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Entrevista:Dmitri Bíkov | MAPA DE LAS LETRAS RUSAS

"Rusia adelanta a Occidente en todo, incluso en su degradación"

Dmitri Bíkov es uno de los autores actuales más prolíficos. Poeta, novelista, crítico, panfletista. Sus ideas y su carácter lo han convertido en uno de los enfant terrible de la literatura rusa. Él mismo ve su obra con bastante ironía y sostiene que cada una de sus novelas es en realidad su autoterapia, un intento de comprender sus complejos y temores. Son también "un intento de imaginarme cómo vivir en este desdichado país que es el mío y que tanto ha sufrido, pues hay que aceptar de alguna manera su pasado, explicar de alguna forma por qué aniquilaba a su gente, ya que no se puede vivir con una herida histórica abierta", sostiene. En Justificación trató de explicar por qué sucedieron las represiones estalinianas; en Ortografía, por qué ocurrió la revolución rusa; en Evacuador, por qué existe el terrorismo checheno. En su próxima novela trata de dar una explicación global de toda la historia rusa. "Soy mi propio psicólogo porque a los demás no les creo. Mi obra es un intento de superar mi propia desesperación".

"La gran literatura soviética fue hecha por los hijos de los comisarios, y ahora la hacen los hijos de la generación de los que podríamos llamar oligarcas y ejecutivos"
"Los problemas que Rusia debe resolver no son de carácter social, sino nacional. No en el plano étnico sino en el ideológico"

PREGUNTA. ¿Dio algo nuevo la caída del comunismo?

RESPUESTA. La verdad es que aunque la censura soviética existía, su peso era relativo. Sólo en un aspecto era un gran obstáculo: impedía reformular los grandes problemas de la época. Todos pensaban que el poder soviético era el principal obstáculo para que Rusia se pudiera desarrollar libremente; todos estaban convencidos de que bastaría con eliminar ese obstáculo para que comenzara el renacimiento. Pero ahora vemos que el obstáculo no estaba ahí en realidad. Quizás al contrario, puesto que creaba una especie de invernadero, condiciones privilegiadas para la intelligentsia, que podía hacer cosas admirables y en las que surgieron Okudzhaba, Visotski, Tarkovski, Shukshín, etcétera. Toda la generación de 1924 a 1936, mejor dicho, a 1937 inclusive, cuando en Rusia todavía nacían genios. Esto era posible sólo bajo el poder soviético, que era condición para la existencia de esa gente e incluso para la mayoría de los disidentes. Cuando desapareció quedó claro que su ausencia no resuelve ninguno de los problemas rusos, y que los problemas que Rusia debe resolver no son de carácter social, sino nacional. No en el plano étnico sino en el ideológico. La nación debe constituirse nuevamente, comprender qué son los rusos; este problema no se ha resuelto y pasará mucho tiempo antes de que se resuelva.

P. ¿Qué diferencias y coincidencias ve entre la anterior generación y la suya?

R. La generación anterior vivía prisionera de las hipnosis comunistas o anticomunistas. Mi generación reformuló estas oposiciones. Comprendemos que la oposición no pasa por los rojos y los blancos, u Oriente-Occidente, sino, por ejemplo, por la línea Norte-Sur, inteligente-estúpido, sencillo-complejo o hedonismo-ascetismo, por estas líneas. Es decir, fuimos los primeros en comprender que la libertad y el orden no son excluyentes. Lo que ya decía Chesterton. Es la primera generación que analiza los últimos problemas desde cero.

