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Crítica:LOS LIBROS DE LA SEMANA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Todo respira al unísono

"Magnífico, sensacional, iluminador, revelador, necesario". "Me ha encantado, enganchado, sorprendido, enseñado". Expresiones de lectores del libro La pasión de la mente occidental, de Richard Tarnas, en internet. Y es así: un libro muy brillante, muy sabio, perspicaz, fácil y subyugante de leer, de una prosa de tanta claridad como esplendor literario. Vendió más de 200.000 ejemplares en Estados Unidos cuando salió, en 1991, es libro de texto en casi un centenar de universidades americanas y europeas. Es de agradecer que Atalanta lo edite ahora en castellano, por fin, así como la segunda obra, y capital, de Tarnas, culminación de ésta, fruto ambas de treinta años de trabajo, Cosmos y psique, de 2006. Hay que introducir a Tarnas, junto con Sloterdijk, en el contexto crítico de discusión, cultural y universitario español. (Incluso, como punto de iniciación en hechos sorprendentes que demandan mayor explicación que la científico-racional, ya adocenada, a Patrick Harpur). El futuro quizá esté en ellos. Tarnas y Sloterdijk, por lo menos, son dos académicos de la máxima altura, no pueden resultar sospechosos de veleidades místicas para nadie. La introducción editorial en nuestro idioma de los tres se la debemos a un editor que de verdad sigue siéndolo, Jacobo Siruela, a su labor callada y exquisita, a su sensibilidad cultural de adelantado.

La pasión de la mente occidental / Cosmos y psique

Richard Tarnas

Traducción de Marco Aurelio Galmarini

Atalanta. Girona, 2008

701 y 824 páginas. 36 y 39,50 euros

En 600 páginas, La pasión de la mente occidental recorre toda la historia del pensamiento de Occidente desde los griegos al presente. Mostrando cómo la evolución de la mentalidad occidental ha sido siempre impelida por un impulso heroico, su pasión, a forjar una identidad humana racional y autónoma, separándola de su unidad primordial con la naturaleza. Pero ni los griegos lo entendieron así antiguamente, ni nuevas corrientes transmodernas lo entienden así desde hace tiempo. El logos, la razón, era antiguamente la fuente trascendente de todos los arquetipos (esencias primordiales, se tratara de formas matemáticas, opuestos cósmicos, ideas, deidades inmortales, archai sacralizados, personificaciones míticas), en función de los cuales, como expresión ordenada de ellos, la cosmovisión griega interpretaba el cosmos. Ese logos universal operaba simultáneamente en el seno de la mente humana y del mundo natural. No había dualismos de mente y mundo, interior y exterior, todo pertenecía a una misma razón arquetípica de universo, que se reflejaba en la mente humana, infundiéndole la capacidad para reconocer el orden cósmico. Dicho de otro modo: la naturaleza lo penetraba todo y la mente humana no era otra cosa que una expresión del ser esencial de la naturaleza. (Eso sí que es una globalización de verdad).

La mente occidental ha peleado siglos, con pasión, por lo que creía las luces, su independencia, forjó el yo autónomo individual, la posición epistemológica cartesiano-kantiana, que ha sido el paradigma dominante del pensamiento moderno. Pero ahora vuelve a reunirse con el fundamento de su ser, dice Tarnas, apelando a una perspectiva epistemológica más refinada: los principios subjetivos que determinan nuestro conocimiento del mundo no pertenecen al sujeto humano aislado, son en realidad expresión del ser propio del mundo. La realidad no es ni fenoménica ni objetiva, ni interior ni exterior, es el propio ser del pensar humano. El a priori es nuestra pertenencia al cosmos. Casi al mismo tiempo que la Ilustración llegaba a su clímax filosófico con Kant, comenzaba a surgir una perspectiva epistemológica completamente distinta, perceptible primero en Goethe con su estudio de las formas naturales, desarrollada en nuevas direcciones por Schiller, Schelling, Coleridge y Hegel, y expuesta sistemáticamente en el siglo pasado por Rudolf Steiner, dice Tarnas. A la psicología profunda de Freud y Jung le tocó, por fin, el destino y la carga de mediar el acceso de la mente moderna a las fuerzas y realidades arquetípicas, disolver, con ello, la cosmovisión dualista y volver a conectar el yo con el mundo.

