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Reportaje:EN PORTADA

Una historia verdadera

El realismo de Cuatro meses, tres semanas, dos días ha impactado a las generaciones de mujeres rumanas que sufrieron el decreto antiabortista. "Refleja las heridas que siguen doliendo"

Guillermo Altares

La película Cuatro meses, tres semanas, dos días es para algunas mujeres rumanas una experiencia tan dolorosa que, como Bartleby, sencillamente prefieren no verla. Para otras, que pasaron por lo que se narra en el filme -la prohibición total del aborto y de los anticonceptivos en la época de Ceausescu-, su visión representa una catarsis, una forma de enfrentarse al pasado, de romper tabúes en el país del antiguo bloque comunista que más problemas ha tenido para revisar su historia. "Fue un drama, no sólo para las mujeres, sino para toda la sociedad rumana. Esta película ha despertado los recuerdos de las generaciones que pasaron por aquello", señala Gabriela Adamesteanu, de 64 años, una de las novelistas rumanas más reconocidas y que fue una de las primeras en tratar el tema, en el relato Breve hospitalización. "Es una película extraordinaria, que me ha interesado por su lenguaje visual, por la precisión con que describe aquellos días, pero soy una persona que prefiere mirar al futuro antes que al pasado", explica en cambio la arquitecta Mariana Celac, de 70 años, una de las pocas personas que tuvo el valor de enfrentarse públicamente al régimen, lo que le costó no pocos problemas con la policía política.

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"En un cierto momento de la proyección me quise ir de la sala por la precisión con la que la película reflejaba la realidad", señala Anca Ionita, de 41 años, directora de la edición rumana de Time Out, crítica de teatro y profesora de Teoría del Drama en la Universidad de Bucarest. "Todos los pequeños detalles están allí, los dormitorios universitarios, el hotel... todo. Pero, sobre todo, lo más impresionante es la realidad de las experiencias humanas, la verdad de los personajes, y eso que yo no pasé por ninguna experiencia parecida", agrega Ionita. Silvia Kerim, escritora de libros infantiles y autora de un impresionante libro de memorias sobre la dictadura, Parfumeria, es de las que han preferido no verlo porque una experiencia familiar le recuerda demasiado lo que narra el filme: una mujer que, ayudada por una amiga, aborta en una sórdida habitación de hotel, sin ninguna garantía sanitaria y con el miedo constante a que irrumpa la policía. Kerim, que fue actriz en los años sesenta y setenta y que estuvo casada con uno de los más importantes realizadores rumanos, Mircea Veroiu, está muy orgullosa del éxito internacional alcanzado por la película. "Hace 18 años, cuando salimos de la dictadura, jamás creí que un filme rumano pudiese conseguir algo así", afirma.

"Es una película que ha representado un viaje en el tiempo, una época de mucho miedo. Las heridas son tan profundas que conozco a muchas mujeres que no han querido verla", relata Mihaela Schiopu, de 45 años, directora de arte de varias revistas culturales de Rumania y pintora. "Todo está tremendamente bien reconstruido. A la gente que no lo ha vivido le resulta muy difícil entender una sociedad en la que alguien pudiese controlar tu vida hasta los más mínimos detalles. Los jóvenes, afortunadamente, no entienden qué significa tener miedo. Es un ejercicio de sinceridad que ha sido muy bien valorado, es un relato sobre Rumania que se aleja de los tópicos, que refleja las heridas y las verdades que siguen doliendo. El director, Cristian Mungiu, es una persona dispuesta a jugar con la sinceridad", asegura Schiopu. Ante la ausencia de pantallas en el país, el realizador recorrió Rumania para mostrar su película en las localidades que no contaban con cine, como se hacía en los primeros tiempos del séptimo arte. Su objetivo es que los rumanos pudiesen contemplar y reflexionar sobre su propia historia, enfrentarse a uno de los momentos más duros de su pasado.

Cuando Ceausescu llegó al poder, en 1965, muchos lo vieron como un alivio después de la dictadura de Giorgiu Dej, que llevó a cabo unas salvajes purgas estalinistas. Sin embargo, sólo un año después comenzó a mostrar su verdadero rostro: una satrapía en la que el comunismo se mezclaba con el nacionalismo filofascista y los delirios imperiales de grandeza -arrasó el Bucarest medieval para construirse un mamotétrico palacio y un gigantesco barrio para tener controladas a las élites del país-. En 1966, promulgó un decreto que prohibía bajo durísimas penas el aborto y los anticonceptivos. "Se convirtió en una obsesión personal. Lanzó el decreto cuando vio que bajaba mucho la natalidad y él quería tener un pueblo grande, con muchos ciudadanos", explica Adamesteanu, cuya novela más importante, Una mañana perdida, que recorre la historia de Rumania a lo largo de 30 años, ha sido publicado en Francia por Gallimard.

