ser humano".

Un millón de libros circula en autobuses, plazas, hospitales y bibliotecas

Es la época en que el tiempo empieza a medirse en páginas. A contarse en cuentos.

Son cada vez más los pasajeros apurados que se detienen y piden recomendación. "Así uno se relaja más, porque si ya corremos para ir al trabajo o para hacer alguna diligencia pues por lo menos aprendamos algo", asegura Francisco Zambrano, un electricista. Donde parece ser más novedosa la campaña Libro al viento es en Transmilenio, el sistema de transporte que ha transformado la ciudad al mover cerca de 1.100.000 pasajeros diarios y reducir las distancias. Se trata de una red de autobuses con una estructura similar a la de un metro.

El día avanza y las habituales nubes que remontan la cordillera procedente de la Amazonia parecen en huelga. "Todos saben que éste es un país de grandes escritores, ahora lo que necesitamos es que lean", dice Germán Leonardo Díaz, uno de los gestores del programa. Y aunque son libros prestados, la gente devuelve la gran mayoría. Libro al viento ha editado cerca de medio centenar de títulos con una tirada media de 100.000 ejemplares. Entre los más pedidos figuran Los hijos del Sol, de Eduardo Caballero Calderón, donde se narra la destrucción del imperio Inca. Le siguen Tres historias, de Maupassant; Cuentos, de Chéjov; El ángel y otros cuentos, de Tomás Carrasquilla; Antígona, de Sófocles; Sonetos, de Shakespeare; Doctor Jekyll y Mister Hyde, de Stevenson, y Palabras para un mundo mejor, de Saramago. "Algunos pasajeros muy lectores si no encuentran un libro que no hayan leído se enfadan", cuenta Germán en el intercambiador de la avenida de Jiménez con la avenida de Caracas, pleno centro de la ciudad por donde ahora baja la resucitada quebrada de San Francisco.

Siguiendo a contracorriente, a diez calles, entre la Bogotá retaceada del Madrid de comienzos del siglo XX, espera el Museo del Oro. Un tesoro con cincuenta mil objetos en los que se aprecia el desarrollo artístico y cotidiano de las culturas prehispánicas y el halo de las leyendas que contribuyeron al sueño mítico de El Dorado. Un poco más arriba, a las faldas de los cerros orientales de Monserrate y Guadalupe, está la Quinta de Bolívar, que recrea una de las casas del libertador. Es uno de los puntos de partida de otra transformación en que está empeñada la capital: "Propiciar el encuentro de los colombianos con los museos, con su cultura. Que vean la belleza que puede crear el ser humano", cuenta Ana María Cortés, directora de la Red Nacional de Museos.

A dos pasos de allí está el barrio colonial de La Candelaria, donde en 1538 Gonzalo Jiménez de Quesada fundó con 12 chozas esta ciudad. Entrar en él es hacer un viaje a tres siglos atrás donde por sus estrechas calles van y vienen lugareños, universitarios, escolares, ejecutivos, paseantes y turistas. Y en medio de ese pasado, La Manzana Cultural. Un complejo auspiciado por el Banco de la República donde queda la Biblioteca Luis Ángel Arango -una de las más visitadas del mundo, y referencia de la red de bibliotecas bogotanas que reciben más de dos millones de usuarios al año-, la Casa de la Moneda y el Museo Botero, con obras donadas por el artista, una puerta a su popular y colorido mundo de gordos con pinturas y réplicas pequeñas de sus monumentales esculturas de bronce; además de una colección de arte internacional que incluye a Renoir, Monet, Pisarro, Picasso, Chagall, Giacometti, Bonnard, Ernst, Léger o De Kooning. Unidos por un patio, intenta pasar inadvertido el Museo de Arte del Banco de la República, de Enrique Triana Uribe, premio Nacional de Arquitectura 2006, que muestra el arte más actual del mundo junto con el Museo de Arte Moderno.

Y bajo esas tejas de barro de los caserones de La Candelaria esperan, también, iglesias coloniales con retablos, altares y capillas talladas con manos maestras y decoradas con los mejores pintores de la época como Gregorio Vásquez; y museos como el de Arte Colonial. Calle abajo, la plaza de Bolívar enmarcada por la historia del país, con construcciones de estilos diferentes: la colonial catedral, el neoclásico Congreso de la República, la alcaldía de fachada republicana y el restaurado Palacio de Justicia (tomado en 1985 por el M-19 e incendiado durante el enfrentamiento con el Ejército).

Pero el incentivo de la lectura y el aprecio a las artes está por toda la ciudad. Plazas de mercado como la del barrio Quirigua, en la zona occidental, donde los vendedores toman prestados libros para leer entre cliente y cliente, y sus hijos hacen los deberes en una improvisada biblioteca en medio de un carnaval de olores y colores de frutas, verduras, legumbres y plantas medicinales. O en el Minuto de Dios, un barrio obrero, donde se creó en los años sesenta el Museo de Arte Contemporáneo, cuna de algunos de los artistas colombianos más importantes.

La jornada ha terminado y la red de Transmilenio está en su hora punta. Ha oscurecido puntual, entre las seis y las seis y media, el frío ha regresado. "Le devuelvo este libro pero déjeme el que le encargué", pide Catalina Hoyos a una de las guías mientras le entrega Antología de poemas colombianos. El resto de pasajeros pasa mirando. Hasta que llegará un día en que uno de ellos, y luego otro y otro, se detendrán y pedirán una recomendación para leer en casa, en el autobús o mientras esperan en algún sitio, en un día seguramente lluvioso y otoñal como el que se ha escondido hoy. -

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