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Crítica:LOS LIBROS DE LA SEMANA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

¡Por ahí viene Levrero!

En alguna ocasión, Jean Paul Sartre defendió lo extraordinario como condición contemporánea y al hombre, con sus manías y sus miedos, como el objeto fantástico por excelencia en el convulso siglo XX. Los cuentos del uruguayo Mario Levrero (1940- 2004), guionista de cómics y redactor de revistas de pasatiempos, confirman esta naturalización y generalización de lo excepcional como signo de época, la asunción de una extravagancia en situación caracterizadora de generalidad, en permanencia y reiteración.

La constancia es siniestra -piensa Levrero-: insistir puede ser la señal de una patología o de una irrupción fantasmal, porque en nuestra experiencia, la normalidad se mide en índices de cesación y dejadez. Por el contrario, sus personajes -niños que piden incansablemente fábulas para dormir, hombres que desarman mecheros hasta la maniática construcción de un universo con sus desechadas piezas- se extenúan en actividades absurdas que, extremadas, derivan en anomalía. Paralelamente, lo real y cotidiano se les opone con similar tozudez. Entre ellos, que persisten, y el mundo, que obstaculiza, discurre el relato; entre la misión en que se fatigan con una entrega perversa y los acontecimientos que se coaligan para impedirla. La escritura es una contramarcha de propuestas y fracasos, de deseos y dificultades. Y lo es casi habitualmente en los múltiples títulos con los que este autor ha alcanzado el calificativo de excepcional dentro de la creación americana: La ciudad (1970), La máquina de pensar en Gladys (1970), Nick Carter se divierte mientras el lector es asesinado y yo agonizo (1975), París (1980), Espacios libres (1987), Irrupciones (2001), entre otros.

DEJEN TODO EN MIS MANOS

Mario Levrero

Caballo de Troya. Barcelona, 2007

121 páginas. 11,90 euros

EL DISCURSO VACÍO

Mario Levrero

Caballo de Troya. Barcelona, 2007

169 páginas. 11,90 euros

Más información
Entre Poe y Correcaminos

La narrativa de Mario Levrero

se configura sobre dicha tensión bipolar e indecisa. En uno de sus talleres virtuales -escuela de escritura por internet que dirigía más como un confesor espiritual que como asesor técnico-, acuña el recurso de la imagen difusa, el corazón de su método no metódico de aprendizaje literario. En virtud de eso difuso, no decidido, sus narraciones pueden abrir una puerta, pero no atravesarla (Apuntes bonaerenses); pueden emprender una búsqueda impedida o una espera no resuelta (Los carros de fuego). La narración es, en realidad, esa espera y el relato se desliza del tono despiadadamente kafkiano al absurdo en suspenso de Beckett. Por eso, sus últimos textos adoptan la notación temporal y la estructura del diario fechado que permite desarrollar esas demoras de la redacción en "tiempo real". Día a día, hora a hora, el protagonista de El discurso vacío pone en práctica, por terapia, el experimento de paralizar la escritura en ejercicios caligráficos -que la interrumpen y rebajan a grafía-, una subespecie de literatura sin contenido. Se trata de escribir por escribir y mejorar la letra como camino de superación personal. En la caligrafía no importa el argumento sino la forma que lo reviste, la redondez del trazo, el aspecto exterior. El discurso inane que produce implica una "glosolalia" o secuencia de enunciados más adecuados en la medida en que menos dicen. Entonces todo se reduce a una serie de variables -su mujer, su hijo, su perro, un gato-, al seguimiento de sus básicas combinaciones y a la prospección minuciosa del negativo -la vida en gris- que socavan. El discurso vacío deviene la investigación de la nadería, de la profundidad alelada de la "bêtise", la reducción de las coordenadas vitales en la disminución de la trama. Y la intensidad, sin duda obtenida, es la intensidad de la detención en el acto contingente.

¿Cómo se puede escribir de este modo, es decir, sin escribir, ralentizando la escritura, suspendiéndola hasta la notación puramente eventual? El esfuerzo magistral de Levrero le lleva a iniciar la redacción y luego a retenerla: un esfuerzo tanto más prodigioso cuanto que se continúa. La narración se sigue inmisericorde, junto al empeño de evitarla, en una anti-intriga "llena" de minuciosos acontecimientos irrelevantes, una enunciación invertida o un rebobinado en hueco.

Levrero fue un escritor múltiple, capacitadísimo, que pudo descubrir la influencia de un cuento de Faulkner, Breve idilio, en Los adioses de Onetti. La comparación no resulta muy original, pero sí cómo él la expuso: Onetti sería el inverso reflejo de Faulkner, porque lo reproduce desmantelándolo y lo fragmenta, mientras lo utiliza. Faulkner recordaría unos zapatos en el escaparate y Onetti, su uso ya en la calle. Levrero es, asimismo, el reverso "corriente" de Kafka sin su apariencia teleológica, una sombra manoseada de Camus en clave cómica: las botas desgastadas de la mayor literatura trascendente.

El escritor uruguayo Mario Levrero trabajó como guionista de cómics y redactor de pasatiempos.
El escritor uruguayo Mario Levrero trabajó como guionista de cómics y redactor de pasatiempos.

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