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Entrevista:Xosé Luís Méndez Ferrín | LETRAS GALLEGAS

"La literatura en Galicia está más avanzada que la sociedad"

El día en el que la Real Academia Gallega se plantee la aceptación de neologismos de uso más o menos común, uno de ellos será "ferriniano", el término que define a los seguidores de la obra, la ideología o la personalidad de Xosé Luís Méndez Ferrín (Ourense, 1938). Voce na néboa (1957) fue su primer libro de poemas, al que siguió Percival e outras historias (1958), y desde entonces no ha parado, en verso o en prosa, él o sus heterónimos. No es de los que se prodigan, pero ninguno de sus libros ha pasado inadvertido. En un relato breve, Retorno a Tagen Ata (1971), proclamó y alentó la ruptura radical de toda una generación contra el galleguismo culturalista de la posguerra. Con pólvora e magnolias (1977, Premio de la Crítica de Galicia y con traducción al castellano en Hiperión) supuso una auténtica revolución en la poesía gallega de la transición. Sus tres últimas obras narrativas, Bretaña Esmeraldina (1987), Arraianos (1991) y No ventre do silencio (1999) han acumulado media docena de premios (entre ellos dos de la Crítica de Galicia y uno de la Crítica Española). Ferrín, un doctor en Filología con la presencia telúrica de los poetas irlandeses y la prestancia proletaria de Tom Jones, imparte clases desde siempre en el instituto Santa Irene, de Vigo, un viejo edificio de piedra rodeado de un jardín, en la zona donde la ciudad empieza a ser barrio obrero. La entrevista, en la que despliega parte de sus facetas (de la vitriólica a la amable, reservándose la furibunda), transcurre en lo que parece ser una sala de profesores, al lado de los servicios donde un grupo de chicas fuman clandestina y a la vez ostensiblemente.

"Creo que tienen razón los que dicen que la literatura gallega atraviesa una edad de oro"
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PREGUNTA. Si tuviese que explicar a sus alumnos la trayectoria del escritor Méndez Ferrín...

RESPUESTA. Yo explico La Celestina, doy clases de literatura española. No me veo como escritor, sino como un profesor que escribe. Incluso mi actividad intelectual no se centra en la literatura, posiblemente ocupe más tiempo en la lectura de historia, de lingüística, de ciencias naturales...

P. Como escritor tampoco participa demasiado en los círculos literarios.

R. En algunos no participo y en otros no me dejan participar. En la Real Academia Gallega entré siendo ya viejo. No es una queja. Existo como escritor porque no rindo pleitesía a ningún círculo.

P. Sin embargo, en Galicia es un escritor de éxito...

R. Lo de "éxito" en un sistema literario con tan pocos lectores que puedan leer en su idioma es más que relativo. En las librerías, en la mesa de novedades no hay obras en gallego. En las listas de ventas de los periódicos de aquí, además de las dos columnas de "ficción" y "no ficción", hay una tercera, "galego", en la que están mezclados la narrativa, la poesía, el ensayo y los libros de cocina. Ése es el pensamiento dominante. El escritor gallego es un escritor subalterno.

P. Los gallegos que escriben en castellano se quejan, sin embargo, de déficit de atención.

R. Caso de Cela, de Valle-Inclán... [ironiza perfectamente serio]. Lo que es un fenómeno nuevo y dominante es la tendencia al monolingüismo, no hay muchos escritores bilingües como en generaciones anteriores.

P. Tuvo una infancia entre Ourense y Celanova, en la frontera con Portugal, con el maquis, los huidos, la represión, como telón de fondo. Todo esto aparece en sus historias, pero la forma se nutre en otras influencias menos cercanas.

R. En todas las épocas los creadores gallegos tuvieron una cierta tendencia al cosmopolitismo, quizá para contrarrestar los campos gravitatorios del español o del portugués. Antes tenían cultura latina, helenística o francesa, y desde mi generación es muy frecuente que estén muy atentos a lo que pasa en el mundo y manejen otros idiomas de lectura. Los autores que percibí en mi adolescencia, los que dejaron mayor huella, fueron Poe en prosa y Leopardi en poesía, claro que, en mi obra, de Poe puede haber algo, pero de Leopardi, nada.

