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Reportaje:Primer plano

Traición en Palm Beach

Los millonarios de Florida, atónitos ante un delito cometido por uno de los suyos

Tan sólo unos días después del desplome de la trama piramidal de Bernard L. Madoff, dos de los representantes de éste regresaron al epicentro del desastre financiero para enfrentarse a algunos de los inversores más gravemente afectados, muchos de ellos viejos amigos a los que habían convencido para que invirtieran en la empresa de Madoff.

Cuando Carl J. Shapiro y Robert M. Jaffe se sentaron en el salón de hombres del Club de Campo de Palm Beach, en Florida, recorrieron con la mirada una habitación en la que reinaba un silencio incómodo en busca, al parecer, de caras amistosas y saludos alentadores con la cabeza. La situación suponía un duro revés para dos hombres cuya compañía la gente solía rifarse, con la esperanza de tener una oportunidad de invertir con Madoff. "¿Estáis bien?", les preguntó uno de los varios miembros del club que se acercaron a los dos hombres para mostrarles su apoyo. "Podéis contar con nosotros".

"No puedo hacer frente a esto. Estoy hundido", declara un afectado
Más que dinero, la gente ha perdido una sensación de confianza y prestigio
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Aunque las repercusiones del supuesto timo de Madoff han conmocionado a inversores de todo el mundo, tal vez no haya un lugar en el que la concentración de víctimas sea tan alta como en esta habitación. Se dice que los inversores pagaban cientos de miles de euros al año por seguir siendo miembros de este club con la esperanza de ser presentados a Madoff, normalmente por Jaffe o Shapiro. Madoff es miembro desde 1996.

Pero, más que dinero, estas personas parecen haber perdido una sensación de confianza y prestigio. Durante una visita al club el sábado pasado, muchos miembros a los que The New York Times pidió sus reacciones prefirieron permanecer en el anonimato para no arruinar la reputación que tienen entre sus amigos.

Según contaron, su mundo se ha quedado patas arriba con la caída de Madoff. Quienes se enorgullecían de su astucia financiera parecen de pronto unos ingenuos. El amigo de confianza, sabio asesor y filántropo modélico al que creían conocer está ahora acusado de ser un estafador que ha defraudado miles de millones de euros.

No hay pruebas de que ni Shapiro, que tiene 95 años y se unió al club en 1974, ni Jaffe, su yerno de 64 años, que se hizo miembro en 1992, estuviesen al tanto del fraude. Se dice que ambos hombres, que donan cada año millones de dólares a innumerables instituciones benéficas, han sido víctimas del timo y han perdido millones de su propio dinero, según amigos de sus familias.

Pero, mientras un flujo constante de hombres ancianos con jerséis de colores pastel y mocasines sin calcetines se aproxima lentamente a la mesa central para hacer comentarios en voz baja y darles palmaditas en la espalda, Shapiro y Jaffe tienen un aspecto ceniciento. "Todo lo que puedo decir es que son unos momentos horribles, horribles para nosotros", decía Ruth, la esposa de Shapiro, en una entrevista telefónica.

Ésta no ha sido la primera estafa que ha afectado a este club de campo, que fue fundado en los años cincuenta por residentes judíos a los que se había prohibido la entrada a otros lugares de encuentro. Hace solo tres años, un puñado de miembros del club fue víctima de un timo piramidal similar, aunque de menor envergadura. Dos hombres, John y Yung Kim, dirigían una empresa llamada KL Group que tenía su sede en la isla y estafó a los inversores más de 138 millones de euros. "Pero todos los del club ven esto de otra forma", dice Laurence Leamer, residente en la isla y autor de Madness under the Royal Palms, un libro de próxima publicación sobre la élite de la isla. "A cualquiera pueden robarle", declaraba. "La estafa de Madoff ha sido mucho peor porque era uno de los nuestros".

Incluso fuera de la isla, muchos inversores dicen estar sorprendidos porque Madoff parecía muy prudente. "Él, sencillamente, no cometía errores", decía Richard Spring, de 73 años y residente en la cercana Boca Ratón. "Era un tipo formal, inteligente y razonable". Spring relata que conoció a Madoff a principios de los años setenta, cuando viajaban a diario en el mismo helicóptero desde Long Island a Wall Street. Dice que recuerda perfectamente un viaje en el que Madoff "le echó una bronca" a uno de sus agentes por hacer una chapuza y no protegerse frente a una caída del negocio.

