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Crónica:SILLÓN DE OREJAS
Crónica
Texto informativo con interpretación

El Observatorio que nada observa

Manuel Rodríguez Rivero

Dada mi propensión a la melancolía, de vez en cuando me pongo a escuchar (en la voz de Tony Bennett o Diana Krall) la canción Boulevard of Broken Dreams, compuesta por Harry Warren (la música) y Al Dubin (la letra) para la versión cinematográfica de Moulin Rouge que dirigió Sidney Lanfield en 1934. La estupenda balada cuenta la triste historia de amor de Gigoló y Gigolette, evocados por el narrador/a mientras recorre de arriba abajo "el bulevar de los sueños rotos, la calle de la desilusión". Desilusiones he tenido muchas, personales y colectivas, igual que mis improbables lectores. Por ceñirme a una concreta, me referiré al (frustrado) Observatorio del Libro, que figuraba como objetivo en el programa electoral del partido hoy goa electoral del partido hoy gobernante. Aquel órgano, que podría haberse convertido en algo parecido al Conseil du Livre francés -en el que participan representantes de los sectores y de las administraciones-, dormita hoy sin que nadie se moleste en despertarlo (¡afrancesémonos un poco, s.v.p.!). Y, sin embargo, en este paradójico país, a la vez librescamente sobrealimentado (73.000 títulos) e infranutrido (la distancia entre los seis o siete libros más vendidos y los siguientes es abismal), no escasean los problemas. La ministra (AGS) debería darle una o dos vueltas al asunto. Ya sé que las competencias culturales están transferidas, pero se echa de menos cierto liderazgo y coordinación por parte de ese ministerio que los nacionalistas insisten (interesadamente) en eliminar. Y liderazgo quiere decir mediación entre las partes, coordinación de políticas e implementación de herramientas de utilidad colectiva (lo que implica más presupuesto). ¿Algunos ejemplos?: desde conseguir la unidad estadística que acabe con el guirigay de datos hasta propiciar la elaboración de un Libro Blanco acerca del e-book y sus retos. Desde controlar la política bibliotecaria (incluyendo una compleja presión ante Educación para que se esmere en arreglar el desastre de las bibliotecas escolares) hasta elaborar una nueva ley de propiedad intelectual que contemple las apabullantes realidades tecnológicas y el papel de las entidades de gestión. Desde impulsar la lucha contra la piratería (especialmente en el sector público, que es el primer fotocopiador ilegal) hasta participar activamente en la promoción de nuestra cultura en el extranjero: una cosa es la "reconciliación" con Exteriores y otra callarse para no molestar a los chicos de Moratinos. Por lo demás, mientras observo el Observatorio paralizado, me sigo paseando (musicalmente) por mi bulevar de los sueños rotos.

Aniversarios

28 de julio de 1909: mientras en Barcelona ardían iglesias y conventos y la gente de la que nunca se habla exhibía en las calles su furia largamente contenida, en Wallasey, una apacible localidad costera del oeste de Inglaterra, veía la luz Malcolm Lowry, autor de una de las más grandes novelas del siglo XX. De la Semana Trágica ("la revolución de julio") y del nacimiento de Malcolm Lowry se conmemoran estos días el primer centenario con novedades historiográficas y alguna importante reedición. Por limitarme a las publicadas directamente en castellano, Ediciones B rescata -en la traducción de Gonzalo Pontón- La semana trágica, de Joan Connelly Ullman, un libro ya clásico (se publicó en España en 1972, con Franco vivo) sobre la insurrección que siguió a la huelga general convocada para protestar por el envío de reservistas a Marruecos. Entre las novedades destaca el libro de Dolors Marín, La semana trágica; Barcelona, la Escuela Moderna y la revuelta popular (La Esfera). El mejor libro para comprender el papel de Ferrer Guardia y de su Escuela Moderna sigue siendo Francisco Ferrer i Guardia, pedagogo, anarquista y mártir (Marcial Pons, 2006), de Juan Avilés. En cuanto a Malcolm Lowry (1909-1957), Tusquets continúa publicando los libros póstumos (todos lo son, excepto Ultramarina, 1933, y Bajo el volcán, 1947) que su segunda esposa, Margerie Bonner, reelaboró con distintos editores a partir de los manuscritos del autor. Ahora se presenta la novela Piedra Infernal (título original: Lunar Caustic, literalmente "nitrato de plata"), en traducción de Juan de Sola, y la antología de poemas (seleccionados y traducidos por Juan Luis Panero) El trueno más allá del Popocatépetl. Del primero me conformaré con decir que la traducción es bastante mejor que la que publicó la editorial Alfa, de Montevideo, en 1970, y cuyo ejemplar acabo de arrojar a la papelera. En cuanto al libro de poemas, Panero (para quien quizás esté demasiado claro que Lowry "fue más un gran poeta en prosa que en verso") ha preferido a la mera traducción (por otra parte imposible, salvo limitándola a una literalidad sin sentido) una "reescritura" personal en la que se hace patente su propia voz de poeta (y no de narrador).

JRJ

En la memorable lectura que ofreció en la Residencia de Estudiantes hace ahora 20 años, Octavio Paz afirmó que los poetas escriben con letra clara sus verdades oscuras. No creo que la frase pueda aplicarse con entera propiedad a Juan Ramón Jiménez. Y quizás aún menos a su luminosa, resplandeciente Prosa Lírica, de la que la admirable Biblioteca Castro acaba de publicar un primer volumen (edición de Javier Blasco y Teresa Gómez Trueba) en el que se incluyen, además de prosas indiscutibles, el inclasificable poema (¿verso? ¿prosa?) en tres estrofas Espacio, una de las cumbres de la poesía hispánica del siglo XX. En cuanto a la Resi, donde residió JRJ entre 1913 y 1916, la verdad es que en los últimos dos años su departamento de publicaciones (que dirige Belén Alarcó) ha echado la casa por la ventana para honrar al poeta de Moguer. Además de varios volúmenes de los epistolarios de JRJ y de Zenobia, del estupendo libro de Alfonso Alegre, Juan Ramón Jiménez, crónica de un Premio Nobel, y del monumental catálogo de la exposición que albergó la institución en 2006, acaba de publicar un precioso álbum (el tercero de su serie, después de los de Cernuda y Neruda) que es una pequeña obra maestra. En él han intervenido Javier Blasco (biografía), José Antonio Expósito (iconografía) y Andrés Trapiello, que contribuye con un sugerente ensayo biográfico. Supongo que doña Carmen Hernández Pinzón, sobrina-nieta del poeta y celosa y exigente representante de sus derechohabientes, estará más que contenta. Especialmente si tenemos en cuenta que la Residencia no alberga ninguna colección del extenso legado de JRJ, que, como se sabe, está repartido entre el Archivo Histórico Nacional, la Fundación Casa-Museo de Moguer y el recinto de Río Piedras de la Universidad de Puerto Rico. Como nunca he creído que alguien haga algo por nada, quizás los méritos que viene haciendo la Resi encuentren un día su recompensa.

Ilustración de Max.
Ilustración de Max.Max

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