Las consecuencias del decreto fueron devastadoras: aunque no hay datos oficiales, ya que se maquillaban los certificados de defunción, los expertos calculan que entre 10.000 y 50.000 mujeres murieron como consecuencia de operaciones que acabaron mal durante los 23 años en los que se aplicó la ley. Y no sólo se trató de las muertes: la mayoría de las mujeres habla de una especie de trauma colectivo, de miedo en las relaciones sexuales. Cuando cayó la dictadura, en diciembre de 1989, el mundo descubrió horrorizado que miles de unos 100.000 niños rumanos vivían en condiciones atroces en orfanatos. Habían sido abandonados por sus madres en el nacimiento como consecuencia de la política de Ceausescu.

"Como otras máquinas de terror político, el arma más poderosa de la Securitate era el miedo", ha escrito el experto británico Dennis Delentant en su libro Ceausescu y la Securitate. Coacción y disidencia en Rumania, 1965-1989. Y en el caso de los abortos, la policía política se ensañó a fondo. Para este profesor de lingüística de la Universidad de Londres, "las consecuencias para las mujeres rumanas de la política antiabortista son, por sí solas, el mayor signo de inhumanidad del régimen comunista". "Había una persona de la policía que analizaba todos los casos sospechosos sin que nosotros lo supiéramos", explica el ginecólogo Cornel Petre Bratila, actualmente director médico de una clínica privada de Bucarest. "Antes de que pudiésemos intervenir en cualquier operación en la que hubiese sospechas de que se había producido una interrupción del embarazo, un fiscal tenía que dar el visto bueno", agrega este médico, que considera que Cuatro meses, tres semanas, dos días "es un reflejo absolutamente fiel de la realidad".

"Ahora es muy difícil imaginar cómo eran aquellos tiempos", asegura Silvia Kerim, cuyas memorias, que han alcanzado varias ediciones, son uno de los más fieles testimonios sobre la destrucción de la capital, ya que su casa estuvo a punto de ser borrada del mapa al encontrarse al lado de la zona cero de Ceausescu. "En estas circunstancias, era normal que muchas mujeres no quisiesen tener hijos", explica Kerim. De hecho, pese a la prohibición de cualquier tipo de método anticonceptivo, la natalidad no aumentó. Esta escritora y actriz -que no quiere confesar su edad, pero que vivió todo el periodo de Ceausescu- asegura que no ha querido ver el filme por dos casos que le tocan de cerca. "Había tarifas para los abortos, que correspondían más o menos a un mes de salario, y todo un lenguaje cifrado para establecer la cita porque la Securitate podía estar vigilando. Las intervenciones se hacían sin anestesia y como las paredes de los bloques de viviendas eran muy malas y se escuchaba todo, a las mujeres les ponían un trapo en la boca para que no gritasen. Para evitar que hubiese testigos, las mujeres se quedaban solas durante las horas cruciales posteriores a la intervención", relata Kerim basándose en la experiencia de un familiar. Su otro recuerdo atroz tiene que ver con el fallecimiento de una víctima de una intervención a la que la policía dejó agonizar hasta la muerte porque no quiso confesar.

"Eran unos años en los que el miedo, incluso el terror, formaban parte de la vida cotidiana. Y no sólo están las víctimas mortales del decreto, sino también las que se quedaron estériles a edades muy tempranas", explica Gabriela Adamesteanu. Una parte de su última obra aparece en el volumen Words without borders (Palabras sin fronteras, Anchor Books), en el que escritores reconocidos como Javier Marías, Günter Grass o Jonatham Safran Foer escogen a autores que consideran muy importantes y que no han sido traducidos al inglés. Adamesteanu explica que "en algunos casos se llegaron a prácticas medievales". "Tomaban plantas, movían muebles, saltaban, se hacía de todo para provocar abortos", relata.

Sin embargo, y a pesar de las polémicas que ha provocado en Francia o en Italia, el director insiste en que no se trata de una película sobre el aborto. Detrás de su aparente sencillez, de la voluntaria falta de estilo que marca el filme, en el que el narrador está siempre escondido, Cuatro meses... reúne multitud de temas, multitud de lecturas y, curiosamente, incluso para los que no conocen el contexto estalinista en el que se desarrolla, es una narración que llega a todo tipo de públicos. "Es una película muy sencilla, sin efectos especiales, como una tragedia griega y por eso es universal. Al igual que entendemos Antígona o Electra, entendemos a los personajes de este filme, porque están llenos de verdad", explica en su faceta de crítica teatral Anca Ionita. "Una de las cosas que mejor refleja el filme es que era una sociedad muy esquizofrénica", señala la arquitecta Mariana Celac. "Lo primero que nos viene a la cabeza al recordar es el miedo y la desconfianza, pero todos teníamos una vida paralela en la que había sinceridad, amistad, amor...".

Imagen de Bucarest realizada a primeros de este mes.
Imagen de Bucarest realizada a primeros de este mes.SANTOS CIRILO

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Sobre la firma

Guillermo Altares
Es redactor jefe de Cultura en EL PAÍS. Ha pasado por las secciones de Internacional, Reportajes e Ideas, viajado como enviado especial a numerosos países –entre ellos Afganistán, Irak y Líbano– y formado parte del equipo de editorialistas. Es autor de ‘Una lección olvidada’, que recibió el premio al mejor ensayo de las librerías de Madrid.

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