P. Lo que hay es esa mezcla de épica y lírica un tanto irlandesa.

R. Como gran parte de los autores del siglo XX, tengo una gran receptividad hacia la literatura medieval, no en vano nuestra cultura floreció en la Edad Media y en el Renacimiento entró en un ocaso largo y triste. Muchos vimos el tema del rey Arturo y el ciclo bretón como un espacio onírico cargado de sentido, una mitología útil para comprender nuestro tiempo, los mecanismos de la esperanza colectiva. Las leyendas irlandesas y galesas transmitidas a través del ciclo artúrico de Chrétien de Troyes tuvieron una enorme repercusión aquí, desde Ramón Cabanillas y Álvaro Cunqueiro a Manuel Rivas y Darío Xohán Cabana. Ese mundo fue recreado desde la más rabiosa y beligerante contemporaneidad. Esa mezcla entre lo medieval y la vanguardia, unida a la reflexión sobre el tema de la dependencia, está muy presente en parte de mi obra y en la de otros autores, pasados y actuales.

P. Otra influencia irlandesa es el tema del traidor y del héroe, la pugna fratricida. Usted ha estado en todos los conflictos del nacionalismo.

R. Somos producto de la contradicción, es lo que nos hace crecer, y no tenemos que cerrar los ojos ante ella y hacer una literatura estupefaciente, como decía Castelao.

P. En la faceta de lector o en la de escritor, ¿cómo describiría el panorama actual de la literatura gallega?

R. La hoja de ruta de nuestra literatura está ya en el Padre Sarmiento y la voluntad de construirla como sistema, consciente o inconsciente, aparece ya en el siglo XIX. Con respecto a etapas anteriores, hoy la literatura gallega se ha consolidado como un sistema complejo, no unidireccional, con tendencias contrapuestas. Es una literatura nacional, como puede ser cualquier otra de un país con estado propio. En este sentido, está mucho más avanzada que la sociedad, es mucho más independiente. Y en el aspecto literario, creo que tienen razón los que dicen que atraviesa una edad de oro.

P. Un autor joven, Jaureguizar, auguró hace poco un futuro gris porque muchos de los que empiezan escriben en reintegracionista.

[Con grafía y vocabulario convergente con el portugués].

R. El reintegracionismo forma parte de esa tendencia suicida que hay en Galicia, de negarse a sí mismos, negar la existencia del idioma y del país. Ser gallego es algo incómodo, trabajoso, mejor ser otra cosa, grande, a ser posible.

P. ¿Cree que su militancia política ha afectado a su proyección como escritor?

R. No sólo no me perjudicó, sino que me enriqueció asumir mi pertenencia a lo que en tiempo de Engels se llamaba Tendeliteratur, y que Sartre popularizó después como "literatura comprometida". Me alegró de que le diesen el Nobel a Elfriede Jelinek, que analiza la realidad con intereses políticos, como me alegré de que se lo hubiesen concedido a Seamus Heaney, que camina en la misma dirección. No hay literatura, incluso la más átona o aséptica, que no sea portadora de una ideología, aunque sea la de que no se muevan las aguas del estanque. La Eneida es un canto a la fundación del Imperio en Roma y nadie le reprocha a San Juan de la Cruz su pensamiento misticista. Las letras lo soportan todo, siempre que el escritor sea escritor. Lo que pasa es que algunas ideas molestan y otras no.

P. ¿Escribir en gallego sigue teniendo un componente ideológico?

R. La literatura gallega, desde que reaparece en el XVIII, está ligada a las corrientes más innovadoras en lo político y en lo científico, al liberalismo, al republicanismo, al antifranquismo y al nacionalismo y, salvo casos anecdóticos y tránsfugas, nunca tuvo que ver ni con el carlismo, ni con la Iglesia católica, ni con los poderes establecidos. Es revelador que el máximo exponente sea Rosalía, que era mujer y pobre, con muchos problemas personales. Con los matices y las excepciones que quiera, creo que todos los escritores participamos de la misma visión de Galicia y del mundo. Cíteme usted alguno que vaya a votar a Fraga Iribarne.

Xosé Luís Méndez Ferrín, en su despacho del instituto Santa Irene de Vigo.
Xosé Luís Méndez Ferrín, en su despacho del instituto Santa Irene de Vigo.LALO R. VILLAR

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