Impresionado, invirtió después con Madoff y, con el tiempo, puso más de ocho millones de euros en la empresa, prácticamente hasta el último céntimo de sus ahorros, según afirma. "Tengo a mi cargo a mi suegra enferma. Mi mujer tiene cáncer. No puedo hacer frente a esto", declaraba Spring, conteniendo a duras penas las lágrimas. "Estoy hundido".

La conmoción y la sensación de traición llegan hasta mucho más allá del club de campo. Tommy Mayes, director de la oficina de la próspera sociedad gestora Calibre en Palm Beach, cuenta que sólo tres horas antes de que saltara la noticia estaba en una reunión con inversores que ponían por las nubes a Madoff. "Atribuían su éxito a su relación con un tipo como Bernard Madoff", relataba. "No puedo hacerme a la idea de que a todos nos hayan timado de esta forma".

La noticia de la detención de Madoff llegó a Morse Life, una residencia de ancianos sin ánimo de lucro de West Palm Beach, la noche en que la institución celebraba su fiesta de 50º aniversario en The Breakers, un llamativo hotel de Palm Beach situado frente al océano.

"Nadie quería ser el que lo anunciara públicamente ni asustar a gente que podría no estar afectada", recuerda Marjorie Agran, presidenta de los Amigos de Morse Life, un grupo de voluntarios dedicados a la recaudación de fondos.

Pero el ambiente más sombrío era el del club de campo, donde la gente contaba que al menos un tercio de los aproximadamente 300 miembros tenía dinero invertido con Madoff. La vergüenza del escándalo de Madoff parece especialmente amarga aquí, y la atención que despierta no es precisamente la más idónea para una comunidad cuyas imponentes casas se ocultan detrás de setos de ficus de seis metros de altura y verjas de acero.

Al cultivar un misticismo distante, Madoff había engañado a aquellos que se creían muy listos. Por lo general, los inversores necesitaban como mínimo 730.000 euros para acercarse a Madoff. Ser miembro del club de campo de Palm Beach también ayudaba. Pero, incluso si cumplían estos requisitos previos, había pocas garantías de que Madoff aceptase al cliente.

Un miembro del club decía mientras contemplaba la impresionante belleza del campo de prácticas del club, encajado entre el canal intracostero y el océano Atlántico, que los ajenos a la camarilla de Madoff habían resultado ser los más afortunados. "Es curioso cómo funcionan estas cosas", comentaba, y añadía que él nunca había querido invertir en la empresa porque no le gustaba la reticencia de Madoff a explicar sus métodos.

Ross B. Intelisano, un abogado que representa a un grupo de miembros del club, piensa que las relaciones en el club de campo, y en la isla en general, probablemente no volverán nunca a ser las mismas. "Él tenía la reputación de representar la esencia de Wall Street", dice sobre Madoff. "No hacía falta más que un apretón de manos para que la gente confiase en él". En opinión de Intelisano, esa clase de confianza posiblemente ya no exista. "Puede que la gente ya no se fíe realmente de los tipos con los que juega al golf", remacha.

Incluso antes del escándalo de Madoff, el estilo de vida de Palm Beach empezaba a quebrarse. Un empleado del club cuenta que, en un mundo en el que preocuparse en público por el dinero estaba prohibido, le sorprende que últimamente algunos clientes pregunten por los precios de ciertos platos del menú o de algunos servicios del campo de golf.

En la lujosa zona comercial de Worth Avenue, el encargado de la tienda de Jimmy Choo protestaba porque, si ya era malo de por sí que los clientes hubiesen dejado de comprar en los últimos meses, algunos incluso entraban en su tienda y empezaban a quejarse de su situación económica. "Palm Beach es un lugar de ensueño", dice. "Hay pocos hospitales o funerarias y la gente no habla de cosas negativas". -

Traducción de News Clips. (c) New York Times News Service, 2008.

Entrada de The Palm Beach Club vigilada por personal de seguridad.
Entrada de The Palm Beach Club vigilada por personal de seguridad.AP

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