Platón, que fue el teórico y defensor más eminente de aquella "peculiaridad asombrosa" con que el mundo griego interpretó el cosmos mediante intuiciones arquetípicas, recomendó el estudio de los astros como particularmente importante para la adquisición de sabiduría en este sentido. Ello ejerció una influencia decisiva en la evolución de la cosmovisión occidental, quizá fue el factor más importante suyo, tanto por el dinamismo como por la continuidad que dio a su esfuerzo por comprender el cosmos físico. El "misterio de los planetas", como lo llamaba Platón, la larga y ardua lucha por desvelarlo, culminaría dos mil años después con las obras de Copérnico y Kepler y con la revolución científica que ellos iniciaron.

En ese misterio y esa lucha se incluye de lleno Tarnas con su segundo libro, Cosmos y psique, su ópera magna, de semejantes calidades de todo tipo que la primera, que aborda la crisis del yo y cosmovisión modernos, y quiere introducir un corpus de evidencias, un método de investigación y una perspectiva cosmológica emergente que podría ayudar a abordar la crisis de hoy. No se necesita visión profética para saber que estamos en uno de esos raros momentos de la historia, como el final de la Antigüedad Clásica o el comienzo de la Edad Moderna, que a través de gran tensión y lucha alumbraron una transformación verdaderamente fundamental de los supuestos y principios subyacentes (arquetipos) a la visión del mundo. Contamos con recursos sin precedentes para abordar creativamente nuestros problemas, dice bien Tarnas, pero el gran enigma del momento actual es como si se nos negara, sin embargo, algún contexto de mayor alcance o más profundo para hacerlo, como si alguna fuerza invisible nos negara capacidad y decisión para ello.

En los momentos más creativos de Occidente aflora siempre la astrología: Platón, Aristóteles, Dante, Goethe, Yeats, Jung. ¡Kepler! Al propio Newton le condujo a las matemáticas. A Tarnas le impresiona, sobre todo, la correlación entre configuraciones planetarias y era axial, así se llama a los siglos VI y V antes de Cristo, por la formidable eclosión que vivió la humanidad: Sócrates, Buda, Confucio, Pitágoras, Laot Tse, Zoroastro, jainismo indio, profetas hebreos. Entonces Urano, Neptuno y Plutón se alineaban de modo casi perfecto. Las alineaciones entre dos de estos tres planetas se corresponden siempre con revoluciones de conciencia. Los tres a la vez

... Ahora se alinean Plutón y Urano.

Los astros no causan nada, son como manecillas de reloj en las que podemos leer las horas arquetípicas del cosmos. Las cartas astrales indican episodios de transformación psíquica. No hay una psique dentro y un cosmos fuera, sino una dinámica integrada, de la que la astrología puede trazar diagramas. Cosmos y psique son dos formulaciones de una misma y única realidad. ("Todo respira al unísono", decía Plotino). Hay una dinámica cósmica, una melodía que cada yo reproduce a su estilo. Cómo funciona esa dinámica, es un misterio hasta ahora, la ciencia más canónica no alcanza ahí. Por eso el empeño de Tarnas: cómo las conjunciones de los astros visibilizan la dinámica cósmica, o la dinámica arquetípica de la psique, es lo que estudia su "astrología arquetipal", que concuerda con los enfoques actuales de la psicología transpersonal, la física cuántica, la teoría del caos y de los fractales, la ecología y la teoría de Gaia, la filosofía holística, etcétera, los esfuerzos, todos, por encontrar una teoría del campo unificado. La arqueología arquetipal sirve para intuir el movimiento profundo de las cosas, igual que el buen surfista intuye el de las olas, nos ayuda a surfear mejor la ola del futuro. Una imagen clave la del surf, también sloterdijkiana, quizá la de un nuevo cambio de paradigma. ¿Y, si, de verdad, lo fuera? -

Los planetas Mercurio, Venus, la Tierra (a su derecha su satélite, la Luna), Marte, Júpiter, Saturno, Urano y Neptuno, en una composición de fotos tomadas por ondas espaciales.
Los planetas Mercurio, Venus, la Tierra (a su derecha su satélite, la Luna), Marte, Júpiter, Saturno, Urano y Neptuno, en una composición de fotos tomadas por ondas espaciales.

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