P. ¿Cree que hay una línea divisoria entre la literatura rusa actual y la literatura soviética?

R. La línea divisoria no pasa por los temas, sino por la calidad. Tradicionalmente, el nivel de la literatura posrevolucionaria cae sustancialmente. La principal razón es que aquella generación de intelligentsia que acercó e hizo la revolución se convierte en su primera víctima y simplemente no hay quien pueda escribir. Segundo, la revolución siempre conduce a una relativa democratización de la sociedad, quiéralo o no, aunque sea por un corto tiempo, y la democracia siempre trae una caída del nivel de la literatura. Por eso, esta línea cualitativa es muy clara, pero no pasa por el año 1985, sino que por 1992-1993: los temas continuaban siendo los mismos, pero la calidad empeoró notablemente. Mientras tanto, todo aquello sobre lo que hablaba la literatura rusa libre, en una u otra medida ya había sido dicho, ya sea en la literatura rusa de emigración o en el samizdat. No hubo un cambio temático importante. Ahora hay una mejora imprevista, porque han crecido ya los hijos de los triunfadores; siempre he creído que la literatura la hace la segunda generación. La gran literatura soviética fue hecha por los hijos de los comisarios, y ahora la hacen los hijos de la generación de los que podríamos llamar oligarcas o ejecutivos. Escriben muy bien, porque para ellos las oposiciones del pasado ya no existen.

P. ¿Cuál es la situación actual de la literatura?

R. Diversa. La situación de las llamadas revistas gruesas -los principales agentes de la literatura en Rusia, sus principales mediadores y divulgadores- es muy penosa. Están en manos de gente que no tiene olfato para los nuevos talentos. Tienen miedo de hablar abiertamente, publicar cosas discutibles, es una literatura muy aburrida, en la que nada sucede, y todos los intentos de coquetear con la cultura de masas y de publicar obras en esa clave resultan de mal gusto. En lo que respecta a los libros -que aquí también se han convertido en la principal forma de existencia de la literatura-, vemos dos tendencias. Primero, después de la monstruosa simplificación de los años noventa, ha comenzado cierta profundización, surge una literatura de mejor calidad, más interesante; de una estructura más compleja, que toca problemas más difíciles. Segundo, durante el periodo del triunfo de la literatura de masas, la seria alcanzó a enriquecerse con muchos procedimientos y trucos de aquélla. Esto es positivo. Es un proceso análogo al de los años veinte y treinta. La literatura de principios de los veinte es muy mala, no en vano el artículo de Tiniánov se titula Intervalo; esa pausa fue superada. Más tarde la gente comenzó a escribir sobre sí misma, surgió una enorme cantidad de obras autobiográficas, porque después del fracaso de todas las formas sociales de vida, el hombre trata de escarbar en su yo, de comprender lo que él es y representa.

P. ¿Refleja la literatura la historia de Rusia?, ¿cómo lo hace?

R. Ni siquiera hoy tenemos una epopeya decente sobre la revolución rusa. Unas pocas obras fueron escritas cuando las huellas aún estaban frescas y conservan algunas características de la vida cotidiana de entonces. Pero no se ha escrito la epopeya de la revolución; lo más cercano a un libro ideal sobre la revolución es Doctor Zhivago, porque es una novela-cuento, y sobre la revolución sólo se pueden escribir cuentos, es algo irracional. Sobre el Gulag se puede escribir con ese método, sobre la revolución, no. Tampoco resulta la epopeya tradicional, como se ve en la trilogía de Alexéi Tolstói, la primera parte es buena, el resto... La revolución rusa es un fenómeno tipológico, hay un círculo en la historia rusa, que se repite. En Rusia el Estado siempre es muy tonto y la población muy inteligente y no pueden convivir. Hay que encontrar la explicación de cada una de estas revoluciones y mostrarla. El pueblo ruso lo forman dos mitades: una, menos numerosa, gobierna y oprime, y la otra, numerosa, trabaja y obedece. Para poder escribir sobre esto y describirlo hay que escarbar muy profundo. Por eso todas las obras sobre las revoluciones son descriptivas. Tenemos muchos libros sobre cómo en los noventa comenzaron a quebrar las empresas, cómo terminaron con el poder del PCUS, cómo cambió radicalmente la cultura. Hay obras descriptivas pero no analíticas. Para escribir una buena obra sobre Rusia en los años noventa, hay que comprender que bajo la máscara de la libertad, en todo el mundo, no sólo en Rusia, triunfaron fenómenos como el amoralismo, la entropía, la desintegración y el desorden. Esto es lo que sucedió con el pretexto de la libertad, pero no tenía nada que ver con ella. La Rusia de los noventa era menos libre que durante el zarismo. Rusia bajo Yeltsin no era más libre que Inglaterra bajo Cronwell. Para discutir lo que sucedió en los noventa, hay que terminar con el fantasma de la libertad, y para esto se necesita valor cívico.

