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Tribuna
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Vírgenes y 'strippers'

En el penúltimo episodio de Los Soprano, Paulie le confiesa a Tony Soprano haber visto a la Virgen María una noche en el Bings. Tony le reprende: "¡Nos hemos equivocado de negocio. Debimos haber montado un santuario y vender toda esa agua bendita embotellada en vez de un club de alterne!". La literatura española últimamente parece un santuario con mucha agua embotellada y una legión de seguidores (hay mercado) en busca de la sábana santa, la última cena, la biblia de barro, la catedral del mar, la esquina del viento o lo que quiera Dios que suene a mágico, bíblico, oculto o desenterrado. Lo peor es que parece que todo el mundo está de acuerdo en que esto parezca un santuario. Hace tiempo, por lo menos hasta 1992, todo el mundo pensaba que la literatura era un club de alterne, lleno de alcohol, juego, humo y por supuesto putas y putos, pero ahora esa maldita casa de citas faulkneriana, esa patriarcal y corrompida mafia de traficantes de chatarra proustiana ha caído en desuso. La profesionalización de muchos sectores entre agentes, editores, acompañantes, negros, feriantes, psicomagos y escritores ha convertido aquel venerable burdel en un resplandeciente santuario; una corporación que no engaña a nadie y pone tarifa a sus fuentes y masajes termales (si quiere uno, ojo, se puede seguir rebozando en el barro). A grandes rasgos, lo que ha pasado en este país de nuevos ricos es que la literatura ha tomado el estándar del siglo XIX como forma de contar historias y lo ha aplicado a la convención internacional. España se ha canonizado en la literatura y secularizado en la sociedad. De Baroja hemos pasado a Ken Follett en un abrir y cerrar de ojos; Dan Brown y Noah Gordon son tan canónicos como Marsé o Valle-Inclán. Todo vale para encuadernar. Como el español se caracteriza por tomarse dos tazas de casi todo el caso resulta impactante: estamos a la cabeza del consumo de drogas y a la cola de los índices de lectura europeos. Ha desertado la crítica que mete el dedo en el ojo, o la han desterrado, y los espacios literarios de la Resistencia -ya no quedan revistas, las universidades de letras son lugares poco recomendables, los foros de internautas son hooligans- necesitan un buen tratamiento anticaspa. Créanme, lo que yo advierto es el triunfo tardío de la pulp fiction con aires de santidad y eso poco o nada tiene que ver con aquel maldito veneno que alguna vez nos hizo sospechar que la Virgen lloraba lágrimas de cera por las noches en el Bings. Nada de eso. Durante el curso los escolares escriben sus exámenes y en verano disertan sobre la muerte de la novela. Durante la rentrée se premia a los presentadores de televisión por sus esfuerzos gramaticales y el Día de Reyes, a los nuevos alevines de tiburón. Quedan luego festivales y reconocimientos para todos los gustos: el que no lo tiene del Estado, lo tiene del Ayuntamiento o la Autonomía o de una revista o una marca de estilográficas o de una cadena de hoteles. Es frecuente verlos en las distintas delegaciones del Cervantes apuntando como los soldados de Kosovo la fe en ese milagro inaudito: ven a la Virgen María todos los días entre sus páginas. Son españoles. Hace unos días Alessandro Baricco me pidió que le recomendara algunos escritores de aquí para un recital suyo con Marlango. Eran textos breves, de acuerdo, pero me di cuenta de que le recomendé a tres autores que escriben en euskera, gallego y catalán. Ustedes sabrán por qué. Y esto vaya dicho por alguien que desde hace seis años sólo bebe agua embotellada.

Ramón Reboiras (San Xulián de Laíño, Galicia, 1961). Sus últimos libros publicados son la novela Hazlo por mí (Alianza Editorial, 2003) y el libro de poemas en gallego Shakespeare mata o porco cunha rosa (Espiral Mayor, 2007).

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