El lápiz afilado de Juanjo Sáez
El ilustrador y dibujante de cómic prepara en su estudio del Raval una antología de sus viñetas aparecidas en la prensa
"La autocrítica también es una forma de defensa", espeta el ilustrador y dibujante de cómic Juanjo Sáez. Y lo dice muy en serio: en el nuevo libro en el que trabaja se flagela con ese látigo verbal suyo que tanto han soportado las espaldas de los modernillos, un mundo (¿cool?) al que también perteneció él, aunque no tragara su superficialidad, ni sus codazos. Sáez, curtido a fuerza de currar en fanzines y parir flyers, prepara una recopilación de sus tiras de prensa que no deja de crecer porque mantiene la afición de añadir comentarios y pullas, algo que ya hizo en Viviendo del cuento. Pero esta vez sus glosas se enfrentan con los reproches de una voz interior que actúa de autoproclamada "mosca cojonera". Entre el material que recuperará se encuentran algunas viñetas que levantaron ampollas. Como la que le valió que le pusieran de patitas en la calle en un periódico por incluir un dibujo en el que subrayaba que la única canción que conocía de Raimon, todo un símbolo, era... Mediterráneo, el clásico de Serrat. Fue un ejemplo de ese descaro de treintañero que tan mal sienta entre los custodios de las esencias. Un recelo provocado también porque desde sus inicios se ha atrevido a usar la sacrosanta primera persona para decir lo que le daba la gana. Pero la gracia de Sáez es que asume sin tapujos el egocentrismo que recorre su obra. Por eso entre los títulos que baraja para bautizar el libro hay uno en cabeza: Yo. El dibujante traza sus ocurrencias en un pequeño estudio ubicado en el Raval barcelonés que comparte con su socia Vanessa, que además es su novia y le pone color a las viñetas. El espacio está hiperordenado y en las estanterías hay novelas gráficas tipo Maus, de Art Spiegelman, y un álbum de uno de los superhéroes más reflexivos del noveno arte, Concrete, la criatura de Paul Chadwick. La antología que ultima pone fin a una etapa, que a sus 36 años empieza a ver lejana. Ni siquiera le motiva meterse con su rival, Jordi Labanda. "Él juega en otra liga desde hace años", reconoce, aunque remacha con cierta malicia que nunca le ha interesado que sus dibujos se multipliquen sin fin en carpetas y estuches. Aunque Sáez no piensa cambiar de estilo -sigue fiel a los monigotes de aparente estética infantil-, considera que ha llegado el momento de buscar otro rumbo. Así, en sus próximas obras tendrá más peso el tono entrañable que exploró en algunas escenas del delicioso El arte. Conversaciones imaginarias con mi madre (recién publicado en Italia y que en breve aparecerá en Francia). Y, sobre todo, evitará las faltas de ortografía que a veces ocultaba con tachones. "¡Algunas eran erratas!", se defiende, pese a sus confesados problemas con la b y la v.

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