P. ¿Cree que la corriente más productiva en la actualidad es el realismo?

R. Zhitinski ha dicho que si comprendemos por realismo la Pequeña Nevá -es decir, un riachuelo muy estrecho y de orillas muy planas-, entonces es algo horrible; pero si lo comprendemos como el Volga, en el que hay de todo, entonces está perfecto. Hay diferentes tipos de realismo. Por ejemplo, el realismo mágico, inventado en lengua española. Existe un genio como García Márquez, el único genio de verdad de toda la literatura en lengua hispana del siglo XX. La mejor novela del siglo pasado, junto a Don Apacible y Doctor Zhivago, es Cien años de soledad; en Rusia sólo Andréi Beli trató de hacer cosas parecidas. García Márquez inventó ese realismo poético que yo quisiera profesar. El único problema es que como todo genio tiene problemas muy serios con el gusto. Se pasa, peca de redundancia, literalismo, fisiologismos; nada de esto es necesario. Quizás el realista ideal haya sido Zola, donde prácticamente en cada obra hay de todo. Soy partidario del realismo mágico, creo que allí está el futuro, porque con los medios del realismo tradicional, rastrero, no se pueden solucionar las tareas literarias.

P. ¿Qué piensa del fenómeno que representa el escritor Borís Akunin?

R. Interesante. En su época escribí un artículo sobre Akunin titulado: El último clásico ruso. Puede ser calificado de tal en el sentido que resuelve en todas sus obras un mismo problema: por qué en Rusia la gente de talento nunca es leal y los leales son siempre asquerosos; por qué en Rusia no se puede ser leal al Estado. El problema está planteado correctamente; falta responder lo principal, que el Estado ruso es enemigo del pueblo, por eso sucede así. Para responder por qué es enemigo del pueblo, hay que meterse en profundos motivos históricos. Lo que yo trato de hacer ahora. Un héroe como Fandorin, creado por Akunin, no existía en la literatura rusa, lo ha inventado él desde cero: una persona buena, sencilla, transparente.

P. ¿Hay puntos de coincidencia entre la actual literatura rusa y la occidental?

R. Sí. Primero y lo más evidente, es la explosión del nuevo autobiografismo, el intento de escribir sobre uno mismo, porque todas las realidades sociales se han esfumado y queda sólo la existencia desnuda; explorar en su yo. Segundo los juegos posmodernistas con la historia. Otros puntos de coincidencia no veo, porque la literatura occidental en general es muy aburrida.

P. La literatura rusa actual ¿es una prolongación de la del XIX o la influencia de la literatura mundial pesa más?

R. Andréi Bítov dijo en su época que Rusia no es un país que va por detrás, sino por delante. Yo no veo diferencias esenciales entre la tradición rusa y la mundial, salvo una: en Rusia siempre todo sucede antes. Estados Unidos maduró para escribir una novela del tipo de Guerra y paz setenta años más tarde, Lo que el viento se llevó, que es muy inferior a la de Tolstói, aunque también hay filosofía de la Historia. Lo mismo con Dostoievski: en Occidente apareció Camus, pero también es una chimenea más corta y un humo menos denso. O sea que la tradición rusa literaria es Occidente, pero por adelantado. Incluso todo el teatro del absurdo, a Ionesco y Beckett los tuvimos en los años veinte, cuando Harms y Vedenski escribieron Yelizabeta Bam y Por todo alrededor puede estar Dios. Todo existía ya entonces. Nada nuevo inventaron en el mundo después. Rusia alcanzó a escribirlo todo. Para no hablar de que esa prosa existencial que escribía aquí Trífonov está escribiéndose ahora mismo en Estados Unidos. Y los thriller que nacieron aquí, comenzando por Vladímir Odóievski o Gógol, los envidiaría el mismísimo Stephen King. Es muy importante que ahora Rusia, donde parecía que existía un vacío total, esté palpando esa cosa terrible que es la prosa de la nueva era que refleja el gran enfrentamiento que se está produciendo entre el islam y Occidente. Rusia adelanta a Occidente en todo, incluso en su degradación.

El escritor ruso Dmitri Bíkov (Moscú, 1967).
El escritor ruso Dmitri Bíkov (Moscú, 1967).

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