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El fin de la 'era Friedman'

Dani Rodrik, catedrático de Harvard, recuerda que un colega suyo ha estado apodando a las últimas tres décadas como "la era de Milton Friedman". Según este punto de vista, la llegada al poder de Ronald Reagan, Margaret Thatcher y Deng Xiaoping supuso un gran avance para la libertad y la prosperidad del hombre, proposición con la que estoy de acuerdo pero también discrepo.

Friedman observó durante toda su vida cinco principios básicos: 1) una política monetaria fuertemente antiinflacionaria; 2) un Gobierno que entendiera que era el agente del pueblo y no un distribuidor de favores y beneficios; 3) un Gobierno que no se entrometiera en los asuntos económicos de las personas; 4) un Gobierno que no se entrometiera en la vida privada de las personas, y 5) una creencia entusiasta y optimista en la capacidad del debate abierto y de la democracia política para convencer a las personas de que adopten los cuatro principios anteriores.

Los beneficios que se puedan obtener si seguimos acercándonos a las posiciones defendidas por Milton Friedman son muy dudosos

Si los medimos usando estos principios como rasero, Reagan fracasó en el segundo y en el cuarto y adoptó el primero de forma automática; la política antiinflacionaria de Paul Volcker en los años ochenta consternó a muchos de los asesores más cercanos a Reagan. Thatcher no siguió el cuarto, y Deng falló en todos ellos, con la posible excepción del tercero.

Pero sí estoy de acuerdo en parte con la proposición de "la era Friedman", porque sólo el conjunto de principios de principios de Friedman ha tratado tenazmente de explicar el mundo y, a la vez, decirnos la manera de cambiarlo. Aún así, yo crearía un conjunto de principios que sirvieran de contrapeso, porque considero que los de Friedman, en última instancia, no cumplen lo que prometen.

Mis principios comenzarían con el comentario de que las economías de mercado y las sociedades libres y democráticas se asientan sobre unos cimientos muy antiguos de sociabilidad, comunicación e interdependencia humanas. Y mis principios se desarrollarían posteriormente a partir de la antigua reflexión de Karl Polanyi de que la lógica del intercambio mercantil ejerce una presión considerable sobre esos cimientos subyacentes. El mercado de trabajo obliga a las personas a trasladarse allí donde puedan ganar más, posiblemente a costa de crear extraños en tierras extrañas. Esta crítica al mercado es, cómo no, subjetiva. Al fin y al cabo, otro tipo de criterios para asignar el empleo parecen conllevar una dominación y una marginación mayores que el mercado de trabajo, que ofrece a las personas oportunidades en lugar de restricciones.

Sin embargo, la distribución del bienestar económico que produce la economía de mercado no encaja en la concepción que todo el mundo tiene de lo justo o lo mejor. Con razón o sin ella, confiamos más en la validez y la conveniencia de las decisiones políticas que toman los representantes elegidos democráticamente que en las de las decisiones que se toman de forma implícita como consecuencias imprevistas de los procesos de mercado.

De hecho, hay un argumento conservador a favor de los principios socialdemócratas. La democracia social del periodo posterior a la II Guerra Mundial dio lugar a las sociedades más ricas y más justas que haya visto el mundo. Podemos quejarnos de que la redistribución y la política industrial fueran ineficientes desde el punto de vista económico, pero no de que fueran impopulares. Podemos afirmar que la política estable de dicho periodo le debe mucho a la coexistencia de unas economías de mercado y unas políticas democráticas y sociales dinámicas y en rápida expansión.

Friedman respondería que, teniendo en cuenta la situación del mundo en 1975, acercarnos a estos principios constituyó una gran mejora. Cuando me paro a pensar en la política energética de Jimmy Carter, en Arthur Scargill a la cabeza del sindicato de mineros británicos y en la Revolución Cultural de Mao, me cuesta mucho discrepar con Friedman en lo que respecta al mundo de mediados de la década de los setenta. Pero ahí trazaría yo la línea: aunque el acercamiento a la posición de Friedman resultó en general positivo a lo largo de la última generación, los beneficios que se puedan obtener si seguimos acercándonos a dicha posición son mucho más dudosos.

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