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Entrevista:Paul Preston | 75 AÑOS DEL 14 DE ABRIL

"La República empezó a saciar el hambre de cultura"

Miguel Ángel Villena

El historiador británico Paul Preston (Liverpool, 1946) ha dedicado buena parte de su vida al estudio de la España del siglo XX. Profesor de la London School of Economics y director de la Fundación Cañada Blanch para el estudio de la España contemporánea, con títulos de referencia en su currículo como Franco, caudillo de España (1994), Las tres Españas del 36 (1998), Palomas de guerra (2001) o Juan Carlos, el rey de un pueblo (2003), Preston acaba de publicar una nueva edición revisada y ampliada de su libro La Guerra Civil española, en la editorial Debate. Desde su domicilio en Inglaterra, este historiador prestigioso y popular a un tiempo concedió a Babelia esta entrevista telefónica.

"El conocimiento de la historia reciente de España se complica por el empeño del franquismo en borrar la huella republicana"
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LA HUELLA REPUBLICANA

PREGUNTA. El 14 de abril de 1931 fue una auténtica fiesta en la calle. ¿Por qué?

RESPUESTA. Después de un largo periodo de limitación de derechos y de esperanzas frustradas muchos españoles proclamaron la Segunda República con inmensa alegría. La última gran oportunidad perdida para establecer una democracia en España se remontaba al verano de 1917. Después vinieron el aplastamiento de las fuerzas obreras, tanto en el campo como en las ciudades, y la dictadura de Primo de Rivera en 1923. Es cierto que no fue una de las dictaduras más despiadadas de la historia, pero al fin y al cabo fue una dictadura. En ese clima, entre la marcha del dictador en 1930 y la proclamación de la Segunda República, se generaron muchas esperanzas y se creó un ambiente de ilusionada expectación. Tras la victoria de las candidaturas republicanas en las elecciones municipales del 12 de abril de 1931, el júbilo estalló dos días después y las celebraciones populares en la calle sorprendieron incluso a los dirigentes de la naciente República, que tomaron el poder en una transición verdaderamente pacífica y festiva.

P. Alfonso XIII se marchó de España, aunque no abdicó.

R. En efecto, exiliarse fue una decisión personal del rey, si bien no abdicó. Alfonso XIII demostró más agudeza y sensibilidad de las que muchos hubieran esperado. Ahora bien, el monarca tomó la decisión después de saber que ni el Ejército ni la Guardia Civil estaban dispuestos a reprimir al pueblo y a oponerse al resultado de las elecciones. De cualquier modo, las conspiraciones de los monárquicos para una restauración comenzaron el día siguiente del 14 de abril.

P. ¿Qué grandes cambios esperaban las clases populares?

R. Sin duda alguna el pueblo esperaba más libertad política y una mejora en sus condiciones de vida que en algunas zonas, como Andalucía y Extremadura, eran angustiosas y desesperadas. Sin embargo, conviene recordar que el Gobierno de 1931 no era homogéneo y respondía a una coalición de partidos. Así mientras los republicanos moderados de Azaña aspiraban a un cambio de modelo de Estado y a reformas en materia religiosa y militar, los más conservadores, como Niceto Alcalá Zamora y Miguel Maura, se conformaban con haber sacrificado al rey. Entretanto, los radicales de Alejandro Lerroux sólo pensaban en sus negocios y los socialistas defendían una transformación de las estructuras agrarias y una mejora para los trabajadores de la legislación laboral. Si a eso añadimos la necesidad de una transformación de la estructura del Estado, con la aprobación de algunos estatutos de autonomía, habremos de concluir que el nuevo régimen republicano debía enfrentarse con todos los poderes fácticos al mismo tiempo, había de acometer todas las reformas en medio de un clima de impaciencia por parte de muchos sectores de obreros y de campesinos.

P. Desde sus comienzos la Segunda República tuvo una obsesión, una pasión más bien, por promover la educación y la cultura. ¿Qué aportó el periodo republicano a la cultura española?

R. Creo que hay varios aspectos que se pueden destacar de manera significativa. En primer lugar, la igualdad legal y social conseguida para las mujeres que, antes de 1931, eran poco menos que esclavas del padre o del marido. Después cabe resaltar también la dignidad alcanzada por las clases trabajadoras y campesinas, el inmenso esfuerzo en la alfabetización o el papel jugado por las Misiones Pedagógicas o por grupos teatrales como La Barraca. Las energías y las inversiones volcadas en la creación de escuelas e institutos y en las campañas para enseñar a leer y a escribir a millones de personas no tenían precedentes en la historia de España. Fue también una época de esplendor por el impulso que recibieron en la vida cotidiana manifestaciones como el cine, el teatro o la radio. En definitiva, se puede afirmar que la República sació, empezó a saciar, el hambre de cultura que los españoles habían acumulado durante los siglos pasados.

P. ¿Las cuatro décadas de dictadura del general Franco consiguieron eliminar esos valores republicanos?

R. Desde luego, el general Franco quiso borrar del mapa los valores republicanos y buena prueba de ello es la forma en la que condujo la Guerra Civil que, por su parte, fue una guerra lenta, que buscaba la aniquilación del enemigo, la limpieza de la retaguardia... La dictadura franquista trató de romper a la gente y más tarde reconstruirla de cuerpos y de mentes. Se puede decir que la dictadura enterró los valores republicanos de honradez, de liberalismo, de regeneración moral... Pero no pudo eliminarlos porque millones de personas se habían aferrado a la República como la gran esperanza para el futuro, para un futuro que tardó mucho en llegar. Desde sus casas, desde las prisiones, desde la clandestinidad o desde el silencio ese espíritu de resistencia sobrevivió y salió a la superficie durante la transición.

P. ¿Todo ello explicaría el pacto de la transición?

R. Desde luego, porque sin ese espíritu republicano subyacente, que estaba muy vivo en la oposición obrera y estudiantil al franquismo, no se habría producido ese sacrificio de renuncia a la venganza que alumbró el llamado pacto del olvido en el que se concreta la transición democrática de los años setenta. Cabe agregar también que, con la misma intensidad, esos valores republicanos se hallan en la base del afán por recuperar la memoria histórica que tienen las nuevas generaciones de españoles.

P. En su condición de historiador y sin caer en esa arqueología histórica que los alumnos siempre rechazan, ¿cómo cree usted que debe explicarse a los jóvenes de hoy la aportación de la República?

R. A la hora de explicar no es lo mismo algo que se ofrece como una opción voluntaria que la obligación de estudiar el programa de una asignatura en el instituto o en la universidad. La cuestión de cómo debe divulgarse la propia historia resulta muy difícil de resolver, sobre todo en un país como España donde los ciudadanos tienen tendencia a hablar mal de sí mismos, como nos ocurre también a los británicos. Una tendencia que, por cierto, no padecen los franceses. Además, en el caso español el conocimiento de su historia más reciente se complica porque una dictadura, que duró 40 años y que afectó a varias generaciones, se esforzó en borrar la huella de cualquier cultura democrática. Creo, de cualquier manera, que todos los empeños intelectuales deben contribuir a que se conozca mejor el pasado, desde los documentales de televisión a los reportajes y análisis de los periódicos pasando por la obligación que tenemos los historiadores profesionales de hacer llegar con amenidad y rigor nuestras investigaciones al mayor número posible de personas. Con frecuencia los historiadores escribimos más pensando en la opinión de nuestros colegas que en el gran público.

P. Acaba usted de publicar una nueva edición de su libro sobre la Guerra Civil que incluye una extensa parte inicial dedicada a la Segunda República.

R. Bueno, en realidad es mucho más que una reedición porque he vuelto a escribir todo el texto, de arriba abajo, y he ampliado la obra en un 60%, más o menos. Desde luego he tenido en cuenta todo lo publicado en los últimos años en los que se ha registrado una avalancha de textos sobre la época, en los que se han suscitado muchas polémicas y en los que ha habido aportaciones de diversos investigadores.

El hispanista británico Paul Preston (Liverpool, 1946).
El hispanista británico Paul Preston (Liverpool, 1946).MARCEL.LÍ SÁENZ

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